GUSTAVO D. PEREDNIK

En un área específica, el diccionario de la Real Academia Española persevera en una grosera semántica medieval. Así, en su definición de “sinagoga” explica peyorativamente que se trata de una “reunión para fines que se consideran ilícitos”.

Con todo, algunas visitas a sinagogas tuvieron trascendente importancia, como la de Juan Pablo II a la de Roma (13-4-86), que inauguró una nueva etapa de las relaciones judío-cristianas. Se dijo de ella que habían sido necesarios dos milenios para recorrer esos doscientos metros.

O la de los Reyes de España a la de Los Ángeles (1-10-87), que rompió un hielo histórico entre la Diáspora sefardita y la Corona.

También visitas personales a sinagogas tuvieron efectos perdurables. Vayan dos notables ejemplos de hace un siglo, uno de la historia de la filosofía y otro del mundo de la literatura. Ambos derivaron del Día del Perdón (Yom Kipur), el más solemne del calendario judaíco , en 1913 y 1912 respectivamente.

El ingreso de Franz Rosenzweig a la sinagoga ortodoxa de Berlín (11-10-13) lo motivó a escribir su obra magna, que eventualmente devino en un pilar del pensamiento judío contemporaneo: La estrella de la redención.

En la misma festividad del año anterior, otra ópera prima, que en su forma dista mucho del ensayo filosófico aunque se le acerca en la índole de su mensaje, fue inspirada no ya por concurrir a la sinagoga sino, curiosamente, por ausentarse de ella. Así, Franz Kafka había faltado por primera vez a las plegarias de Yom Kipur, y la noche siguiente (22-9-12) produjo un cuento que discurre sobre la culpa, y constituye una de sus narraciones más notables, incluso considerada su obra seminal: La condena.

Los dos mentados tipos de visitas, la del significado histórico y la de la experiencia personal, tienen una forma intermedia. Una buena candidata para albergar una vivencia de esta tercera categoría es la sinagoga Jurva de la Ciudad vieja de Jerusalén, en la que quien escribe estos párrafos acaba de pasear con emoción .

Después de una década de remodelación y dilaciones, el milenario edificio fue reinaugurado el 15 de marzo de 2010, y se yergue en el centro del Barrio Judío hierosolimitano. Colinda con una de las sinagogas activas más antiguas: la que fuera establecida en 1267 por el insigne Najmánides (Rambán). El médico gironés se radicó en Jerusalén ya septuagenario, después de huir de la notoria Disputa de Barcelona.

En mi caminata pude revivir una evocación de Najmánides, después de que el pasado mes de junio me tocara circular por las callejuelas del Call de Gerona y su Ciudad Vieja. Desde allí partió el Rambán a Jerusalén, y su sinagoga fue la más importante de la ciudad desde la época del Segundo Templo de dos mil años. Está cimentada a tres metros bajo el nivel de la calle, según lo impusieron las normas islámicas de superioridad sobre los dhimmies  (éstos debían asegurarse de que en ningún caso sus casas de plegaria fueran más altas que las mezquitas).

Uno de sus muros, accesible por vía de la vecina sinagoga Jurva, exhibe en gran tamaño la misiva que Najmánides enviara a su primogénito en Cataluña, y en esos párrafos describe la desolación de la Ciudad de David debido a diversas invasiones foráneas.

Rambán (1194-1270), también llamado Moshé Ben Najmán Gerondi, o en catalán Bonastruc da Porta, fue el más importante de los Rishonim («primeros», como se denomina a los sabios talmúdicos de entre los siglos XI y XV, a partir de que decayera la influencia de las academias de Babilonia).

Recordemos que la publicación de la Guía de los Perplejos de Maimónides (1190) dio impulso a la filosofía greco-árabe que venía avanzando entre los judíos de España y Provenza, y que eventualmente los estimuló a una lectura alegórica de los relatos bíblicos. Najmánides fue uno de los que se impuso revertir esa tendencia. Yom Tov Ben Abraham de Sevilla (conocido como Ritbá, 1250-1330), admiró tanto a Maimónides como a Najmánides, pero opinó que éste carecía de suficiente formación filosófica.

