DIARIO LIBRE/ THE ECONOMIST

El pasado noviembre, los líderes de Irán descubrieron que el presidente de Egipto Hosni Mubarak fomentaba lo que un diplomático estadounidense llamó “un odio visceral” contra la república islámica, y que se refería a los iraníes como “mentirosos”. Hubo desasosiego en Teherán, entre otras cosas porque la fuente de esa información, WikiLeaks, también reveló el apoyo de varios líderes árabes para bombardear a Irán. Al mes siguiente el presidente del parlamento iraní visitó El Cairo para hacer las paces con Mubarak, y hubo conversaciones sobre el restablecimiento de las relaciones diplomáticas rotas en el 1979 por el líder de la revolución islámica de Irán, el Ayatola Ruhollah Khomeini. Aparentemente ahora los iraníes esperan disfrutar de este boom con el sucesor de Mubarak – después de la conclusión de una revolución similar a la suya.

Kayhan, el periódico preferido de la clase gobernante, ha proclamado “el amanecer de Khomeini en el medio oriente árabe”, mientras que el 4 de febrero el líder supremo de Irán, el Ayatola Ali Khamenei, le dijo a los devotos durante las oraciones del viernes que el “despertar islámico” de Egipto se había iniciado “en la mezquita”. Khamenei claramente ha disfrutado la derrota de Mubarak, ese “enemigo de la libertad y lacayo de los sionistas”. En su sermón el ayatola hasta hizo un chiste sobre el nombre de Mubarak, que en árabe significa afortunado, burlándose del “desafortunado régimen” de Egipto.

Sin embargo, es poco probable que muchos iraníes de alto rango esperen que Egipto siga el patrón de 1979. Mucho más que la distancia física divide a los dos gigantes del medio oriente: Los chiítas de habla persa de Irán se relacionan con dificultad con los árabes sunita del sur mediterráneo, a quienes consideran culturalmente inferiores. Las comparaciones alarmistas de los occidentales también podrían ser engañosas. El levantamiento de Irán de 1978-79 fue fuertemente islámico, mientras que el del Cairo no lo es – por lo menos no todavía. Sin embargo, en la opinión de los iraníes, la caída de Mubarak solo puede resultar en un gobierno menos amistoso hacia Israel y menos “servil”, como dice Khamenei, ante los Estados Unidos – un gobierno más afín al corazón revolucionario de Irán.

La reacción del depositario principal de las esperanzas iraníes, la Hermandad Musulmana de Egipto, ha sido cautelosa – como era de esperarse de un grupo cuyo radicalismo está bajo el escrutinio mundial. Pocas horas después del sermón de Khamenei, la página web en inglés de la Hermandad, declaraba que el levantamiento egipcio no era “islámico”, sino una acción popular “totalmente separada de cualquier grupo islámico”. Kamal el-Helbawi, un ex portavoz de la Hermandad, hizo el mismo señalamiento en una entrevista de la BBC, pero le agradeció a Khamenei por su apoyo y expresó su esperanza de que Egipto pudiera tener un “buen” y “valiente” presidente como Mahmoud Ahmadinejad de Irán.

La perspectiva de una alianza entre el Irán revolucionario y los elementos islámicos en un nuevo gobierno egipcio es una pesadilla para los Estados Unidos e Israel. Irán ya disfruta de una gran influencia en el Líbano a través de su representante allí, Hizbullah, y tiene buenas relaciones con Hamas (un retoño de la Hermandad Musulmana), en la Franja de Gaza en Israel. Si Irán pudiese establecer buenas relaciones con personas de alto rango en Egipto, donde Ahmadinejad es popular por desafiar al occidente, la sensación de encerramiento de Israel de parte de su más formidable adversario sería casi completa.

Sin embargo, para Irán, la oportunidad en el extranjero está ocurriendo en un momento de agudas preocupaciones internas. Un régimen de sanciones internacionales impuesto a consecuencia del contencioso programa nuclear del país es punzante, exacerbado por un reciente recorte de subsidios estatales, mientras que las protestas que siguieron a la disputada reelección en el 2009, han estimulado a la República Islámica a desembarazarse de los últimos vestigios de democracia. Los medios están amordazados y las ejecuciones tienen lugar a razón de casi dos por día. Los principales perdedores de las elecciones del 2009, Mir hossein Mousavi y Mehdi Karroubi, han acusado a la República Islámica de haber resucitado la monarquía, “solo que esta vez en nombre de la religión”.

Los partidarios de los señores Mousavi y Karroubi consideran que fue su Movimiento Verde, y no la revolución de 1979, lo que inspiró las protestas en el mundo árabe. Pero ellos se preguntan por qué su movimiento fue sangrientamente destrozado mientras que los de Egipto y Túnez han prosperado. Confía Karroubi en que una gran demostración planeada para la semana próxima en Teherán, ostensiblemente en apoyo a las protestas egipcias, será también un reto para el gobierno de Irán. Entre muchos iraníes, una emoción poco familiar por los por tanto tiempo ridiculizados árabes está en evidencia: envidia.