ESTHER CHARABATI

Algunas preguntas acerca de víctimas y verdugos (o sea muchos de nosotros):

¿Puede el sufrimiento ser una forma de vida? ¿En qué consiste?

¿Cómo son vistos en nuestra sociedad los que se consideran víctimas?

¿Por qué nos sentimos atraídos por las víctimas?

¿Cuál es el precio que se paga por asumir el papel de víctima?

¿Cómo logran ciertas personas representar el papel de la víctima en forma, por decirlo así, profesional? ¿Qué recursos movilizan para que alguien los escuche, atienda e incluso se haga cargo de ellos? Es humano escuchar a otros y tratar de aliviar su sufrimiento, pero ¿por qué a veces los tomamos bajo nuestra responsabilidad? ¿Por qué los acogemos de forma tal que ellos se apropian del lugar de la víctima y no se mueven de ahí? ¿Por qué nos sentimos generosos cuando sentimos lástima por alguien a pesar de que nos repugna la idea de ser objetos de lástima, disminuidos en nuestra dignidad?

Porque hay conductas que cambian de status cuando cambia el protagonista.

Es muy común “pobretear” a otros. Asumimos su incapacidad y en lugar de exigirles o criticarlos, los justificamos: el alumno “no puede” con el trabajo, así que no cumple; los padres “no soportan” la idea de que su hijo sea alcohólico, por eso no pueden tomar medidas; el amigo miente compulsivamente: es muy inseguro. No los responsabilizamos por sus conductas: la culpa la tienen las circunstancias, el azar, su historia o incluso la naturaleza que no los dotó de las cualidades necesarias. En cada esquina de la existencia nos encontramos explicando y aceptando conductas que en principio nos parecen inaceptables. ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué defendemos a ese individuo al que tachamos de “pobre”? Se me ocurren algunas hipótesis:

Al apiadarnos del otro nos erigimos como seres superiores: somos tan inteligentes que nos damos cuenta de que el otro es un incapaz, y tan generosos que, en lugar de enojo, sentimos lástima. Es un movimiento de arriba hacia abajo.

Al ratificar su calidad de víctima justificamos nuestra actitud hacia él, que puede ser sobreprotectora, de control o incluso masoquista. Y nos aseguramos de que nunca supere ese estado.

Le tenemos tanto coraje que tenemos que protegerlo de nuestro odio para lograr mantener ante nosotros mismos la imagen de buenas personas que nos hemos fabricado.

Para colmo, esta actitud denigratoria a menudo es premiada, pues la fachada expresa sensibilidad, generosidad y empatía; se le confunde con la compasión.

Ese tema será debatido el lunes 6 de junio a las 20 horas, en el Péndulo de Polanco, en el marco del Café Filosófico conducido por Esther Charabati.