La mentada Disputa de Barcelona tuvo lugar en el palacio real, en cuatro días entre el 20 y el 31 de julio 1263. Su tema fundamental fue la idea mesiánica, y Rambán debió defender al judaísmo ante los cuestionamientos del apóstata Pablo Cristiani, apoyado éste por el rey Jaime I de Aragón y los frailes Ramón de Peñaforte (dominico y confesor real), Pere de Génova, Arnal de Segura, Giles de Saragón, y Pere Verga.

El sábado posterior a la disputa, Peñaforte impuso su sermón a la sinagoga barcelonense, y al día siguiente Najmánides se presentó ante el rey, quien obsequió trescientos dinares al “maestro de Gerona”. Éste emigró y se asentó inicialmente en Acre, donde concluyó su celebérrimo comentario al pentateuco (1268), que destaca por la centralidad que otorga a la Tierra de Israel, prescribiendo la radicación de los judíos en ella como un precepto vigente en su época.

Rambán revivió la comunidad judía hierosolimitana, que había sido diezmada por los mamelucos en 1244, y su arribo marcó el comienzo de siete siglos de presencia judía ininterrumpida en la Ciudad Vieja, hasta 1948.

La casona de Najmánides es una muestra viva de la judaicidad de esta tierra y de su férreo vínculo con el pueblo judío a lo largo de la historia. Más aún lo es la Jurva, que en hebreo significa “destrucción”. Se llama así porque, después de ser fundada en 1700 por Yehuda He-Jasid (“Judá el piadoso”, un líder místico que condujo de Alemania a Israel a varios centenares de sus seguidores), fue destruida por árabes en 1720.

Reconstruida, vuelta a destruir y a reconstruir una y otra vez, constituye un símbolo pétreo de las comunidades judías y de su destino mancomunado con la Tierra de Israel.

UN FARO DEL TIEMPO

La peor de las muchas desgracias que asolaron a la mansión ocurrió el 26 de mayo de 1948, durante la guerra por la independencia de Israel, cuando 200 litros de explosivos colocados por la Legión Árabe la hicieron estallar hasta sus cimientos. La sinagoga, que en su última época había venido funcionando durante 84 años, volvió a ser literalmente «jurva», y la bandera árabe fue izada sobre sus ruinas para señalar el triunfo (momentáneo) de los invasores.

El solar es emblemático no sólo por el mentado ciclo de arduas reconstrucciones, sino también porque desde su terraza pueden observarse los sitios más representativos de la historia de Jerusalén, tanto de la antigüedad (como el Monte del Templo) como de la modernidad (la Universidad Hebrea, la fortaleza del gobernador británico en la otrora Palestina, el hospital cristiano Augusta Victoria, y varios otros).

Dos eventos históricos del siglo XIX fueron catalizadores políticos de la esperanza en el  retorno de los judíos a Israel.   El primero: el ascenso al poder de Mujamad Alí de Egipto en 1831, quien arrebató Jerusalén al imperio otomano y se vio bien predispuesto ante las expectativas de restauración sionista. El segundo: la Guerra de Crimea de 1853, que nuevamente avivó el anhelo de liberarse del control turco sobre Palestina, y con él del veto a la inmigración judía.

En la primera reinauguración, la piedra fundamental de la Jurva fue colocada el 22 de abril de 1856, en presencia de los notables de la comunidad hebrea en Palestina. Renovó la época dorada de la sinagoga, que se convirtió en la más importante de la Tierra de Israel durante ocho décadas.

Esta sinagoga encapsula casi toda la historia judía. Ojalá los muchos visitantes a Israel, en una época como ésta de incremento turístico sin precedentes, se interesaran más por estos palacios testimoniales., no como los galardonados literatos sionistas, que optan por esforzarse en conocer Ramala y Gaza, en vez de hurgar en el lazo indestructible que unió y une a los judiós con Israel.