JACOBO WAPINSKI 

Meto un brazo en el agua mientras el otro lo llevo hacia atrás y me empujo al tiempo que pataleo y muevo el cuerpo, la cabeza en sentido contrario al brazo extendido. Una vez y otra más y saco la cabeza del agua, lo suficiente para aspirar y meterla de nuevo con  bocanada de aire fresco en la boca, e inhalo y exhalo  por la nariz produciendo burbujas que rozan la piel de mi cuello y hombro y anuncian a los oídos el desliz del cuerpo hacia adelante, sin otro rumbo que la pared de la alberca. Llegando al límite me detengo para regresar, empujándome con los pies al tiempo que los brazos se aprestan a romper la superficie y penetrarla, adelantando las palmas de la mano hasta formar una cuchara que empujará el agua contra el sentido del desplazamiento. Splash, splash…

Inmerso en el medio acuoso y concentrado en mover mi tronco y extremidades, mis sentidos dejan de palpar el verdadero tiempo, lo acortan o lo estiran, lo mojan y meten sus segundos en una tercera y cuarta brazada; los minutos  tocan las orillas y las horillas ondean mientras el cuerpo nada, y nada, y nada parece pasar excepto que pasa el tiempo y no pasa nada.  Hmfff…pufff, hmfff…pufff…

Si acaso somos tiempo no somos sino tiempo en el agua cuando se nada. Las ondas chocan unas con otras, se sobre- imponen una sobre la otra sin que ninguna se imponga sobre la otra. Se atraviesan, se cruzan y al cruzarse siguen su camino, se tocan en nodos que no se anudan y no se afectan. Sin acelerar ni  detenerse, se saludan sin reconocerse,  están allí porque mis ojos las reconocen cuando el agua las dibuja en su superficie, como ejercicios del lápiz sobre el papel cuando éste se viste de “O’s”, que danzan un vals de papel y lápiz tomados de la mano.   Oooh…la la, la la la…

Mi cuerpo que no es cuerpo sino perturbaciones electromagnéticas en el espacio, que no es espacio sino ausencia de perturbaciones. Y sin embargo el registro está aquí, adentro de esto que es mi yo y que yo creo que soy. Lo sé, lo sé. Me perturbaría saber que no soy sino una sombra, aquella que me acompaña desde el fondo de la piscina cuando nado con la mente en blanco en el agua transparente, como foto dentro de agua turbia, imagen que nos espera al final de la caverna cuando nuestro imperfecto yo imagina ser un Ser. Un Ser de tiempo que nada en la Nada y que sólo Es cuando deje de nadar. Nadar, nada. Nadar, nada.                                   

Y es que sólo así, nadando en la Nada, dejo de formar memorias. Desde aquella vez que me vi en el espejo, sostenido en el regazo de mi madre que insistía en presentarme a mí ante mi imagen y ésta a mí, que no puedo olvidar nada. Recuerdo su sonrisa, sus aretes de oro y perla en los oídos, las uñas de la mano derecha con esmalte desgastado, su blusa de flores. Mi mano estaba cerrada, mis ojos muy abiertos, bajo el overol blanco  mostraba mi pecho y espalda desnudos, mi brazo rodeando la espalda de mi madre. Era yo que examinaba a mi yo reflejado en la superficie  encerrada en  marco de metal, mirándome a mí y yo a él. Nos reconocimos y desde entonces registro todo, cada detalle, cada momento, cada brochazo en el lienzo que dibuja el tiempo en el espacio. Mi yo lloraba, emocionado.