El Rabino Mordejay Babor ya no está en el Templo Shaaré Shalom. Ésta es la carta de uno de los feligreses a quien el Rabino cambió la vida.

ANDRE MOUSSALI

Desde joven siempre había pensado que el ser humano suele huir de su propia libertad al adherirse a principios incuestionables como las creencias religiosas. En aquel entonces estaba yo inmerso en las obras filosóficas y de ficción de Jean Paul Sartre y Albert Camus. Mi fe en la religión era más bien una cuestión de tradición familiar. Iba yo al templo impulsado por mi familia y por la sociedad en la que vivía.

Al fallecer mi padre hace décadas, seguido luego por el fallecimiento de mi madre, tenía que ir al templo para recitar diario el Kadish. Lo hacía en una forma rutinaria, por respeto a aquellos que me dieron la vida. Escogí una sinagoga muy cerca de mi domicilio, el templo Shaare Shalom, donde conocí al Rabino Mordejayi Babor. Fui conociéndolo cada vez más y escuchaba con atención sus sermones los viernes en la noche y los sábados en la mañana.

Esto me impulsó a profundizar mis conocimientos de la Torah. Primero leía las explicaciones de los Perashiot de la semana en los libros que él mismo había publicado, y con el paso del tiempo me fui enterando de los acontecimientos que sucedieron durante milenios a nuestro pueblo, sus vicisitudes y sus triunfos, y me fascinaron las múltiples explicaciones a cada acontecimiento que daban nuestros profetas.

Me ayudaron en mis momentos de tristeza y me reconfortaron en mi desesperación, cuando necesitaba la ayuda de alguien que me sacara de esas etapas depresivas que no faltan en la vida de cualquier ser humano. Fueron con frecuencia un antídoto contra el miedo y la angustia.

Muy seguido acudía al Rabino para que me resolviera mis dudas y respondiera a mis preguntas. Sus explicaciones no eran dogmáticas ni tajantes, sino bastante humanas. Por eso me duele que se haya ido. Su presencia era parte fundamental de este templo, que se había vuelto un lugar que visitaba yo con frecuencia durante la semana. Me restableció mi fe en Dios y en lo seres humanos. Fue un orgullo haberlo conocido.