ELLIOT ABRAMS/ TRADUCCIÓN: CIDIPAL

La semana pasada, el duelo de discursos, entre el Presidente Obama y el Primer Ministro Netanyahu, fue un gran drama político. Pero un personaje clave estaba faltando en la escena: el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas. Mientras que Abbas estuvo ausente fue, de hecho, su creación el gobierno de unidad con el grupo terroristas Hamas (el 27 de abril)  lo que ofreció el telón de fondo de lo que vimos en Washington. De manera que un análisis de lo que ocurrió la semana pasada debe comenzar, no con los cálculos de Bibi o de Obama, sino con las de Abbas.

Mahmoud Abbas tiene 76 años y se retirará de la política el año próximo, habiendo anunciado que no buscará su reelección. Su ejercicio, como presidente, tanto del Movimiento  Fatah como de la OLP (que comenzó cuando Arafat murió, a fines de 2004), fue  desastroso, debido a que  perdió primero las elecciones (2006) y, luego, el control de Gaza en manos de  Hamás. Un hombre sin carisma o gran valor político, nunca fue un serio candidato para realizar los difíciles compromisos que un tratado de paz con Israel requería y  para defenderse de  los cargos de traición. Al generoso ofrecimiento de paz, ofertado por Ehud Olmert (2008), Abbas respondió con silencio. Es verdad que la vida en Cisjordania mejoró considerablemente durante su gestión como presidente de la AP, pero nunca se preocupó demasiado por lucir ese tercer sombrero, el de la paz. Dejó esas cuestiones mundanas al Primer Ministro de la AP, Salam Fayyad, mientras que él voló alrededor del mundo, buscando apoyo para la Gran Causa.

Abbas pensó que había llegado su hora cuando Barack Obama se convirtió en presidente: seguramente ese hombre, tan desafiante en relación a Israel, podría lanzar el colapso diplomático israelí que la OLP necesitaba. Así que la gestión de Obama comenzó con el nombramiento de  George Mitchell (el segundo día de mandato de Obama) y la exigencia del completo congelamiento de la construcción por parte de Israel; no solo en los asentamientos sino, incluso,  en Jerusalén.

Ahora, dos años después, Mitchell se fue y Abbas perdió la fe por Obama. En una notable y amarga entrevista con Newsweek, Abbas ventiló su desilusión: “Fue Obama quien sugirió un completo congelamiento en los asentamientos. Le dije OK, acepto. Ambos subimos al árbol. Luego, él bajó y quitó la escalera y me dijo: salta. Tres veces lo hizo”.

Poco dispuesto a realizar compromisos de gran alcance  y, ahora convencido que Obama no forzaría a los israelíes a realizar profundas concesiones, Abbas decidió asegurar su legado de  modo diferente: a través de una fachada de unidad nacional.Habrá, el año próximo, nuevas elecciones: la escisión quedará  superada y la familia palestina, otra vez, reunificada. Y algo más: el reconocimiento en las Naciones Unidas de un Estado palestino, a través del  voto para admitirla como miembro. De manera que Abbas, dejaría, con honor, su cargo.  Siempre constituiría  una figura transitoria (entre Arafat y el que llegue) y ni la paz,  ni un establecimiento real de un Estado, le darían más gloria. Pero en el reino del simbolismo y la retórica, donde la vida política palestina siempre vivió,se  podría decir que nunca cedió  ni una pulgada a los sionistas.

Esos  acontecimientos dejaron su huella tanto en Netanyahu como a Obama. Para Netanyahu, el pacto de Hamas no solo significó que ninguna negociación era posible sino que,  además, se ponía en peligro la existente cooperación con la AP. La economía de Cisjordania había mejorado, día tras día (con ayuda israelí) en los últimos años y  la nueva policía de la AP,  entrenada por americanos, había trabajado, hombro a hombro,  con Israel contra el terrorismo y,  especialmente,  contra Hamas. Hubo algunos avances: toma de control de más territorio de Cisjordania para la AP, fortalecimiento de las fuerzas de seguridad de la misma, visualización  del desarrollo de un Estado palestino en el territorio, bajo el liderazgo pragmático de Fayyad. Ahora llega a su fin ese acercamiento, así como el empuje de Obama para la negociación.

