LEONARDO COHEN

El título de este artículo puede parecer un tanto engañoso. Mi intención en este artículo no es deslegitimar a Israel frente al resto de las naciones sino hacer publica mi preocupación por ciertas tendencias que empiezo a percibir en la labor de la prensa judía y la opinión pública en Israel y en la diáspora.. En los días en que la hasbará ha remplazado a la diplomacia y los discursos han sustituido el quehacer político, pareciera que defender a Israel y su gobierno se ha convertido en la mitzvah 614 del pueblo judío. De cara a lo anterior, creo que es pertinente llevar a cabo ciertas reflexiones. Primero que nada quiero decir que vivo en Israel y elegí vivir aquí por que mis convicciones sionistas me empujaron a hacerlo. Creo que Israel representa la posibilidad más certera de normalizar la experiencia judía, de poder sentirnos un pueblo independiente, de gozar de soberanía política y formar parte indiscutible de la familia de las naciones. Por lo anterior es que me he rebelado contra todo intento de cuestionar el derecho del estado a existir y me he confrontado en varias ocasiones con argumentos que de forma clara o soslayada, persisten en negarle a los judíos lo que para otros pueblos es el derecho inalienable a la autodeterminación. Sin embargo, la corriente humanista del sionismo bajo el cual me eduqué, me conduce a valorar la existencia del Estado sólo como un instrumento, como un marco para el cumplimiento de valores específicos, para recrear una sociedad justa y aspirar a que Israel se convierta en un espacio de creación cultural que no tenga equivalente. No tengo ningún interés, por tanto, en glorificar al Estado por si mismo.

Por todo lo anterior, me parece pertinente preguntar, no si queremos que Israel exista sino, más bien ¿para qué lo queremos? ¿Que tipo de pais necesitamos? Como decía el profesor Yeshayahu Leibowitz, el Estado no es más que un instrumento para la satisfacción de necesidades. El objetivo del sionismo era conferir a los judíos el derecho a la soberanía política. Ese derecho ha sido alcanzado y por tanto la cuestión radica en cómo y para qué ejercerlo. Hay que defender la existencia de Israel a capa y espada contra todo intento de desautorizar a los judíos de gozar de autodeterminación como el resto de los pueblos, pero después, debemos preguntarnos por la imagen de esa sociedad que hemos construido.

Aquí es donde yo veo el eje del problema actual. Desde su creación, el Estado de Israel ha sido un espacio donde conviven diferentes sueños, diferentes ideologías con diferentes proyectos sociales y políticos. La tensión que se ha generado entre diversos grupos ha sido en muchas ocasiones saludable para estimular el debate y la reflexión. Sin embargo, mi impresión personal es que en los últimos tiempos estamos llegando a un punto donde las tensiones se transforman en contradiciones y los sueños de unos excluyen a los sueños de otros.

Nos estamos aproximando a un cruce histórico en el que Israel deberá determinar el carácter de su sociedad. Existen una variedad de matices, pero con el propósito de simplificar podríamos decir que las alternativas se van perfilando ya. Israel puede llegar a ser un estado de tintes mesiánicos, que abarque la margen occidental, que sacralice la tierra y los derechos históricos por encima de los derechos humanos, que glorifique los símbolos por encima de la vida cotidiana, y que mantenga un gobierno indefinido en el tiempo sobre millones de palestinos privados de derechos civiles. En dadas circunstancias, los espacios para la crítica al poder tenderán a reducirse, e incluso aquellos judíos disconformes con las políticas oficiales pasarán a ser tachados de traidores o colaboracionistas del enemigo, o serán cuestionados por comités parlamentarios que harán las veces de jueces y que desde perspectivas de interés político juzgarán quién ha violado la ley, o quién es digno de ser excomulgado de la sociedad de los buenos, como empieza a suceder ahora. En dichas circunstancias, tendremos que rendirle cuentas al mundo, explicando de forma indignada que no somos como Sudáfrica en los años ochenta, y a pesar de tratar de enfatizar las diferencias históricas entre ambos Estados, nos encontraremos en muy serios predicamentos para justificarnos frente a nuestros aliados, ya no frente a nuestros enemigos.

La otra opción radica en abandonar el sueño mesiánico, en reconocer que vinimos acá no para gobernar a otros, sino para liberarnos a nosotros mismos. Que el estado es un medio y no un fin, que la religión judía posee su lugar de importancia en el pueblo judío pero unicamente como elección individual y privada de cada persona y no como un dictado que se impone desde el pasado o desde el futuro, que la vida de las proximas generaciones importa más que los derechos históricos y que la calidad de vida, e incluso de vida judía para todas las corrientes que coexisten en el pueblo, provendrá solamente del hecho de que Israel se libere a si mismo de oprimir a otro pueblo, y de que el país se mantega como una sociedad abierta y plural.

Dos proyectos futuros están confrontándose, y el enfrentamiento puede llegar a ser más agudo en los proximos meses o años. Frente a dicha situación, los judíos de la diáspora no podrán más ser simples observadores. Lo que en este sentido suceda puede llegar a tener incidencia sobre sus vidas, sobre todo entre aquellos círculos aún más comprometidos con Israel. Habrá pués que ir tomando partido y asumiendo responsabilidades con respecto a las consecuencias de las posiciones tomadas. Netanyahu cuativará a públicos judíos por el mundo con brillantes discursos donde el énfasis esté en el “nosotros” frente al “ellos”. Frente a ello, habrá que poner en claro que la contienda no es más “nosotros” frente al “mundo”, la contienda es interna, es entre nosotros mismos, acerca de cómo será nuesta imagen cuando volvamos a mirarnos frente al espejo. Avigdor Liberman y Dany Ayalon irán por el mundo reclutando voces en contra del surgimiento del Estado palestino y al mismo tiempo seguirán floreciendo por doquier los cursos de hasbará que pongan en evidencia la justicia nuestra contra la barbarie ajena. El problema principal, sin embargo, seguirá ahi, en lo profundo de nuestra existencia como sociedad democrática. Habrá que decirlo de la manera más clara posible, y aquellos judíos que piensen que un estado palestino al lado de Israel es la única opción para liberarnos de la condición de opresores, opción única para mantenernos como sociedad democrática y judía, deberán decirlo abiertamente y renunciar a jugar el juego que el actual gobierno quiere imponer a través de todos los canales posibles, ese juego que consiste en: “estas conmigo, o estas contra mi”, típico de los regimenes autoritarios como el chavista.

Es en este sentido que digo “hay que dejar de defender a Israel”, hay que pensar más bien a qué Israel queremos defender, o puesto en otros términos, la pregunta no es si vamos a existir o no, sino cómo y para qué vamos a existir.