ALEX JOFFE/JEWISH IDEAS DAILY

¿Son la mayoría de los judíos, blancos? La impresión de que esto es así es meramente parcial, como resultado de calamitosos y diezmados eventos del siglo 20, en el cual los grandes centros judíos de Europa se perdieron ante el genocidio de los nazis, mientras aquellos del Oriente Medio y Norte de África fueron perdidos ante el Islam.

Pero, más allá de las señales primarias actuales en Estados Unidos e Israel, tal y como recientemente se confirmó en la anual Conferencia de la iniciativa BeJol Lashón, en San Francisco, California, otras culturas judías continúan existiendo y, en una más amplia o breve dimensión, florecen.

La preocupación de BeJol Lashón (que significa “en todas las lenguas”) se ven reflejadas en aquellos rabinos que se han involucrado con estas actividades. Como el nacido en Colombia, Juan Mejía, cuya actividad abarca todo México y a lo largo de Latinoamérica para los miles de descendientes de judíos forzados a convertirse hace siglos al Cristianismo, pero que aún retienen una memoria judía y su práctica, transmitidas por generaciones.  Gershom Sizomu, ordenado en la Universidad Judaica en Los Ángeles, que es un líder de los miles de fortalecidos judíos de Uganda, que se convirtieron en masa al Judaísmo en 1919. Otro, Capers Funnye que lidera la Beth Shalom B’nai Zaken de judíos etíopes y cuya congregación tiene sede en Chicago, una sociedad de israelitas de color que también incluye miembros blancos.

Esto a duras penas satisface la lista. Grupos que reclaman o descubren su relación con el Pueblo Judío e incluye a los Lemba e Igbo del África así como los Bnei Menashé del Noreste de la India, de la que un considerable número se ha asentado en Israel. Y para citar un caso más raro, también están los llamados judíos mesiánicos, de cuna judía pero que proclamaban a Jesús como su salvador. Irónicamente, parece que muchos de ellos son en efecto cristianos que ahora se mueven en otra dirección, huyendo de la doctrina cristiana y anhelando volverse judíos, sin importar si es de facto o a través de una conversión formal.

Tras estas y otras historias de comunidades hay una enormidad no menos exótica de historias individuales. Pero lo que la mayoría de ellas comparten es la experiencia de sentirse apartados por la “normatividad” de las autoridades religiosas y las corrientes principales de las organizaciones comunitarias. En Conferencia, el Rabino Funnye puntualizó que no hay miembro de su congregación que sueñe o se atreva a comer puerco o mariscos –un hecho que de por sí distingue de la amplia mayoría, o al promedio, de los judíos norteamericanos. Entonces ¿para qué la necesidad de comprobar su autenticidad? Otro participante, Efraín Isaac del Instituto para Estudios Semíticos en Princeton, cita la declaración de Maimónides en el siglo 12, de que si alguien se auto-proclama judío, la propia aseveración debe ser aceptada como juramentada.

Eso, por supuesto, fue entonces. En las circunstancias actuales más complejas y ambiguas, ¿será todavía suficiente? ¿Puede un individuo o grupo simplemente decidir ser judío? ¿Dónde entra en juego la ley religiosa judía, la Halajá?

Estas preguntas son especialmente agudas en Israel, donde el papel de portero es jugado por el jefe del Rabinato. Como en el caso de los judíos de Etiopía, esencialmente cercenados del desarrollo post-bíblico del Judaísmo rabínico y luego dramáticamente rescatados por avión a Israel en la década de los 1990’s, fueron declarados judíos por los Rabinos Ovadia Yosef y Shlomo Goren –pero otras autoridades exigieron que pasaran un ritual modificado de conversión. Esto se cumplió bajo vociferantes protestas pero, ulteriormente aceptada, y su subsecuente integración a la sociedad israelí, aunque difícil, ha sido ampliamente exitosa. (Los requerimientos incluyen a los ultra-ortodoxos de ellos, o haredim, quienes pueden ser los verdaderos “judíos exóticos” de la comunidad global).

El problema de la aceptación no le es peculiar a los Estados Unidos o a Israel. Un participante de México hizo notar que incluso los mexicanos convertidos en Israel por el Rabinato principal no son bienvenidos en las comunidades establecidas e insulares de la ciudad de México. Por el contrario, su propia y más pequeña comunidad en San Miguel (¿Allende?, N. del T.), un poblado a tres horas de distancia y conformado mayormente por acomodados expatriados americanos, es más abierta a dar la bienvenida a los conversos.

La Conferencia provocó un número de observaciones conmovedoras. Israel y el Sionismo nunca fueron mencionados. Los participantes jóvenes, especialmente los que provienen de  antecedentes mixtos, dijeron querer ser reconocidos como individuos únicos con narrativas diferentes, para crear sus propias comunidades que englobe a aquellos con similar experiencia, y por tanto ser reconocidos por las más grandes comunidades. Como sus contrapartes entre otros jóvenes judíos de la Diáspora, no le asignan un estatus más alto al componente judío de su identidad y no evidencian especial compromiso hacia la comunidad de la que demandan reconocimiento. Como lo pone uno de ellos: “estar obsesionado por ser judío es irrelevante”.

Esto es, para decir lo menos, naíve. Algunos encontrarán absurda y definitoria la simple idea de comunidad, o negar que existan o deban existir los límites y condiciones. Pero toda la gente evalúa el mundo en su entorno, crean categorías, y marcando líneas limítrofes. Recae en aquellos realmente interesados acerca del futuro el poder crear una cultura común y sus correspondientes normas; el único tema relevante es si acaso es necesario definir límites para incluir a tantos como sea posible, mientras evitan la trampa de no definir ninguna en total.

¿Matrimonios mixtos? ¿Descendencia patri-lineal? ¿Conversión? ¿Práctica ritual? ¿Será que ahora se requerirá a los judíos crear una enormidad de nuevas instituciones para reglamentar, en estos y otros temas en competencia con otras instituciones que ya existen y efectivamente están muchas de ellas en desacuerdo mutuo? ¿Cómo se puede crear un sentido en la gente, que emane de esas difusas y disímbolas piezas?

Mientras tanto, las necesidades prácticas de las dispersas y nacientes comunidades son básicas: Rabinos y educadores, textos judíos en hebreo y en idioma local, centros culturales, destrezas organizacionales e, inevitablemente, dinero. La comunidad de San Miguel requiere, por ejemplo,  de un escribano (sofer) para reparar varios rollos de Torá que les han sido donados. Para las congregaciones Afro-Americanas, el reto es cultivar líderes que puedan trabajar pacientemente para derribar los muros que los separan de la más amplia comunidad judía.

Frente a estas necesidades será suficiente una responsabilidad compartida –y una oportunidad. Para los judíos estadounidenses en particular, cuyos números han estado estancados por décadas, uno se cuestiona si acaso la “corriente” principal puede darse el lujo de ignorar a estos “marginados”. Con un estimado de población cripto-judía en América Latina y el sur de los Estados Unidos que asciende a millones, la cuestión va mucho más allá de lo académico.

Alex Joffe es investigador y estudioso en el instituto para la Investigación Judía y Comunitaria.

(Recopilación y traducción de Mario Nudelstejer T.)