VICTORIA DANA, EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

La bibliotecaria del Deportivo Israelita era muy seria. Yo la veía vieja, siempre con los anteojos puestos, atenta a los libros; casi nunca a las personas.

Al principio me daba un poco de miedo pedirle algo, después ya no me importó, porque adoraba los libros. Me paseaba por los pasillos husmeando el papel y leía los nombres de los autores: todos en fila, ordenados como soldaditos.

-Busca en la sección juvenil.

Cada semana seleccionaba uno. Lo leía tirada en el tapete de la casa, perdida entre las letras. Podía llamar mamá mil veces, pelear mis hermanos a gritos, no importaba. Me volcaba dentro de la historia experimentando otras vidas, conociendo personas a veces cercanas, otras, alejadas por completo.

-Ya se te acabó el plazo y no has regresado el que te presté. Tendrás que pagar.

Me daba pena desprenderme de los que me gustaban. Para hacerme a la idea de regresarlos, tenía que regañarme la mujer seria y formal, con su acento extraño y su tono amargo.

Sólo una vez sonrió, satisfecha de mi elección:

-¿Janusz Korczak? Te va a gustar. ¿Conoces su vida?

-No –respondí.

Fue director del orfanato de Varsovia. Los niños hacían su propio periódico. Cada domingo lo entregaban en las casas. Yo corría emocionada a ver si había llegado el mío.

La pequeña que pude entrever en su mirada, desapareció al instante.

-¿Sabes hablar yiddish?

-No.

-Lástima. Sólo esta novela se ha traducido al español, pero él publicó mucho. Tendrías que leer su diario, lo escribió en el ghetto.

Dio por terminada la conversación. Llenó la ficha y la guardó en la cajita de madera donde también, en orden alfabético, aparecíamos nosotros, los lectores.

“Si yo volviera a ser niño”. La historia me gustó, aunque me pareció un poco ingenua para la acelerada época de los 60’s. Cuando regresé a la biblioteca, la señora preguntó ansiosa:

-¿Te gustó?

-Sí… -contesté, insegura.

-Si quieres saber más, llévate éste.

Era la biografía de Korczak desde el punto de vista de uno de los niños que vivieron en su escuela y que tuvo la suerte de salvar la vida. El director lo había enviado, con otros jóvenes, a Palestina, con el afán de que construyeran su futuro en el nuevo estado que comenzaba a gestarse.

Así me enteré que el verdadero nombre de Janusz Korczak era Henryk Goldszmit. Médico de profesión, tenía un programa de radio donde “El viejo doctor” contestaba a las angustiadas madres sobre la crianza de sus hijos.

Entendí por qué construyó un orfanatorio y dedicó su vida al rescate de los niños abandonados. Hablaba con ellos de igual a igual, con profundo respeto; decía que no hay que inclinarse para alcanzarlos; más bien, había que elevarse, pararse de puntitas para estar a la altura de su alma.

Me pareció genial saber que los muchachos organizaban sus propias asambleas y resolvían la mayoría de los conflictos con total autonomía.

En especial, me llamó la atención su punto de vista sobre los valiosos minutos antes de dormir. Korczak pensaba que no se debía exigir silencio absoluto, porque era el momento de las confidencias. En medio de la calma, los niños compartían sus sentimientos, preocupaciones y  miedos.

Gran precursor de los Derechos del Niño, se sumó a los extraordinarios pedagogos de su tiempo:

No es correcto decir que los niños llegarán a ser personas: son ya personas…  personas cuyas almas contienen la semilla de todas las ideas y emociones que poseemos. Hay que orientar con delicadeza el crecimiento de esas semillas.

Varios años después descubrí “El rey Matías I” y disfruté de esta obra de teatro maravillosa que deberían leer los políticos actuales. Todo lo que haces tiene consecuencias, trata de enseñarnos el pequeño monarca.

Hace dos semanas regresé al Deportivo Israelita con la esperanza de reencontrarme con Janusz Korczak, deseaba saber si algo más de su obra literaria había sido traducida.

Volver a la biblioteca, después de tantos años, me causó una profunda impresión. No cabe duda que se encuentra en mejores condiciones. Ahora se le da gran importancia a la sección infantil, algo que a él le hubiera gustado.

La señora ya no está tras su escritorio. Nunca le pregunté su nombre. Tampoco le pregunté si había sufrido durante la guerra y si había perdido a su familia. No me enteré  quién era su autor favorito o, al menos, si le gustaba el chocolate.

Descubrí que no hay más libros de Korczak, sino que hay menos. Un ejemplar de “Si yo volviera a ser niño”, bastante “manoseado” y maltratado, que no ha merecido la encuadernación, como la mayoría de los libros valiosos de la biblioteca. En iguales condiciones aparece “Cómo amar a un niño”, editado por Trillas gracias a que la Unesco nombró el 1977,  año de Janusz Korczak. Es todo. El libro testimonio de su alumno ha desaparecido. Lo mismo sucedió con “El Rey Matías I”. Me imagino que algún lector no tuvo la voluntad suficiente para desprenderse de ellos. Sus demás escritos permanecen en yiddish, cada vez serán menos lo que podrán leerlos y acabaremos por olvidar al buen doctor.

Me invadió un sentimiento de duelo. Esto es lo que nos queda de ese gran hombre que supo defender a la niñez desprotegida hasta el final, que vivió días terribles desesperado, procurando alimentar en el ghetto a sus 200 hijos. De aquel que rehusó salvarse y marchó rumbo a la muerte cantando, con un niño en brazos, como hacía en las excursiones, enarbolando la bandera del Rey Matías I, siempre fiel a sus pensamientos y a sus acciones.

En momentos de mayor desesperación, uno de sus niños dijo:

” Si no fuera por la casa hogar, yo no habría conocido que hay gente honesta en el mundo que nunca roba. No hubiera sabido que uno puede decir la verdad. No hubiera entendido que hay leyes justas en el universo”.