ISABEL TURRENT EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Mi familia viene de Mallorca y los Chuetas, los descendientes de la judería mallorquina obligada a convertirse en el siglo XV, desarrollaron un cripto judaísmo peculiar. Prisioneros en una isla de la que no podían salir sin despertar las sospechas del Palacio Negro, como se llamaba al edificio que albergaba a la Inquisición, y aislados como en un capelo, practicaron mientras pudieron, un judaísmo propio. Yom Kippur y la “fiesta de la reina Esther”tenían primacía sobre Pesaj.El contagio del catolicismo español, con su hincapié en el pecado, la culpa, y la necesidad de “castigar a la carne”(propia, claro), impregnó las prácticas de los cripto judíos mallorquines de ascetismo y ayunos sin cuento.

De las ventanas de los apretados callejones del barrio judío donde siguieron viviendo los conversos- llamado Call-colgaban grandes piernas de jamón de cerdo, que eran como un talismán para alejar cualquier sospecha de que en esa casa vivían “judaizantes”. La misma función jugaban las ollas de carne de puerco que hervían por horas, hasta obtener unos ladrillos de grasa, blancos y brillantes.

Siglos de persecución y hostilidad acabaron por transformar la conversión forzosa en una asimilación singular: los mallorquines señalan aun ahora a quienes cargan alguno de los 15 apellidos Chuetas, y los Chuetas mismos, se refugiaron en la endogamia y un catolicismo estricto que convirtió al judaísmo en una memoria distante que muchos optaron por enterrar en el silencio.

Dos acontecimientos contribuyeron a fortalecer el olvido. El primero fue la abolición de la Inquisición mallorquina en la segunda década del siglo XIX que abrió las puertas al exilio.Los descendiente de los Chuetas que empezaron a “hacer la América”-sobre todo en el sur del continente-, siguieron hirviendo carne de cerdo, a la vez que evitaban comerlo, colgando jamón serrano en sus cocinas y practicando un catolicismo casi fanático, sin conocer el origen de esas costumbres que poco tenían que ver con las de las sociedades que los cobijaban. Vivían, además, como lo habían hecho por siglos, en medio de una conspiración del silencio. Un silencio que no admitía preguntas.

El impacto de la modernidad en la segunda mitad del siglo XX, fue el segundo factor que ayudó a borrar la memoria: la oleada de turistas y de inmigrantes de la Península que demandaba el sector servicios de Mallorca- que ni sabían ni les importaba el “problema Chueta” -reforzaron la tierra de silencio que cayó sobre la historia mallorquina, incluyendo la centenaria discriminación a las familias Chuetas.

En mi casa, la historia de Isabel, mi abuela mallorquina, era el único islote de silencio en una familia que en todos los otros ámbitos pecaba de lo contrario: todo estaba a discusión y todo era motivo de argumentos apasionados. Nadie sabía que se ocultaba entre las dos únicas fotos de mi abuela que colgaban de la pared: la primera, de una Isabel Picó y Miró joven y bonita, muy parecida, por cierto, a Miró el pintor, y la otra, de una Isabel muy envejecida para sus cuarenta años.

Empecé a preguntar y lo que averigüé me llevó a Mallorca en 1999. Encontré un panorama muy complicado: ningún Chueta quería hablar del “problema chueta”, pero todos los escaparates de las joyerías- y en Mallorca todos los joyeros eran y siguen siendo en buena parte, Chuetas – ofrecían una profusión notable de estrellas de David y de menorahs de oro y plata. Muchos jóvenes del Call, de esos que no querían ni oír hablar de Chuetas, llevaban menorahs colgadas del cuello.

Esa novedosa profesión silenciosa de fe y de identidad era producto, me informaron en voz baja los que sí querían hablar de la existencia de Israel.La guerra de 1967, sobre todo, los había llenado de orgullo.En Mallorca, no había sido una victoria pírrica.

Un grupo de Chuetas emigró a Israel, pero no se aclimató en el país. La mayoría regresó a Mallorca.Los que se quedaron, se volvieron más ortodoxos que los israelíes más ortodoxos: adoptaron un judaísmo cercano a los Haredim y se fueron a vivir a los asentamientos en los territorios ocupados. Un tránsito comprensible porque habían crecido en la atmósfera religiosa de la Isla, que raya en el fanatismo, y un activismo político de derecha compatible con su nueva vida. Algo debe haber también de mecanismos compensatorios. El desafío de vivir en los asentamientos ilegales compensa esas centurias de opresión vividas con la cabeza baja y sumisa.

Me senté a escribir la Aguja de Luz, una historia sobre la familia mallorquina que mi familia mallorquina me había escamoteado por muchos años, y cuando terminé, volví a Mallorca.En ocho años la atmósfera que rodeaba a los Chuetas había cambiado más que en las décadas de la revolución turística.

Habían surgido de la nada organizaciones que recuperaban la memoria histórica, estudiaban abiertamente a la historia Chueta y librerías sobre historia del judaísmo, en cuyos anaqueles figuraban en lugar de honor, libros sobre el Estado de Israel. “¡Si hubiéramos tenido una tierra propia, la historia hubiera sido otra!”es la frase que repiten como mantra los descendientes de Chuetas mallorquines- muchos de ellos católicos fervorosos por lo demás-, cuando se habla de Israel. Un mantra que no es privativo de los Chuetas, pero que carga una historia que si es única y una visión de Israel propia e irrepetible.

Empecé a viajar a Israel una vez al año, mientras escribía el libro sobre Mallorca.La novela era, como todas, producto de una “neurosis privada”,como dijo algún vez un escritor inglés para explicar porque escribía ficción.Los viajes a Israel empezaron como parte de una neurosis pública: mi trabajo como internacionalista en Reforma y en Letras Libres.Pero cada vez que pongo un pie en suelo israelí me acompañan los Chuetas. Ellos le dan color a mi propio Israel. A su vez, el país ha cambiado radicalmente el rumbo de la historia Chueta: ahora ya tenemos una tierra propia.