La incoherencia de la política estadounidense está resumida en este párrafo del discurso de Obama en AIPAC: “Sabemos que  la paz exige un socio- por ello es que dije que no puede esperarse que Israel  negocie con los palestinos quienes no reconocen su derecho a existir (…) Pero la marcha para aislar internacionalmente a Israel  y el impulso de los palestinos para abandonar las negociaciones  continuarán ganando ímpetu,  en ausencia de un proceso de paz creíble y alternativo”. De manera que no puede esperarse que Israel  negocie.

Allí es donde el presidente se ubica luego de dos años de compromiso en el establecimiento de la paz, y sus problemas se deben, en gran medida, a su propia gestión. Israel y los palestinos estuvieron,  en una mesa, juntos, por  décadas hasta la decisión de Obama/Mitchell/Rahm Emanuel de exigir el total congelamiento de la construcción israelí  (no de asentamientos sino)  de la diplomacia. Presidentes anteriores- tanto Clinton como George W: Bush- se las arreglaron  para ganar la confianza (tanto de israelíes como de palestinos), mientras que, Obama no es confiable para ninguna de las dos partes.

No deberíamos estar donde estamos si los tres hombres – Abbas, Netanyahu y Obama- no hubieran perdido la confianza mutua, un llamativo fracaso de la diplomacia americana. La incapacidad del presidente para hacer lo correcto fue visible la semana pasada. El par de discursos que debieron haber sido producto del intenso esfuerzo de la Casa Blanca  aunque  los errores cometidos en la alocución  del jueves, en el Departamento de Estado, requirieron de rápidos arreglos el domingo, en AIPAC. El jueves, olvidó  mencionar los tres “Principios del Cuarteto”, que son las precondiciones para la participación de Hamas en el gobierno y en las negociaciones: abandono de la violencia, reconocimiento del derecho de Israel a existir, respeto por todos los acuerdos previos entre Israel y la OLP. Esos tres puntos  fueron agregados en el discurso del domingo. Su formulación del jueves sugería que las “fronteras de 1967” serían los  nuevos límites  de Israel,  con algunos intercambios acordados por los palestinos. Debido a las protestas, tuvo que agregar  – en su discurso del domingo de AIPAC-  que las partes “negociarán una frontera,  diferente a la existente  el 4 de junio de 1967”. A la vez, se quejó que fue deliberadamente mal interpretado.

Mientras tanto, su maltrato de Netanyahu sólo puede haber profundizado la ulterior creencia que  Obama era  irreparablemente hostil. Mientras que las sutilezas diplomáticas fueron, esta vez,  observadas (Netanyahu pudo estar en la casa de Blair, y hubo muchas fotos y una sesión de TV en la Oficina Oval), el hecho es que Obama dio un gran discurso sobre Medio Oriente el día anterior al arribo de Netanyahu. El mensaje fue claro: no tengo interés en lo que ustedes digan y daré mis propios puntos de vista,  de manera clara,  incluso antes que intercambiemos una palabra.

Lo peor fue la falta de cualquier avance en las noticias. A los israelíes se les dijo, días antes, que el discurso de Obama cubriría la “Primavera Árabe”  y que poco se hablaría sobre  ellos. Con un par de horas de aviso, supieron que el presidente haría una importante declaración política, que contradecía los puntos de vista israelíes. Se sintieron traicionados.

En las administraciones de Clinton y Bush, ese tipo de importantes declaraciones políticas eran precedidas por semanas de consultas. El hecho de romper ese patrón es un mensaje deliberado y poderoso. Esa es la explicación del viernes en la Oficina Oval: ambos dignatarios se quitaron los  guantes  pero Obama lo hizo primero.

El presidente viajó a Europa luego de su discurso en AIPAC y,  después de  su  discurso en el Congreso, Netanyahu regresó a su hogar.

