JOSÉ KAMINER TAUBER

EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDIO

Preludio

En el año de 1930, creció el desaliento en Alemania, lo que llevó a Adolf Hitler y a su Partido nazi a tomar el control del país con un apoyo de la población sin precedentes.  Su primer objetivo fue el Reichstag  (Parlamento), donde sus ideas nacionalistas solucionadas por la violencia hallaron demasiada repercusión debido a la terrible situación económica  en la que se hallaba el país. Así,  en pocos años, el Partido Nazi se convirtió en un bloque fuerte en el Reichstag ganando la mayoría de los escaños.

Finalmente, el 30 de enero de 1933, ante la presión y aconsejado por Franz von Papen, Hindenburg nombró a Hitler canciller. A partir de este momento se inició la creación del Estado nacionalsocialista.

Alemania dejó de lado la República de Weimar y se convirtió en un Estado totalitario al igual que la Italia de Benito Mussolini y la URSS de José Stalin.  Su economía se levantó  con el impulso que le da la industria y la inversión del Estado en infraestructuras.

En el mitín partidista anual celebrado en Núremberg en 1935, los nazis anunciaron las nuevas leyes que institucionalizaban muchas de las teorías raciales prevalecientes en la ideología nazi. Las leyes les negaban a los judíos la ciudadanía alemana y les prohibían casarse o tener relaciones sexuales con personas de “sangre alemana o afín”. Había ordenanzas secundarias a las leyes que inhabilitaban a los judíos para votar y los privaban de la mayor parte de los derechos políticos.

Las leyes de Núremberg, como se las conoció, no definían a un “judío” como alguien que tenía determinadas creencias religiosas, sino que cualquier persona que tuviera tres o cuatro abuelos judíos, era definida como judía, independientemente de si se identificaba como judía o pertenecía a la comunidad religiosa judía. Muchos alemanes que no habían practicado el judaísmo durante años fueron presa del terror nazi. Incluso aquellos que tenían abuelos judíos pero que se habían convertido al cristianismo eran definidos como judíos.

El  12 de marzo de 1938 se realizó la inclusión (Anschluss) de Austria dentro de la Alemania nazi como una provincia del III Reich, pasando de Osterreich a Ostmark (Marca del Este). Estos fueron los primeros grandes pasos en la expansión de Alemania, largamente deseada por Adolf Hitler. En ese mismo año la situación se volvió rápidamente más difícil para los 200.000 judíos y otras minorías en Austria y Alemania. La única manera  para escapar del nazismo era dejar Europa. Para poder salir se tenían que presentar pruebas de la emigración, por lo general un visado de una nación extranjera, o un billete de barco válido. Esto fue difícil, sin embargo, porque en  1938, la Asamblea de Evian (formada por 31 países de un total de 32, que incluye Canadá, Australia y Nueva Zelanda) se negó a aceptar inmigrantes judíos debido a su miedo a la Alemania nazi.

El único país dispuesto a aceptar judíos fue la República Dominicana, que ofreció a aceptar hasta 100.000 refugiados en condiciones generosas.

El ángel de los ojos rasgados

En 1935, Ho Feng comenzó su carrera diplomática en el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de China. Su primer destino fue en Turquía. Posteriormente fue nombrado Primer Secretario de China de la Legación en Viena en 1937. Cuando Austria se adjuntó con la Alemania nazi en 1938, y la legación se convirtió en un consulado, Ho fue asignado el cargo de Cónsul General.

Cuando Austria ya era parte de la Alemania nazi en 1938,  la legación China se convirtió en un consulado, y  Ho Feng  fue asignado al cargo de Cónsul General quien actuando contra las órdenes de su superior Jie Chen (陈介), el embajador de la República de China en Berlín, comenzó a emitir visados a Shanghai por razones humanitarias.

Ho comenzó a emitir visados a Shanghai por razones humanitarias. 1,200 visas fueron emitidas por él, en los primeros tres meses de ocupar un cargo como Cónsul General, aunque en ese momento no era necesario tener un visado para entrar en Shanghai, pero los visados permitieron a los judíos  abandonar Austria. Muchas familias judías viajaron a China, donde la mayoría de ellos más tarde pensaba partir hacia Hong Kong y Australia. Ho Feng continuó la expedición de los visados hasta que recibió la orden de regresar a la República de China en mayo de 1940.

El número exacto de visados que expidió el Dr. Ho a los refugiados judíos no se conoce, para muchos que  fueron salvados a través de sus acciones es desconocido, puede ser de miles.

Las acciones de Ho en Viena fueron inadvertidas durante su vida, pero fueron reconocidas póstumamente en el 2001, cuando en Israel  le concedieron el título de “ justo  entre las naciones” por la organización Yad Vashem.

Más adelante, Ho Feng sirvió como embajador de la  República de China en otros países, que incluyeron a Egipto, México, Bolivia, y Colombia. Después de su retiro, en 1973, Ho radicó en San Francisco en los Estados Unidos, donde escribió sus memorias: “40 años de mi vida diplomática”. Ho Feng murió en San Francisco a la edad de 96 años.

Destino Shanghai

En la década de los años treinta, la ciudad portuaria de Shanghai, junto al delta del rio Yangtsé, en China, se convirtió en el último refugio para muchos europeos. Un asilo al que llegaron los judíos alemanes y austriacos que escapaban de la represión del gobierno alemán presidido por Hitler, en un tiempo en que los países europeos y americanos  les habían cerrado sus fronteras.

En 1937, después dela Batalla de Shanghai, la ciudad cayó en manos de los japoneses que  la ocuparon hasta 1945. A pesar de la presencia nipona, Shanghai tenía el estatuto de ciudad abierta. Era una gran colmena en la que convivían gentes de todo el mundo y que ofrecía terribles contrastes entre la opulencia de los barrios de la antigua colonia inglesa, con grandes edificios, teatros, casinos, bancos, lujosos restaurantes y cabarets, y la miseria de la mayoría de la población china, que se hacinaba en el suburbio de Hongkou, insalubre y de extrema pobreza.

Más de 30.000 personas lograron  alcanzar sus costas antes de que el estallido de la II Guerra Mundial acabase con este asilo, al estrecharse la colaboración entre Alemania y Japón. Colocaron a los refugiados en la zona más pobre y densa de la ciudad. Su vida allí no iba a resultar  nada fácil. Sin alojamiento, sin trabajo, sin ninguna pertenencia, con un desconocimiento absoluto del idioma y costumbres, todos estos emigrantes, la mayoría intelectuales, tuvieron que luchar frenéticamente por obtener un puesto de lavacoches, botones, mozo, transportista, camarero, barrendero… Cualquier oficio que les permitiese sobrevivir con sus familias.

El Shanghai de finales de los años treinta, bajo ocupación japonesa, era una ciudad de extremos: un centro financiero internacional con más de trescientos bancos y lujosos hoteles, pero también una ciudad portuaria plagada de prostíbulos y fumaderos de opio.

Una ciudad en la que los míseros barrios, como el de Hongkou, terminaría convertido en gueto judío.