JACINTO ANTÓN

Era el 23 de mayo de 1960. A las cinco de la tarde, Tuviah Friedman recibió la llamada de un amigo periodista en su oficina de Haifa. “Tengo una gran noticia para ti. Hace una hora Ben Gurion ha anunciado a la Knesset la captura de Eichmann”. Fue el mejor y el peor momento en la vida de Friedman. “Entendí por primera vez cómo debió sentirse Moisés al ver desde la otra orilla del Jordán la Tierra Prometida que nunca pisaría”, escribió. “Las manos me temblaban, sentía un nudo en la garganta”. Al poco, bajó a la calle y vio en los kioskos la edición especial de Ma’ariv. “Fui incapaz de comprarla para leer como algún otro había atrapado a Eichmann”.

Y es que cazar a Eichmann fue la gran obsesión de la vida de Friedman, con Simon Wiesenthal uno de los más tenaces monteros en la persecución de las bestias nazis tras la II Guerra Mundial. Friedman, mucho menos conocido popularmente que su mediático colega, falleció el pasado 13 de enero en Haifa a los 88 años después de haber dedicado su vida a pasar cuentas a los criminales del régimen hitleriano. A diferencia de Wiesenthal, que prefería el mucho más políticamente correcto término justicia, Friedman nunca dejó de usar, saboreándola, la palabra venganza. Le conocían como El Despiadado y tituló muy expresivamente sus memorias, de 1961, El cazador.

Tuviah Friedman, conocido familiarmente como Tadek, había nacido en 1922 en Radom, una pequeña localidad industrial en el corazón de Polonia. Su padre era impresor, su madre tenía una tienda de ropa. La barbarie hitleriana arrasó su vida. Sus padres, su hermana pequeña Ikta y su hermano menor Hershela murieron a manos de los nazis.

Mucho después de la guerra supo que su hermana mayor Bella, deportada a Auschwitz, se había salvado. Él sobrevivió a los guetos, a los trabajos forzados en los campos y la violencia arbitraria de los SS, endureciéndose como el hierro en el fuego que brotaba a su alrededor. En una ocasión, se evadió plantando una bayoneta en la nuca de un soldado alemán.

Al final de la guerra se enroló en el ejército polaco y fue enviado a Danzing para rastrear a los alemanes que se escondían en la ciudad en ruinas. Demostró talento innato para las misiones policiales y para los interrogatorios de los SS prisioneros, en los que se empleó con enorme rabia.

En 1946 dejó el ejército y mientras se ponía en contacto con la Bricha, la organización de escape a Palestina de los judíos supervivientes del Holocausto, se dedicó a cazar algunos nazis por su cuenta. Para atrapar a un oficial de las SS que había operado en Radom no dudó en introducirse en un campo de prisioneros de los Aliados haciéndose pasar él mismo por SS y vistiendo el uniforme; un episodio digno de la novela de Forsyth Odessa.

El momento fundamental en la existencia de Friedman fue el encuentro en Viena con el representante de la paramilitar y secreta Haganah, Arthur Pier (luego devenido Asher Ben Natar y director general del ministerio de Defensa israelí). Este, a la vista de la experiencia de Friedman, le pidió su colaboración para perseguir criminales de guerra. “Comprendí que había nacido y sobrevivido para eso”, dijo años después. Durante el encuentro, Pier le preguntó: “¿Ha oído hablar de Eichmann?”. Friedman le respondió que no. “Usted debe encontrar a Eichmann, debe encontrarlo”, le recalcó su interlocutor.

Desde entonces, Friedman no tuvo otro horizonte. En el camino, cazó otras muchas presas, pero su gran objetivo era el cerebro práctico del Holocausto, el hombre que hacía circular los trenes de la muerte, que era “el diablo encarnado”. Durante un tiempo su destino se cruzó con el de Wiesenthal y trabajaron juntos en Viena, cada uno con su propio centro de documentación, soñando ambos con atrapar a Eichmann.

En 1952, a instancias de su esposa, Anna, que quería hacerle olvidar su obsesión, emigró a Israel. Wiesenthal lo despidió: “Tadek, no dejes que los israelíes se olviden de Eichmann”. No lo hizo. Su gran contribución a la caza del genocida fue un error: convencido de que Eichmann se escondía en Kuwait, lanzó la noticia por todo el mundo. Entonces recibió la carta indignada de un individuo que lo había visto en Argentina…

A Eichmann lo cazó allí un equipo del Mossad. El papel exacto de Friedman, como el de Wiesenthal, ha sido muy controvertido (véase el esclarecedor Hunting Eichmann, de Neal Bascomb, 2009). Pero es cierto que sin él la pista del viejo asesino se hubiera enfriado.
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