Washington celebra el Memorial Day este fin de semana, entra al verano, y, frente a los republicanos, decidirá quién será su candidato para 2012. Luego de los cuatro días de duelo de discursos, ¿existe una política americana? ¿Qué queda del “proceso de paz”?

Para Abbas, el camino  parece claro: obtener el voto en Naciones Unidas en septiembre; convocar a elecciones locales en otoño; elecciones parlamentarias y presidenciales el año próximo  y, luego,  retirarse. Eso requiere sostener un trato conjunto (Hamas-Fatah),  tarea nada fácil: el último acuerdo (2007) fracasó en pocos meses y llevó al golpe de Hamas en Gaza.

Pero éste puede durar más porque es menos ambicioso. Es un acuerdo para tener elecciones el año próximo, mientras Hamas se mantiene en Gaza y Fatah en Cisjordania.

Fatah y Hamas siguen odiándose entre ellos. Sus líderes decidieron  que,  la fórmula correcta,  para el año próximo son los discursos patrióticos más un voto de Naciones Unidas, más una elección, y, en parte, ésa es su reacción a la “Primavera Árabe”. Necesitan tener elecciones porque cada Estado árabe  parece estar teniéndolas  ahora, y deben mantener una insatisfacción pública focalizada en Israel por temor a que,  el pueblo,  decida que sus propios gobernantes son el problema.

Pero Abbas está, de hecho, creando una situación muy peligrosa con esas  maniobras. Tal como se destacó, cuestionan la creciente cooperación en seguridad en la Margen Occidental. Un liderazgo de la Autoridad Palestina que, ahora, hace pactos con Hamas ¿deseará  actuar contra éste en el terreno? ¿En qué se puede convertir las fuerzas policiales, entrenadas por los americanos, cuando el Primer Ministro Fayyad  deje su cargo,  este verano, acatando el pacto Hamas-Fatah?

Más aun, el pacto con Hamas permitirá a la OLP ingresar a las elecciones internas del año próximo. La  OLP es  el organismo responsable de negociar con Israel, mientras que Hamas  entrará en el parlamento de la AP y en las elecciones presidenciales.

Las victorias de Hamas podrían significar una permanente confrontación con Israel. Una vez más- con el surgimiento de Haj Amin al-Husseini en los años 1920 y Yasser Arafat en los 1960- los palestinos estarían liderados por extremistas  y  cualquier  esperanza de paz estaría perdida.

Es probable que Hamas y Fatah se pondrán de acuerdo en la táctica inmediata de “demostraciones no violentas” hacia las fronteras de Israel, las cuales,  luego del voto de Naciones Unidas, podrían deteriorarse hacia confrontaciones violentas.

El año que viene, Abbas se retirará tranquilamente a Amman o Doha, donde tiene casa. Pero su verdadero legado puede ser desastroso.

En cuanto a Obama, sus dos discursos nos dejaron preguntándonos sobre sus verdaderas intenciones. Tal vez sus discursos querían establecer una cierta distancia respecto a Israel y permitir facilitar las negociaciones con los europeos sobre el próximo voto en Naciones Unidas. Quizás el presidente concluyó que nada bueno pasaría  el año próximo, de manera que  quiso mantener una posición equilibrada y “congelar” el conflicto palestino-israelí durante un año y medio hasta ser reelecto.

Con seguridad, el presidente sabe que,  al menos hasta después de las elecciones palestinas,  ninguna negociación será  posible. Tal vez,  espera que, hacia 2013,  Hamas o Netanyahu sean derrotados. El breve experimento de Obama por delinear una posición americana, a saber “las fronteras de Israel y Palestina deberían basarse  en las líneas de 1967,  con intercambios acordados mutuamente” le trajo un inmediato problema y necesitó una retractación parcial.

Sin embargo,  puede ser un anticipo de lo que está por llegar, después  de la reelección: puede trazarse un plan americano y empujar a las partes  a aceptarlo o,  al menos,  negociar a partir de ese lugar.  Si los israelíes lo rechazan, el resentimiento en las relaciones actuales, entre la Casa Blanca y la oficina del Primer Ministro, sólo se agudizarán en un segundo periodo  de Obama.

