SARA COHEN SHABOT EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Ayer por la noche, mi esposo Ron y yo – como miles de israelíes – fuimos espectadores, durante casi tres horas, de la final de la tercera y más vista temporada del “Big Brother” en Israel. Es cierto que me avergüenza un poco reconocerlo: una intelectual como yo siguiendo la temporada de uno de los programas de “reality” más superfluos de la historia de los “realities”; y es que a decir verdad, a pesar de que puedo argumentar que seguí el programa por razones de interés “sociológico”, lo cierto es que también me divertí en varias ocasiones y seguí con curiosidad los dramas y los romances que se fueron creando durante la temporada.

En esta corta reflexión quisiera solamente hablar sobre la forma a la que a mi parecer el Big Brother se presenta como un microcosmos de la sociedad israelí (tal vez de toda sociedad en la que sucede) y de la manera en la que el seguimiento masivo del programa por miles y miles de israelíes pone en claro la enorme sed de escapismo de la que es presa la sociedad israelí actual.

Es necesario aclarar: la sociedad israelí no ha seguido un patrón distinto al de otras sociedades occidentales en las que el programa se ha llevado a cabo.

En varios lugares de Europa, por ejemplo, el Big Brother ha sido también una gran atracción, en especial en sus primeras temporadas. Así que no quiero pecar de cruel con los israelíes: creo que también nosotros nos merecemos (tal vez especialmente nosotros) un cierto grado de escapismo. El problema es si en la situación actual de Israel, y de lo que pasa actualmente con nuestros vecinos, podemos darnos el lujo de volcarnos completamente hacia una realidad imaginaria, alienada, completamente desconectada de la alarmante realidad política y social que estamos viviendo.

Y es que la actual temporada del Big Brother fue especialmente alienada: por primera vez, en las tres temporadas que lleva el programa, ninguno de los participantes fue árabe y por primera vez – casualmente o no – los participantes se las arreglaron para no tener ninguna discusión política durante los más de tres meses que habitaron la casa. Esto no es algo trivial: hay que recordar que en la casa del Big Brother las condiciones están dadas para que los participantes alcancen a hablar y a discutir casi de cualquier tema posible. Ellos se encuentran encerrados en la casa, sin nada que los pueda conectar con el mundo exterior: sin televisión, sin prensa, sin libros, sin internet, teléfono o ningún otro medio posible de comunicación. Es sabido que una de las cosas más difíciles de soportar en la casa es el aburrimiento; este aburrimiento es por supuesto creado intencionalmente, para de esta manera crear intrigas y dramas por cualquier tema entre los participantes. ¿Cómo es posible explicar, entonces, la ausencia absoluta de conversaciones sobre temas políticos o sociales dentro de la casa? ¿Cómo puede ser que en un país en el cual la realidad política es tan compleja, en el cual preguntas sobre guerra y paz, terror y fronteras, ocupación y asentamientos se debaten constantemente y en el cual las diferencias sociales se han vuelto abismales, los participantes del Big Brother no hayan encontrado – durante todas sus decenas de días y noches de tedio – un pequeño espacio para discutir sobre nada de esto?

Mi única respuesta es más que pesimista. Tal como lo propuse anteriormente, el Big Brother es un microcosmos de la sociedad israelí y el seguimiento masivo del programa revela la empatía de la sociedad con lo que ahí se presenta. La verdad es, que los israelíes no son menos apáticos a la realidad que los rodea que los propios participantes del Big Brother: nadie quiere oír de política, nadie quiere discutir sobre ella y nadie quiere apesadumbrarse sobre la manera en la que la clase media ha ido y seguirá deteriorándose. Esta actitud es altamente peligrosa, es una actitud que revela un hartazgo respecto a las instituciones y que muchas veces se encuentra en la base del deterioro de la democracia.

Pan y circo -con énfasis en el circo- es lo que los israelíes quieren. El mundo a nuestro alrededor arde; las revueltas en el mundo árabe ponen en tela de juicio la estabilidad de la zona entera y el Hamas ha comenzado de nuevo a hacer de las suyas desde Gaza. Nada importa. El Big Brother terminó, pero habrá otra nueva temporada. Mientras tanto, a partir del sábado próximo empieza a televisarse la nueva temporada de “Cojav Nolad”, el “American Idol” israelí. Afortunados nosotros: no nos quedaremos ni una semana sin nuestra buena dosis de escapismo.