MARIO NUDELSTEJER T.

El 17 de julio de 1936 queda no solo en la historia sino en la memoria de la humanidad, y de los españoles que tuvieron que confrontar la ignominia de un asedio cruel a la democracia que, bajo la bota del fascismo franquista, permanecería como la espada de Damocles sobre el cuello de España y, a manera de sombra perniciosa, en persecución de los adeptos republicanos en cualquier parte del mundo donde quiera se encontraran.

El Bienio Progresista, durante el cual el Gobierno de la República, estructurado por distintas formaciones republicanas de izquierda (Acción Republicana, radicales-socialistas, Etc.) y el Partido Socialista, trata de poner en marcha una serie de leyes de alto contenido social. El fracaso y la lentitud en la aplicación de las mismas llevan a un descontento popular, que culmina en una serie de levantamientos anarquistas (en enero y diciembre de 1933), reprimidos con dureza y que provocan un fuerte escándalo político, la posterior caída del Gobierno y la celebración de elecciones anticipadas en 1933.

Pero el desarrollo más conmovedor de esta conflagración no lo es precisamente el partidismo político de derechas o izquierdas, sino la saña con que se amedrentó a la población civil solo por las ideas que cada quien tenía, especialmente contra todo aquel que manifestara o tuviera alguna opinión a favor de un régimen social igualitario y equitativo; democrático y plural como el Republicano, para ser concretos.

En este orden, ya no vale la pena recapitular sobre los excesos de la aviación franquista contra las ciudades, que a lo largo de España sufrieron la destrucción y el arrazamiento hasta los cimientos con la consecuente pérdida de vidas civiles y el des-arraigamiento de familias enteras de su tierra natal. Sin embargo es de destacarse el estoicismo, la valentía y el sacrificio de madres y padres por mantener la unidad y cohesión de su familia y de su entorno social, aún en circunstancias por demás adversas y ante una carencia mayúscula de los más mínimos recursos básicos. La resignación ante los acontecimientos no fue impedimento para una heroica búsqueda de salida humanitaria a todo este desorden general de la vida. No fue la guerra un impedimento para demostrar que aún existían sentimientos por quienes sufrieron el desplazamiento injusto, dejando sus hogares y sus pertenencias, su sustento y lo que significa el abandono de sus raíces. Y, pese a todo, mantuvieron sus principios de forma tenaz y nunca olvidaron sus valores, los valores de la democracia ganada a pulso.

Para entender esta etapa es preciso definir que en ese entonces el Presidente de la República Española, hasta casi el fin de la guerra, fue Manuel Azaña, un liberal anticlerical procedente del partido Izquierda Republicana. El Gobierno republicano estaba encabezado, a comienzos de septiembre de 1936 por el líder del Partido Socialista Francisco Largo Caballero, seguido en mayo de 1937 por Juan Negrín, también socialista, quien permaneció como Jefe del Gobierno durante el resto de la guerra y continuó como Jefe del Gobierno republicano en el exilio hasta 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial. Pero la derecha reaccionó con violencia y sobrevino la debacle, que fue aprovechada por nazis y fascistas para probar sus nuevos armamentos y comprobar su fortaleza surgida del encono, por lo que la lucha en pos de erradicar a la Segunda República Española duraría hasta bien iniciada esa infamante Segunda Guerra Mundial.

Entendiendo que, como una de las principales premisas de oposición a la tendencia totalitaria que empezaba a definirse en Europa, era imprescindible apoyar decididamente a la República Española, mucha gente en el extranjero se alistó para combatir a favor de aquella incipiente democracia.

Es así, por ejemplo, que con los aviones que la República compró a Francia, André Malraux forma la Escuadrilla España y pasa a actuar en Extremadura. Al principio obtiene éxitos relativos retrasando a las tropas nacionalistas en su avance para unir las dos zonas sublevadas. Tómese en cuenta que a la aviación rebelde de la Falange le dieron apoyo aéreo efectivo los fascistas italianos y los nazis alemanes que ya estaban en el poder desde 1933.

Por otro lado, van llegando a sumarse al esfuerzo republicano infinidad de combatientes que se englobarían en lo que se dio por definir como Brigadas Internacionales. Ya para entonces la Guerra Civil en España era una definición de lo que sería el desenvolvimiento de la Segunda Guerra Mundial, y el alcance que tendría sobre la población civil europea: El inicio de los campos de concentración sufrido por los republicanos españoles, no era sino una muestra de lo que se veía venir para judíos, gitanos y 14 millones de almas bajo el dominio de los Nacional-Socialistas alemanes en más de la mitad del antiguo continente.