Todo esto hace la vida más difícil para Israel y, de alguna manera, más fácil para el Primer Ministro Netanyahu. Cuando un presidente americano,  simpático, solicita  concesiones y compromisos y parece capaz de convencer, con halagos,  a algunos  palestinos, lo que fue la combinación Clinton/Rabin o Bush/Sharon, Israel debe responder.

Cuando un presidente, que la mayoría de los israelíes considera hostil, presiona mientras que el liderazgo de la OLP se vuelve hacia Hamas, la mayoría de los israelíes apoyará la dura respuesta de Netanyahu. “La AP debe elegir entre la paz con Israel o la paz con Hamas. No hay posibilidad de  paz con ambos”, dijo Netanyahu luego que fuese anunciado el pacto entre Hamas-Fatah.

Pocos israelíes discreparán. Los planes de Netanyahu para el próximo año y medio incluyen la  elección anticipada, capitalizar el apoyo popular a su dura defensa de la seguridad israelí en sus discursos en Washington. Con el futuro incierto de Egipto y Siria, resonancias en Jordania, Hamas ingresando en las elecciones de la AP y la OLP en año entrante, la política de fortaleza,  frente a la adversidad,  podría ser la mejor apuesta de Bibi y, también,  de Israel.

Además del considerable peligro de que las demostraciones palestinas, en septiembre (después del voto en Naciones Unidas)  se tornen violentas, ese voto puede, además, traer mayor energía al Movimiento de “boicot, desinversión y sanciones” en Europa- tal vez incluso un mayor peligro que Israel dependa de su economía de exportación.

Lo que fortalece a Bibi no es que las perspectivas que Israel enfrenta sean buenas  sino que ninguna alternativa parece real para la mayoría de los israelíes. Las negociaciones, de momento,  no son una opción, y las concesiones unilaterales en la Margen Occidental no pueden realizarse cuando los futuros roles de Hamas y de las fuerzas de seguridad de la AP son inciertas.

De cualquier modo, los israelíes se interrogarán acerca del futuro.   Obama podrá no reelegirse. Hamas podrá perder las elecciones, o colapsar el pacto de unidad . Assad podrá caer. Los acontecimientos en Egipto o Jordania podrán cambiar la perspectiva americana. Israel enfrentó peores situaciones en 1948, ´56, ´67 y ´73, y sobrevivió.

El 19 de mayo, mientras Netanyahu visitaba Washington, judíos de todo el mundo leían la porción de la Torá que completa el Libro de Levítico y, de acuerdo con la tradición, se paraban y cantaban las palabras del libro de Joshua: “Sé fuerte y ten valor”.

Eso puede resumir la política israelí para 2011 y 2012.

Si hubiese un momento simbólico que tipificara los acontecimientos de este fin de semana y los meses que los precedieron, no fueron las retractaciones parciales del presidente ante AIPAC. Ni fue el magnífico discurso de Netanyahu y la calurosa recepción, por parte de una sesión conjunta del Congreso, mientras el presidente se encontraba ausente. En lugar de eso fue en Austin, Texas, donde Salam Fayyad asistió a la graduación de su hijo, en la Universidad de Texas sufriendo un ligero ataque cardíaco. Bien podría fallar su corazón al mirar la dirección de la política palestina y los continuados fracasos políticos en Washington. Fayyad fue Ministro de Finanzas de la AP luego de 2002 y Primer Ministro desde 2007. Ahora dejará su cargo. Si las instituciones que ayudó a construir y las prácticas que  impuso- desde las fuerzas policiales que combaten el terrorismo hasta las finanzas públicas, libres de corrupción- sobrevivirán, nadie lo sabe.  No es difícil imaginarlo en una habitación de un hospital en Texas, preguntándose si su esfuerzo por construir un Estado palestino decente, desde cero,  no será desaprovechado.