ENRIQUE RIVERA

En días pasados tuve la oportunidad de visitar la Casa de Reposo de la Comunidad Judía en la Ciudad de Cuernavaca, Morelos. Nada más entrar me dieron muchas ganas de ir a visitar a la Tía Tere, si, a la Sra. Teresa Wolf. Pero tenía que hacer algunas otras cosas y me fui entreteniendo. Mientras caminaba por uno de los jardines recordé la historia de esa mujer, que llegó a México años después de que finalizara la II Guerra Mundial.

La Tía Tere, como siempre la conocí, a sus casi 100 años nos esperaba puntualmente cuando le decíamos que la íbamos a visitar, está vez sería una sorpresa. Puntualmente, también, me regañaba por llegar tarde a esos encuentros. Aunque, invariablemente, nos recibía con una gran sonrisa pese a los problemas de salud que sus casi o más de 100 años le aquejaban.

Luego de visitarla me azotaba un pesar: su cerebro era lúcido, con increíble precisión relataba hechos, hablaba de personas. Además, tenía el don de las lenguas: húngaro, inglés, español y algún otro, pero bien hablados. Su cuerpo empezaba a ser frágil, aunque no tanto como su oído, que fue lo primero que se fue apagando, con su correspondiente malestar y desesperación.

Ella participó en el proyecto de Steven Spielberg, sobre el Holocausto. Ella fue parte de la resistencia en uno de los guetos de Hungría. Ella, debido al hecho de no “parecer judía”, tenía la posibilidad de entrar y salir del gueto y apoyar a la resistencia, pasando información y algunos objetos, exponiendo su vida seriamente.

Cuando iba subiendo las escaleras del edificio del Eishel, recordé como un día, después de más de 40 y tanto años de haber abandonado Europa, Teresa Wolf nos dejó fríos. Hablando de muchas cosas, de pronto, como si un viento silencioso abriera una brecha entre todos los presentes, la Tía Tere nos reveló un secreto: “Yo no me llamó Teresa, me llamó Jana. Una mujer húngara, de mi misma edad, parecida a mí, me prestó su carnet de identidad.”

Con este pensamiento en la cabeza, corrí hacia su habitación, quería abrazarla, besar su cabeza blanca y esperar entre divertido y resignado su regaño, por llegar tarde … en verdad ahora sí era muy tarde. Me olvidé que murió hace varios años. Ya no quise tocar la puerta, que ya ha olvidado su nombre. Su recuerdo y su ejemplo me acompañan, pero creo que hubiera sido mucho mejor haberla visitado con más frecuencia.

Sí tía, llegué, otra vez, un poco tarde …