SAFED-TZFAT.BLOGSPOT.COM – EMANUEL NAVON

Los intelectuales de Israel están preocupados. La Santísima Trinidad israelí (Amos Oz, AB Yehoshua y David Grossman) está envejeciendo. El panteón de la Universidad Hebrea (Martin Buber, Yehuda Magnes y Yeshayahu Leibowitz) ya pertenece a la historia. Avraham Burg trata de imitar a Leibowitz, pero es muy difícil de heredar un bien amueblado cerebro lituano cuando ni siquiera se ha terminado la universidad. En cuanto a Shlomo Sand, Moshe Zuckermann y Ilan Pappé, sólo los neo-marxistas europeos están dispuestos a asistir a sus conferencias y publicar sus libros.

“Solía suceder… que me llamaban para que diera mi opinión desde la Radio del Ejército”, se queja Moshe Zuckermann al periodista del Haaretz Ofer Aderet (“La contracción de la mente israelí”, 07 de junio 2011). ¿Y qué ha sucedido? “La gente permanece silenciada. Ellos trataron de estrangularnos… y lo han logrado”. Zuckermann no especifica a quien se refiere con “ellos”, pero Daniel Gutwein culpa a “las fuerzas del mercado”. Así lo explica Gutwein, “El mercado… se asegura de que no haya discusiones intelectuales”. En cuanto a Shlomo Sand, critica a las universidades y señala: “Para ser profesor, hay que ser cauto”.

Uno sólo tiene que echar un vistazo a la composición política de las facultades de ciencias sociales de Israel y preguntarse (o, más bien, tratar de entender) lo que Sand quiere decir con “cautela”. En cuanto a que “las fuerzas del mercado” son el enemigo de la discusión intelectual, apuesto por la opinión discrepante de un Bernard Henri- Lévy: vuela en un jet privado y, sin embargo, tiene toda una audiencia en su país y en el extranjero (incluyendo a Israel). Se le excusa su grado de bufonería ya que, finalmente, demuestra estar bien informado, escribe bien y ejercita la renovación de sus existencias.

Por el contrario, la mayoría de los intelectuales israelíes son provincianos y están fosilizados. En ninguna parte, salvo en Israel, he visto a tantos académicos y periodistas que aún piensan que mencionar a Foucault y Derrida es cool y novedoso. Esas personas han estado viviendo de los mismos viejos y reiterados mantras durante décadas: la ocupación es la fuente de todo mal, la religión es un atraso, el advenimiento de la paz depende únicamente de Israel… No es que los israelíes se hayan convertido al “anti-intelectualismo” o que los hayan “estrangulado”. Es que están cansados de escuchar las mismas tonterías de unos hipócritas conformistas.

Una notable excepción es Yehuda Shenhav. Profesor de sociología en la Universidad de Tel Aviv, Shenhav expresa puntos de vista poco ortodoxos y no tiene reparos en ser un disidente. Su último libro, “El tiempo de la Línea Verde” (Am Oved, 2010), expone la hipocresía intelectual del establishment ashkenazi de Israel. Al culpar a la “ocupación” de todos los problemas de Israel, argumenta Shenhav, la izquierda sionista se está mintiendo a sí misma. Shenhav va más allá: la obsesión de la izquierda sionista con la “ocupación” tiene menos que ver con el liberalismo que con su nostalgia por lo secular y por el Israel ashkenazi anterior a 1967. Pero para los palestinos (y de hecho también para el propio Shenhav) el “pecado original” no proviene de 1967. Radica en 1948.

Shenhav no es ningún derechista tratando de demostrar lo absurdo del paradigma de Oslo. Rechaza este paradigma, pero precisamente porque él afirma que Israel fue violento y racista antes de 1967. Mientras que los inquilinos de la “cosmología pre-1967” nos quieren hacer creer que la Guerra de los Seis Días transformó a Israel de una versión de “La casa de la pradera” a un “Terminator”, Shenhav sostiene que “El modelo creado en 1948 transformó a Israel, a todos los efectos, en un estado racial”. Es por eso que promueve un retorno al “Israel pre-1948”, a una aceptación del derecho de retorno de los palestinos y al establecimiento de una especie de federación entre judíos y árabes.

