KEVIN DELANEY

Simon Wiesenthal, quien sobrevivió los campos de exterminio de Hitler para convertirse en el cazador de nazis más tenaz del mundo, enfatizaba que buscaba “justicia, no venganza”.

De cualquier modo, tenerla era dulce.

El biógrafo Tom Segev escribió que la imagen de ex oficiales de la SS en grilletes llenaba a Wiesenthal “de una euforia similar a la que evoca la adoración divina”.

Quienes celebraron la noticia, a principios de este mes, de la muerte de Osama bin Laden podrían identificarse con eso. Y probablemente a pocos les importó cuando la publicación francesa L’Express rebatió que “exclamar el regocijo en las calles de nuestras ciudades es imitar a los bárbaros de turbante que bailaron la noche del 11 de septiembre”.

Sin embargo, ¿cuál es la repuesta apropiada cuando la maldad se topa con la justicia? Podría no haber una respuesta definitiva. Mientras tanto, no escasean las opiniones.

Tal como escribió Maureen Dowd en The New York Times, “quienes celebraron el 11 de septiembre aplaudían la matanza de estadounidenses inocentes”. Llamó a quienes encontraron alegría en la muerte de Bin Laden: “lo opuesto a sanguinarios: estaban felices que una de las figuras más decididamente malévolas de nuestro tiempo había dejado de existir”.

También estaban siendo humanos. Benedict Carey, de The Times, citó investigaciones que sugieren que dichas celebraciones expresan un instinto primordial colectivo.

Aún así, algunos aspiran a ser más como el Dalai Lama, quien ha exhortado a la compasión por Bin Laden y a elevarnos por encima de nuestro apetito natural de retribución.

“El antídoto para la venganza no es la venganza”, dijo Izzeldin Abuelaish, ginecólogo palestino que perdió a tres hijas en un ataque israelí. Abuelaish, autor de “No Voy a Odiar”, le dijo a The Times: “querer vengarme no me regresará a mis hijas”.

Elie Wiesel, superviviente del Holocausto y ganador del Premio Nobel de la Paz, le dijo a The Times que Abuelaish comprendía que “el odio odia tanto a la víctima como al que odia. Uno no debe olvidar, pero tampoco usar el recuerdo contra otros inocentes”.

Por supuesto, hay una distinción entre la venganza indiscriminada contra inocentes y la justicia para los asesinos. Wiesenthal imaginaba que si conociera a víctimas de los nazis en el cielo, les diría: “no los olvidé”.

Wiesenthal falleció en el 2005, tras ayudar a aprehender a cientos de criminales de guerra. No vivió para ver la condena más reciente de un nazi, y posiblemente la última. En 1993, un tribunal israelí encontró que John Demjanjuk no era el guardia particularmente cruel de Treblinka conocido como Iván el Terrible, y fue liberado. Mas el 13 de mayo, un tribunal alemán dictaminó que Demjanjuk era culpable por su papel como guardia en otro campo de exterminio, Sobibor, y lo sentenció, a los 91 años, a cinco años en prisión.

Ya sea que se trate de venganza o justicia, las víctimas de Demjanjuk no parecían preocupadas por el bajo rango de Demjanjuk.

“Es un pez muy pequeño”, le dijo Rudie S. Cortissos, cuya madre murió en Sobibor, a The Times. “Mas ya sea una ballena o una sardina, alguien que tomó este camino debería ser castigado”.

REFORMA/NEW YORK TIMES