POR VICTORIA  DANA

Sergei es un tipo afable. Todo el mundo le conoce en el pequeño poblado cercano a Kiev. De vez en cuando, le gusta permanecer en el bar, entre amigos. Últimamente, Sergei porta el uniforme de botones dorados del ejército alemán y los parroquianos lo contemplan con admiración. Después de un trago, se despide. Debe ir a casa, donde su mujer y sus hijos le esperan. Necesita descansar después de dos días de intensa labor.

Alemania invade la URSS en junio de l941. A partir de ese momento, da inicio el asesinato sistemático de judíos. A través de los comandos de fusilamiento, los Einsatzgruppen se dieron a la tarea de asesinar a los enemigos del Reich: criminales políticos, comunistas y, en especial, a todos aquellos que amenazaban la expansión de la raza aria, como los gitanos, las personas con discapacidad y los judíos.

Sergei no tarda en llegar a casa. Olga su esposa, una mujer rubia y rolliza, lo recibe cariñosa. La carne con verduras despide un aroma delicioso; la mesa está puesta. Sergei besa a sus dos pequeños de 5 y 3 años y ocupa su lugar en la cabecera. Entre bocado y bocado, recuerda con orgullo haber sugerido al jefe de la policía ucraniana, utilizar Babi Yar, el barranco cercano al cementerio judío, para facilitar las labores, que debían llevarse a cabo con absoluta diligencia.

Los nazis no realizaron solos esta tarea de asesinato. Colaboradores locales, sobre todo ucranianos y lituanos, se sumaron voluntariamente al exterminio. Los comandos de urgencia se movían velozmente. Tomaban por sorpresa a las comunidades judías, incapaces de defenderse. Al incursionar en un poblado, acorralaban a los residentes judíos y los obligaban a marchar  hacia las afueras de la ciudad.

Al término de la cena, Sergei, satisfecho, decide obsequiar a la familia: una cadena de oro para Olga y ropa de invierno para los niños. La ropa restante, en especial los abrigos, podrá venderlos en el pueblo o donarlos al orfanato de Kiev. Sería una bonita obra de caridad, él siempre ha sido muy generoso.

Alemania invadió Kiev el 29 de septiembre de 1941; una semana después, se ordenó masacrar a todos los habitantes judíos de la ciudad. Los obligaron a marchar hasta el barranco de Babi Yar donde debieron entregar sus objetos de valor, desvestirse y avanzar hacia el borde de la zanja en grupos de 10. El IV Comando de los Einsatzgruppen y los policías alemanes y ucranianos, fueron ejecutándolos grupo por grupo.

Sergei lee una historia a sus niños. Los lleva a la cama y los arropa. Piensa que hizo muy bien en decidirse a fusilar sólo a los niños. Hubiera sido un doble pecado asesinar a los padres y dejarlos huérfanos. Él tenía el valor para hacer el trabajo más difícil, por eso había sido recompensado por el jefe alemán con varias botellas de licor. Mira a sus hijos dormir plácidamente. Lo hace por ellos: su mundo quedará limpio de escoria humana.

Al final del día, se sienta en el sillón y fuma un habano. Distraído observa  danzar las figuras de humo. Le pide a Olga desnudarse. El cuerpo desnudo de su mujer le parece sublime, le ayuda a olvidar la visión de miles de cuerpos desnudos, indecentes.

Al final del día, los cuerpos fueron cubiertos por una fina capa de tierra. Al cabo de dos días de ejecuciones, la fosa común contenía 33.771 cadáveres.

El único problema de Sergei es la noche. Las pesadillas lo despiertan sudoroso y asustado. Los ruegos de los prisioneros retumban en sus oídos, las miradas acusadoras no lo dejan en paz. Se levanta y abre una de las botellas. Después de varios tragos se sentirá mucho mejor. En seguida de agotar la botella, ya no se siente conmovido, no siente lástima, no siente nada. Piensa que así es como tiene que ser.

Durante los meses siguientes continuaron los fusilamientos masivos en Babi Yar, con un total de cerca de 100.000 víctimas, en su mayoría judíos.

Sergei sabe que no debe doblegarse. No puede darse el lujo de mostrar ni la mínima debilidad. Ha decidido seguir colaborando en Babi Yar hasta que sea necesario. Ha descubierto que la mejor manera de sobrellevar el peso de los muertos, es cumpliendo con sus obligaciones. Realizar la tarea diariamente, hasta convertirla en un hábito.