He encontrado el diagnóstico y los pronósticos de Shenhav nefastos. El Israel anterior a 1967 no fue un Estado “racial”. Fue, y sigue siendo, un Estado-nación que otorga una preferencia cultural a la nación mayoritaria dominante, mientras que a la vez garantiza la igualdad de derechos civiles para las minorías, al igual que hacen otros Estados-nación democráticos como Francia, Japón o Suecia. Y reivindicar a estas alturas una especie de “hermandad pastoral” entre una minoría judía y una mayoría árabe residiendo en una federación laxa, simplemente significa que se ignora la historia.

Los judíos fueron unos perseguidos y maltratados ciudadanos de segunda clase en las tierras árabes. La mayoría de los movimientos nacionales árabes previos a la Segunda Guerra Mundial eran fascistas. El principal líder palestino, Hadj Amin al-Husseini, fue un colaborador de los nazis y el principal responsable de los pogromos judíos en Palestina en 1929 y 1936. El establecimiento de Israel en 1948 fue más el resultado que la causa de la animosidad y la violencia de los árabes. El hecho de que “Los Protocolos de los Sabios de Sión” y el “Mein Kampf” sean unos auténticos best-sellers en las capitales árabes, y que los predicadores y medios de comunicación palestinos describan aún a los judíos como “hijos de monos y cerdos”, no augura nada bueno para unos judíos apátridas viviendo en Dahr El-Islam (la Tierra del Islam) .

Pero Shenhav tiene un gran mérito al reconocer que la “ocupación” es una excusa delirante para exorcizar la ausencia de paz, y que es el sionismo en sí mismo [N.P.: la soberanía y la autodeterminación judía] lo que los árabes rechazan.

Así pues, la elección que nos plantean los árabes no es entre “ocupación o paz”, sino entre “sionismo o paz”. Muchos antiguos creyentes en la “cosmología pre-1967” ya se han dado cuenta de ello. Otros están tan apegados a la paz que se han convertido en post-sionistas. Finalmente, los apegados al sionismo han optado por la firmeza.

Los historiadores Avi Shlaim y Benny Morris son unos ejemplos perfectos. Ambos autoproclamados “nuevos historiadores”, han publicado por separado una historia del conflicto árabe-israelí poco antes de la implosión del proceso de Oslo (“El muro de hierro” y “Las víctimas revisitadas”). Ambos autores dieron la bienvenida a la elección de Ehud Barak en 1999, prediciendo que pronto probaría que sus teorías eran correctas. Sucedió todo lo contrario. Shlaim, un historiador que reside desde hace muchos años en Gran Bretaña, reaccionó rechazando el sionismo. Morris optó por rechazar el paradigma de Oslo. Mientras Shlaim dice ahora que “el sionismo es el verdadero enemigo de los judíos”, Morris afirma que “viviendo en este barrio, estamos condenados a vivir por la espada”.

Morris incluso se compara con Albert Camus. “Él se consideraba un hombre de izquierdas y una persona de elevada moralidad, pero cuando surgió el problema de Argelia colocó a su madre por encima de la moral”, declaraba a Ari Shavit en su famosa entrevista de 2004. Y así proseguía Morris: “La conservación de mi pueblo es más importante que los conceptos morales universales”. Booz Neumann, un profesor de historia en la Universidad de Tel Aviv, ha utilizado la misma metáfora y ha utilizado el mismo razonamiento.

“El crepúsculo de los ídolos” no es sólo un famoso libro de Friedrich Nietzsche, también es un principio fundamental del judaísmo. La idolatría es una abominación porque el creyente sabe que se está mintiendo a sí mismo. Que algunos intelectuales israelíes estén tan alarmados es un signo de esperanza. Quién sabe: incluso la Santísima Trinidad israelí, con el tiempo, hasta podría reconocer al Santo (Dios).