Las principales potencias democráticas de Europa, Francia (salvo un período inicial en el que vendió aviones y proporcionó pilotos a la República) y Gran Bretaña, se mantuvieron oficialmente neutrales, pero dicha neutralidad era engañosa ya que impusieron un embargo de armas y un bloqueo naval a España (poco efectivo, puesto que los dos bandos recibieron armamento y municiones por vía marítima), además de intentar desalentar a la participación antifascista de sus ciudadanos, en apoyo de la causa republicana. Pero, pese a estos intentos, muchos franceses e ingleses (Malraux, Orwell, y muchos otros) contribuyeron individualmente como voluntarios en la desigual lucha.

Para esa indefinición eran dos los temores que alimentaban esta política: el triunfo de la revolución en España y una confrontación total en el ámbito europeo. A pesar de todo, el hecho cierto es que, mientras los nacionales recibieron armamento, equipo y efectivos de las potencias fascistas, la República solo recibió ayuda importante desde la lejana URSS y, en mucha menor medida, de México. Las principales democracias occidentales (Gran Bretaña, Francia o los Estados Unidos) no le prestaron ayuda, temerosas de su carácter revolucionario y de un enfrentamiento abierto con Alemania e Italia, que luego sería inevitable.

Las potencias democráticas, concentradas en su política de apaciguamiento de los regímenes fascistas, no miraban con buenos ojos la oposición frontal de las izquierdas revolucionarias, en las que veían una cierta amenaza de que se extendiera el mal ejemplo soviético. Por ello, la República era vista por esos países como un régimen inclinado a un comunismo al que no le tenían gran simpatía.

El Comintern ruso organizó y dirigió, a través del NKVD, una tropa de voluntarios para que fueran a luchar en favor de la República, las popularmente conocidas Brigadas Internacionales. Así, se sumaban los voluntarios americanos formando el Batallón Lincoln (de donde surgiría el Batallón judío “Botwin”) y los canadienses el Batallón Mackenzie-Papineau (los Mac-Paps). También hubo un pequeño grupo de pilotos estadounidenses que formaron el Escuadrón Yankee, liderado por Bert Acosta. Entre los brigadistas famosos, escritores y poetas como Ralph Fox, Ernest Hemingway, Charles Donelly, John Cornford y Christopher Caudwell que describirían más tarde, en obras que conoció el orbe, sus experiencias en el frente.

Alrededor de 40 mil brigadistas y otros 20 mil sirvieron en unidades médicas o auxiliares. El 23 de septiembre de 1938 se ordenó su retirada total, con el fin de modificar la posición de no intervención mantenida por el Reino Unido y Francia.

México apoyó la causa republicana de forma militar, diplomática y moral: proveyendo a las fuerzas leales de 20.000 rifles, municiones (se habla de un aproximado de 28 millones de cartuchos), 8 baterías de artillería, algunos aviones y comida, así como creando asilos para los intelectuales, familias y niños que llegaron al puerto de Veracruz, como los 456 Niños de Morelia (7 de junio de 1937). Francia facilitó a la República, al principio de la guerra, aviones y pilotos, ¡por los que cobró unos 150 millones de dólares!

Durante la Guerra Civil Española de 1936 a 1939, muchos pueblos y ciudades, a lo largo de la geografía española fueron total o parcialmente destruidos. Una vez finalizada la guerra, la derecha que apoyó la dictadura de Franco constituyó la Dirección General de Regiones Devastadas, la que asumió la función de reconstruirlas; pero el daño moral estaba hecho.
Entre muchas poblaciones devastadas, se encontraban:
En Asturias: La Foz, Oviedo, Pendones, Tarna y Villamanin.
En Vizcaya: la famosa Guernica, que inmortalizara Picaso en su obra homónima a esta ciudad.
Para Cantabria: Las Rozas de Valdearroyo.
Por Castellón: Benafer y Xilxes.
En Guadalajara: Gajanejos, Hita y Masegoso de Tajuña.
Para Guipúzcoa: Éibar.
Por Huesca: Banariés, Banastás, Huerrios, Igriés y Lascascas.
Y en Madrid: los barrios de Brunete, La Hiruela, Prádena del Rincón, Villanueva de la Cañada y Villanueva del Pardillo.
Así como en Teruel: Híjar.
Y en Zaragoza: Belchite.