MILENIO SEMANAL/ ENLACE JUDÍO

El ocho de mayo de 1945 la Alemania nazi firma el Acta de rendición militar. La Segunda Guerra Mundial había dejado millones de muertos y una de las más terribles lecciones de crueldad. El Tercer Reich, que habría de durar un milenio, fue destruido por los Aliados luego de 12 años de un régimen de terror y odio racial, incluidos los cinco largos años de la conflagración. Tristemente, el nazismo no terminó ahí.

Mi lucha, el libro escrito por Adolfo Hitler en la prisión de Landsberg en 1924, es un farragoso compendio de casi 800 páginas de mitos y prejuicios, memoria autobiográfica y declaraciones de odio a la Ilustración francesa, al capitalismo estadunidense y a las “razas inferiores”. “Programa del terror, proyecto racista y totalitario, voluntad manifiesta de dominar el mundo, nunca fue un libro oscuro o hermético”, escribe Antoine Vitkine en Mein Kampf. Historia de un libro (Anagrama, 2011). Best seller en Alemania desde 1921, Mi lucha alcanzó los 12 millones de ejemplares durante el Tercer Reich, cuando fueron vendidos o regalados y lectura obligatoria para funcionarios, científicos y profesores e incluso obsequio a las parejas recién casadas. El libro de Vitkine, documentalista y periodista francés, es una minuciosa y apasionante investigación sobre el origen de “la biblia nazi” y de su amplia circulación en Alemania y después en Inglaterra, Francia, España, Estados Unidos, Egipto y Turquía, con los entresijos de permisos, contratos y traducciones, las ediciones clandestinas, las querellas legales y las razones estratégicas por las cuales algunos párrafos debían omitirse por indicaciones del autor. Las regalías convirtieron a Hitler en un hombre rico.

Hitler era un joven amargado por la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial —de la que, según él, los judíos eran culpables, pues los creía dueños de las finanzas mundiales, a la cabeza de las democracias liberales de Occidente y del bolchevismo en la naciente Unión Soviética—; se afilia al Partido de los Trabajadores Alemanes —que pronto añadiría el Nacionalsocialista a su nombre—, y destaca como orador a favor de la Gran Alemania, una Alemania anticapitalista y en la que los judíos no tendrían derecho a la ciudadanía. Arrestado por el fracasado golpe de Estado en Munich de 1923, Hitler, después de unos días de histeria y depresión, decide poner por escrito las convicciones que había empezado a forjar desde los días de la Primera Guerra y maduradas con su acercamiento a la extrema derecha y durante su breve experiencia en la política. A los nueve meses Hitler sale con un voluminoso legajo bajo el brazo. La modesta editorial del partido, Eher-Verlag, se encargará de la publicación, pero aunque varios diarios de ultraderecha ya lo anunciaban, el libro se retrasa “debido a sus múltiples torpezas estilísticas, repeticiones e imprecisiones”, apunta Vitkine; “Hitler ha escrito como habla, y su talento es más oral que literario”. “Para mejorarlo, darle forma, retocar el estilo, aclarar ciertas ideas” se turna un equipo de allegados, entre los que se encuentran Rudolf Hess, el impresor, un académico de Harvard germano-estadunidense, un crítico musical y hasta un sacerdote.

Hoy se puede conseguir un ejemplar de Mi lucha en casi todo el mundo. Aun así, los derechos de autor de esta obra pertenecen al Estado alemán y, en México, tras un acuerdo con dicho gobierno, está prohibido su venta, por considerarlo literatura subversiva.

Sin embargo, todavía se le halla en librerías de viejo y puestos callejeros, al lado de libros esotéricos y otra charlatanerías que tanto deleitan a crédulos, despistados y a un puñado de neonazis.