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Daniel Lvovich, un investigador argentino que se encontraba revisando archivos buscando material para su tesis doctoral, dio con un texto inédito, escrito por Borges hace casi 75 años. Se trata de un ensayo contra el antisemitismo.

En agosto de 1932, una organización antisemita argentina había convocado a un acto. Enseguida comenzaron a correr rumores que afirmaban que los asistentes se dedicarían a atacar personas e instituciones judías.

En ese contexto, el semanario “Mundo Israelita” solicitó a personalidades de la Argentina que expresaran su opinión sobre la situación, afirmando que “elementos tendenciosos, desembozados algunos y agazapados en las sombras otros, han estado sembrando la confusión por todos los medios a su alcance, empeñados en derivar la protesta contra los comunistas hacia una acción punitiva contra los judíos, que serían sinónimos”.

El texto de Borges brilla por su ironía y su vigorosa defensa de la tolerancia y el respeto. En su último párrafo, el genial autor afirma que “instigar odios me parece una tristísima actividad… hay proyectos edilicios mejores”.

El siguiente es el texto de dicho artículo:

Ciertos desagradecidos católicos, léase personas afiliadas a la Iglesia de Roma, que es una secta disidente israelita servida por un personal italiano, que atiende al público los días feriados y domingos, quieren introducir en esta plaza una tenebrosa doctrina, de confesado origen alemán, rutenio, ruso, polonés, valaco y moldavo.

Basta la sola enunciación de ese rosario lóbrego para que el alarmado argentino pueda apreciar toda la gravedad del complot.

Por cierto que se trata de un producto más del etéreo y mucho menos gratuito que el dumping. Se trata -soltemos de una vez la palabra obscena- del Antisemitismo.

Quienes recomiendan su empleo, suelen culpar a los judíos, a todos, de la crucifixión de Jesús. Olvidan que su propia fe ha declarado que en la cruz operó nuestra redención.

Olvidan que inculpar a los judíos equivale a inculpar a los vertebrados, o aun a los mamíferos.

Olvidan que cuando Jesucristo quiso ser hombre, prefirió ser judío y que no eligió ser francés, ni siquiera porteño.

Ni vivir en el año 1932 después de Jesucristo para suscribirse por un año a Le Roseau d’Or.

Olvidan que Jesús, ciertamente, no fue un judío converso.

La basílica de Luján, para El, hubiera sido tan indescifrable espectáculo como un calentador a gas o un antisemita.

Borrajeo con evidente prisa esta nota.

En ella no quiero omitir, sin embargo, que instigar odios me parece una tristísima actividad y que hay proyectos edilicios mejores que la delicada reconstrucción, balazo a balazo, de nuestra Semana de Enero, aunque nos quieran sobornar con la vista de la enrojecida calle Junín, hecha una sola llama.

Jorge Luis Borges, agosto 1932.