EVA REUSS

Se indignó tantísimo cuando supo que el diseñador John Galliano, totalmente ebrio, había declarado aquello de “adoro a Hitler” que renunció drásticamente a ponerse el vestido de su firma que había elegido para la ceremonia de los Oscar. El motivo era evidente pero, además, el insulto hería aún más a una judía que no se siente muy religiosa pero sí conserva toda la tradición heredada de su familia. Bueno, no toda, porque Natalie –nombre que procede del latín natale domini, día de Navidad– no se casará con un judío como marca la costumbre sino con el padre de su hijo –un varón– que nacerá a finales de la primavera y que le enseñó todos los trucos para que pareciera que sabía bailar en la película que le dio el Oscar. Benjamin Millepied es un coreógrafo francés que empezó a bailar con ocho años, estudió en el Conservatorio Nacional de Lyon y a los 18 años se mudó a Nueva York, donde se hizo muy famoso por su talento. Por ello fue escogido para coreografiar la artificiosa Black Swan y allí se produjo el flechazo. Portman había tenido que estudiar nueve meses danza clásica, tiempo absolutamente insuficiente como para que no tuviera que doblarla una prima ballerina. Meses después del estreno, el escándalo ha salpicado a toda la prensa norteamericana: Sarah Lane, su doble en la película, asegura que la actriz sólo realizó el 5% de los saltos y piruetas que se suceden en la película, mientras que Benjamin, su novio, asegura que ella ejecutó un 85% y Daniel Aronovski, el director, dice que son suyos el 80%. La actriz israelí ha quitado importancia al asunto alegando: “No pienso entrar en esos cotilleos y tonterías. Me dieron el Oscar por mi trabajo, la experiencia fue inolvidable y no voy a entrar al trapo”. Es lógico que se defienda, pero los amantes del ballet clásico jamás admitiríamos que los fouettés (la doble o triple pirueta sobre puntas más complicada del ballet) de Natalie como cisne negro hayan sido realizados por un bailarín con menos de 20 años de experiencia.

Correveidiles aparte, lo cierto es que esta mujer pequeñita, reservada, monísima pero no guapísima, licenciada en Psicología nada menos que en Harvard y con 1.000 registros para transmitirnos emociones con sólo una mirada, se ha convertido en la estrella de moda en Hollywood. Los directores y productores la eligen por su arte, maneras a lo Audrey y un magnetismo especial que no saben definir pero que recuerda al que los publicitarios sienten por Kate Moss.También su participación en más de 35 películas –entre ellas Mars Attacks o Los fantasmas de Goya junto a Javier Bardem– y su ardua labor como escritora, productora y directora de más de cinco películas– le han aportado un bonus de savoir faire. Además, es la nueva imagen de la campaña de la fragancia Miss Dior para todo el mundo en unas fotografías espectaculares.

A su público le chifla y, encima, tiene un gran gusto a la hora de vestir –perfecta con aquel vestido de Víctor & Rolf con una gran rosa en la entrega de su Globo de Oro e ideal en la entrega de su máximo premio con aquel tono entre fucsia y malva–. Igualmente, tiene un estilo especial a la hora de peinarse, natural y antiostentoso que sólo supera la eternabienpeinada Nicole Kidman y no ha entrado aún en la neurosis del botox a troche y moche. En estos días se han estrenado o estrenan tres películas suyas: Your highness –una comedia tronchante de aventuras ambientada en la Edad Media en la que Natalie enseña el trasero (ya ha surgido otra protestona diciendo que esos glúteos son suyos y no de la Portman)–; Sin compromiso, con Ashton Kutcher, y Thor, de Kenneth Branagh, al estilo del comic épico fantástico. Su ascenso es irresistible. Un último chascarrillo: algunos de los maillots que utilizó como cisne negro salieron del taller de confección de la japonesa Yumiko Takesshima, en el municipio sevillano de Cazalla de la Sierra.

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