Enlace Judío México e Israel – El fallecimiento del escritor israelí A. B. Yehoshua conmueve todas las fibras de mi cuerpo.

Su origen sefaradí como el mío, sus vivencias en un barrio jerosolimitano (Nevé Shaanán) donde tuve el primer hogar en Israel, y la pintoresca variedad de sus escritos forjaron afinidades que hasta aquí jamás confesé.

Sus páginas me cautivaron desde el momento que el dominio del hebreo me permitió recorrerlas sin prisa, abrumado por el placer como si sorbiera un buen vino.

Ciertamente, no fue el único escritor que compensó mis noches insomnes.

Agnón, Amós Oz y David Grossman me concedieron una gozosa lectura sensual en el curso de los años. Pero leer a Yehoshua implicó para mí el ágil parpadeo de una afinidad que apenas puedo explicar.

Él residió durante algún tiempo en el barrio jerosolimitano Navé Shaanán donde planté mi primer hogar en Israel. Y en uno de sus libros – La Caverna – trazó las peripecias de un cuasi-ingeniero israelí que rehúsa envejecer y apenas acepta las traiciones de su fatigada memoria.

Actitud que le permitió cuotas de libertad vedadas a sus colegas que a menudo se burlaron de sus debilidades.

El prematuro fallecimiento de su esposa Rivka- psicoanalista y algunos años más joven que él – lo castigó a con una oceánica soledad que le condujo a convivir con sus hijos y nietos a fin de aliviarla.

Y nunca dejó de borronear y difundir páginas pues en ellas se cobijaban los secretos y los afanes de su vida.

Yehoshua no fue sólo escritor. Como paracaidista tomó parte activa en todas las jornadas militares del país, y junto con Amós Oz buscó y predicó la sana convivencia con la amplia minoría árabe – veinte por ciento de la población – en el país.

Su muerte enluta a no pocos que festejaron su humor al lado de un singular talento literario.

Faulkner fue uno de sus escritores predilectos, y la larga amistad con Amós Oz no conoció fronteras ni excusas.

Ciertamente, la muerte, aunque esperada e inevitable, siempre sorprende. Es el vital impulso de toda creación que vive más allá de la ausencia física. Y las páginas de Yehoshua revelan su ineludible presencia.


 

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