CHRISTOPHER HITCHENS

Cuando visité Túnez hace tres meses, pensé que era bastante fácil ver el problema principal.  El Estado estaba públicamente dedicado a la modernidad, el secularismo y el desarrollo -lo que hace mucho tiempo era llamado “occidentalización”- pero realmente no creía que sus ciudadanos fueran adultos. El país había tenido sólo dos jefes de Estado desde que se convirtió en República en 1957, tras de conquistar su independencia de Francia en 1956, y el segundo de ellos había llegado al poder después de un golpe de Estado incruento. Escribí que sin haber visto nunca al presidente Zine El Abidine Ben Ali, hubiera podido pasar un examen sobre sus características físicas superficiales, dado que su rostro era exhibido en cualquier lugar que uno mirara; pocas veces esto es una buena señal. A los policías se le veía en los cafés internet; otro síntoma inquietante. La excusa oficial para todo esto era que se debían adoptar medidas especiales contra los extremistas islámicos, pero quienes ordenaban esta seductora línea habían olvidado lo que Saúl Bellow dice en el comienzo de “Las aventuras de Augie March”. “Todos saben que no hay fineza o exactitud en la supresión: si reprimes una cosa, reprimes la otra.”

No obstante, no era como si Túnez tuviera un ejército masivo e innecesario o que un dictador exorbitante nombrara a cada edificio con su nombre. Comparado con sus vecinos inmediatos, Libia y Argelia, el país había actuado relativamente bien en cuanto a evitar los extremos del despotismo megalomaniaco a la Muammar Khaddafi, y una guerra civil total (que en el caso de Argelia costó la vida de casi 15 mil habitantes). Uno sentía un ambiente político constipado y conformista, más que abiertamente aterrador. Quizá una de las razones por las que las muchedumbres tunesinas se pudieron movilizar tan rápidamente y con resultados tan inmediatos -dividiendo el liderazgo militar de la Policía en cuestión de días- fue simplemente que sabían que podían hacerlo. Había escasa probabilidad del tipo de represión total y derramamiento de sangre que encontraron, digamos, los manifestantes contra los mulás. Por tanto, lamentablemente, es probable que sea prematuro decir que los sucesos en Túnez fueron un heraldo de movimientos populares en otros Estados de la región. (Sin embargo, la respuesta desequilibrada de Khaddafi ante la rebelión, con arengas acerca de la horrible perspectiva de una “revolución bolchevique o estadunidense” fue verdaderamente alentadora. Tan sólo con saber que está sudando… .)

Recuerdo a Edward Said diciéndome que yo disfrutaría mucho un viaje a Túnez; “Debes ir allí, Christopher. Es el país más gentil de África. Incluso los islamistas están altamente civilizados”. Y ciertamente, había un “douceur de vie” parcialmente engañoso en las calles afrancesadas y plazas de pueblos y aldeas mediterráneos, así como en la magnificente ciudad de Kairouan, centro de enseñanza islámica desde hace siglos, los sitios cartagineses y romanos en el propio Túnez y en El Djem, y la isla históricamente judía de Djerba, a corta distancia de la costa sudoriental. Cuando la antigua sinagoga El Ghriba de ese lugar fue atacada con un camión-bomba por al Qaeda en abril de 2002, el Gobierno se apresuró a expresar solidaridad y emprender la reconstrucción, y el Parlamento tunecino era inusual en la región porque tenía un senador judío. A lo largo de los bulevares, parejas de jóvenes en pantalones vaqueros se tomaban de la mano con naturalidad y rara vez vi una cabeza cubierta por una pañoleta, ya no digamos un velo o una burka.

Me interesó ver una entrevista la semana pasada con una joven manifestante, que se describió a sí misma y a sus amigos como “hijos de Bourguiba”. Primer presidente del país, y líder tenaz de su movimiento de independencia, Habib Bourguiba estuvo fuertemente influido por las ideas de la Iluminación Francesa. Su contribución fue unir firmemente, en muchas mentes, el secularismo como parte del autogobierno. Públicamente rompió el ayuno del Ramadán, afirmando que tan larga festividad religiosa era debilitante para las aspiraciones de una economía moderna. Se refirió con desprecio a la regla de cubrirse el rostro y patrocinó una serie de leyes para dar base legal a los derechos de las mujeres. Durante la guerra de 1967 entre Israel y los Estados árabes vecinos adoptó una firme postura de impedir represalias contra la comunidad judía, evitando las lamentables escenas que se vieron en otras capitales árabes. Mucho antes que otros regímenes árabes, Túnez tuvo un interés activo en llegar a un acuerdo serio de paz con Israel (así como ser anfitrión de la OLP después de su expulsión de Beirut en 1982).

No es cosa de idealizar demasiado a Bourguiba (se hizo lo que a veces es llamado “errático” y en un determinado momento consideró la posibilidad de una unión de Túnez con Libia- pero lo cierto es que contribuyó a asegurar que el secularismo de Túnez y la emancipación de las mujeres fuera su obra propia, por así decirlo, en lugar de hacerlo para agradar a los donantes occidentales. Será altamente interesante ver en las semanas siguientes si el logro se mantiene después de que el régimen de Ben Ali, que recuerda el estilo peronista, potencialmente lo ha desacreditado.

Durante mi estancia, visité la Universidad Ez-Zitouna en Túnez, unida a la mezquita “Zitouna” (árbol de aceitunas”), para hablar con una profesora llamada Mongia Souahi. Ella es autora de una obra académica seria, explicando por qué el velo no tiene autoridad en el Corán. Una respuesta proviene de un islamista tunecino exiliado llamado Rachid al-Ghannouchi, quien la calificó de “kuffar” o sea, no creyente. Esto, como todo mundo sabe, es el preludio a declarar su vida perdida por ser una apóstata. Me sentí ligeramente alarmado al ver a Ghannouchi y su organización, Hizb al-Nahda, descrito en la edición dominical de “The New York Times” como “progresista”, y enterarme de que va camino a su hogar desde Londres. La revuelta ha estado libre hasta ahora de matices teológicos, pero cuando estaba hablando con Edward Said, el nombre de al Qaeda en el Maghreb era un desconocido, y atrocidades como el ataque contra Sjerba estaban todavía en el futuro. Debemos esperar fervientemente que la revolución tunecina resulte ser trascendente y mejore sobre las bases del legado de Bourguiba, no que lo niegue.