ENRIQUE RIVERA

El auditorio del Museo Memoria y Tolerancia fue el lugar donde se llevó a cabo la premier Memories of Ana Frank: Reflections of a Childhood Friend o simplemente Mis Memorias de Ana, de Alison Leslie Gold, la escritora americana quien recopiló el largo relato de Hanneli Goslar, la mejor amiga de Ana Frank en Ámsterdam.

La premiere estuvo antecedida por una alfombra roja, por donde pasaron algunos actores, la mayoría jóvenes, que accedieron a este evento. Al pasar a la sala de proyección, era notoria la cantidad de jóvenes e incluso niños, así como familias enteras, que acudieron a la proyección de esta cinta.

El público, compuesto tanto por miembros de la comunidad judía como por gentiles, prácticamente llenó el auditorio y una sala que se habilitó para el mismo fin.

La película, dirigida por Alberto Negrin, tiene muy buena factura, con momentos muy logrados y una fotografía sobresaliente. Como espectador debo de señalar el hecho de la resistencia que opuse para no involucrarme. Cada tanto, tenía que mandarme un mensaje: “Es ficción, no está pasando”.

Y es que las escenas de violencia, si bien medida, especialmente las del desalojo y persecución de los judíos en Amsterdam y a su llegada a Auschwitz, son fuertes, desequilibrantes. Es difícil permanecer impasible ante una ficción basada en hechos históricos que reflejan una realidad cruel, inhumana e irracional.

Estas escenas me causaban un escalofrío que de pronto amenazaba con salirse de control, al pensar que los niños y niñas representados allí podían haber sido mis hijos, amenazados por una maquinaría irracional y sanguinaria.

Tuve la suerte de tener a mi diestra una mujer no judía y a mi izquierda una judía. No pude menos que observar sus reacciones. La primera, se llevaba continuamente los dedos a la barbilla, en una actitud de incredulidad, como luchando por entender y por creer. La segunda, continuamente llevaba sus dedos a los ojos, enjugándose las lágrimas. ¿Yo?, yo creo que a ratos lloraba por un ojo y luego por el otro. Mi cabeza buscaba afanosamente una palabra para definir, marcar y destruir verbalmente a los nazis. Al mismo tiempo, buscaba una palabra para bendecir la memoria de las victimas del genocidio, en especial a los niños. En algún lugar de mi mente se entretejían los relatos oídos de primera o segunda mano.

En otro lado, pensaba en estrictos términos cinematográficos y entonces veía que la representación de los prisioneros no correspondía ni remotamente a los documentos y testimonios que dan cuenta de los despojos humanos vivientes que encontraron los soldados rusos o americanos cuando llegaron a las Fábricas de la Muerte.

En resumen, una película que vale la pena verse.