Ajami es el nombre de un barrio árabe en Tel-Aviv, una ciudad que como México, Mumbai o São Paolo está hecha de contrastes económicos; la diferencia estriba, tal vez, en que a dichos contrastes, Tel-Aviv-Yafo (éste es su nombre oficial) incorpora contrastes históricos y políticos que dan al barrio un particular tipo de violencia. En Ajami, entran en contacto dos o más realidades fronterizas que a menudo se solucionan simplemente matando.

La trama de la película es suficientemente barroca como para justificar esos cambios temporales a los que nos tenían acostumbrados González Iñárritu y Guillermo Arriaga; pero no nos confundamos, son cambios que tampoco inventaron ellos, antes ya habían jugado con estas historias para armar Tarantino y (desde los años veinte) Carl Theodor von Dreyer. La cosa va así: el guionista nos regala un capítulo de la historia que más tarde se complementa con otro (uno que no necesariamente le sigue en orden temporal) construyendo, poco a poco, un guión temporalmente complejo que al final es coronado con una clave de bóveda que sostiene toda la estructura narrativa. Los medievales solían adornar estas claves o dovelas centrales que sostenían arcos y cúpulas, con las imágenes más hermosas. En forma similar, Yaron Shani y Scandar Copti, adornan su propia pieza de resistencia con el exquisito monólogo de un niño que, como Rimbaud, encuentra que la vida está en otra parte. El niño se llama Nasri, dibuja cómics para escapar de la violencia de un barrio en el que se cruzan todos los racismos, los odios y las diferencias culturales e ideológicas que (en un amplio panorama) hacen que el conflicto Israelita-Palestino sea lo que es. Sin embargo es importante aclarar que en la escritura de un guión, un conflicto, si realmente lo es, no surge del roce entre buenos y malos. Más grande es el conflicto cuando mayor razón y verdad hay en ambas partes. Justamente por eso la producción israelita ha sido tan cuidadosa en la creación de sus personajes; como Nasri, los directores y guionistas han dibujado a sus protagonistas árabes con verdadero amor; tanto que me han recordado aquella pequeña joya del cine Israelita que dirigió Eytan Fox y que se llamaba Ha Buah. En Ajami el amor no es erótico, sino filial. Nasri, el niño que dibuja cómics expresa en aquel final que me ha gustado tanto, que junto a su hermano se siente cómodo, protegido. Efectivamente, el detonador de esta película es el afán de Ilham el hermano mayor, por defender a su familia. Un mal entendido en un barrio como Ajami, en una ciudad de frontera, puede ser fatal. Y este es el tercer elemento que me gustaría subrayar en esta película: No sólo tiene un guión excelente y una puesta en escena tan inteligente que ha sido construida ahí mismo, con personajes reales (como Gomorra, de Matteo Garrone) Ajami es una profunda reflexión de lo que significa pertenecer a la frontera, una frontera entre el estado real y el estado ficticio, entre la democracia y la ley de los beduinos, entre el bien de la civilización y el salvajismo del desierto.


FICHA
Ajami (Ajami). Dirección: Yaron Shani y Scandar Copti. Guión: Yaron Shani y Scandar Copti. Fotografía: Boaz Yehonatan Yaacov. Con: Fouad Habash, Nisrine Rihan, Elias Saba, Youssef Sahwani, Abu George Shibli, Israel, 20

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