ADELA MICHA

El viernes 11 de marzo de 2011 a las 2:46 de la tarde, hoy hace casi una semana, un terremoto de 9 grados Richter, el cuarto mayor de toda la historia, el más grave en Japón, nos muestra la fuerza impresionante que puede desatar el caos provocado por la furia de la naturaleza. A partir de ese día todo el resto del mundo mira hacia Japón con miedo y gravedad. Tenemos en mente las imágenes impactantes de todo el noreste japonés: el puerto de Sendai, la ciudad de Hachinohe, el complejo petrolero de Ichikawa, las centrales nucleares de Fukushima, el distrito naval de Miyagi. Esto no es Kobe en 1995. Es un monstruo naciendo que todavía no define sus verdaderas dimensiones.

Son las horas del pánico colectivo; como montaje de un drama con múltiples escenarios: el desastre natural, los muertos, los heridos, los desaparecidos; las pérdidas materiales: ciudades completas, comunidades desaparecidas; destrucción a todos los niveles: yates, barcos, autos, casas, edificios.

Y al sismo, una hora después, siguió el tsunami: comunidades costeras enteras bajo el agua. Avionetas volteadas sobre autos apilados; barcos y yates estrellados contra puentes y edificios. El mar devorando casas y arrastrando cientos de autos, camionetas, tráilers. Un tren con cientos de pasajeros desaparece bajo las olas.

Y al día siguiente otra pesadilla que es prioridad, la crisis nuclear. Cuatro reactores de la Central de la prefectura de Fukushima son el principal foco rojo en el planeta. Hay explosiones, incendios, fuga radioactiva.

Y después la amenaza del colapso económico y financiero; se tambalea la tercera economía del mundo y abre la puerta a una nueva crisis económica en el planeta.

En materia nuclear, los expertos dicen: las próximas 48 horas serán decisivas. Francia habla de fuga radiactiva nivel 6, sólo una escala menor que en Chernobyl, Ucrania.
Otros dicen que ya hay otro Chernobyl, pero en cámara lenta y con saldos y repercusiones más graves.

La lección inmediata de Fukushima es el peligro que plantea el manejo de la energía atómica. Suiza, Alemania y Francia cancelan programas y cierran plantas. México revisa sus sistemas de seguridad en la núcleoeléctrica de Laguna Verde, Veracruz, que tiene 20 años de funcionar.

El secretario de Salud, José Ángel Córdova, informa que por medio de Aduanas y de la Cofepris revisan todos los productos, comestibles o no, que llegan de Japón. Y sugieren a mexicanos no viajar al archipiélago.

La crisis nuclear parece estar a horas de quedar fuera de control. La alerta mueve a todo el mundo. El miedo llega a Europa, Asia, América.
En Japón se habla ya de 15 mil muertos y desaparecidos. De 75 mil edificios y viviendas destruidos. Hay traslado de poblaciones de sobrevivientes. Hay medio millón de personas en dos mil 500 albergues. Millones de casas sin electricidad, incluido el Palacio Imperial. Hay caos, en el aeropuerto de Narita, por miles queriendo huir.

Desde Chernobyl nunca, que yo recuerde, un terremoto, un tsunami, una fuga radioactiva y una nueva e incipiente crisis económica mundial a la puerta, han puesto en alerta a tantas naciones simultáneamente. Y hay quien dice que lo peor aún está por venir. No es una película. Es la realidad jamás imaginada por escritor alguno, desde el viernes pasado, el Día del Tsunami.