ESTHER SHABOT

En estos meses en que la “primavera árabe” ha revelado la precariedad de las condiciones de vida de millones de habitantes del mundo árabe, múltiples factores han sido descritos y analizados para dar cuenta de estos gigantescos estallidos de protestas populares. Se ha hablado y escrito mucho acerca del carácter dictatorial y corrupto de sus regímenes, de la falta de libertades esenciales, de la violación continua a los derechos humanos, de las deplorables condiciones de vida de las mayorías y la falta de desarrollo social responsable de la desesperanza con la que sus jóvenes –que constituyen la mayoría de la población- encaran su futuro.

Sin embargo, muy poca atención se ha puesto a un área que será necesario abordar si se pretende que en verdad las transformaciones hoy en gestación lleguen a buen puerto. Se trata del campo de la educación, cuyas características en la mayoría de los países árabes dejan mucho que desear no sólo por no preparar a niños y jóvenes hacia el pensamiento crítico y la posibilidad de incorporarse al trabajo productivo y al mundo globalizado, sino también por ser la fuente de radicalismos religiosos e ideológicos conectados con una interminable serie de supersticiones, miedos y creencias responsables en buena medida de los sectarismos étnico-religiosos y la violencia hacia las mujeres y las minorías.

Recientemente apareció en las páginas de Middle East Media Research Institute (MEMRI) la transcripción de lo que opina un liberal kuwaití acerca del currículum escolar que rige en la mayoría de las escuelas del mundo árabe donde la línea islamista, interpretada casi siempre por clérigos radicales, constituye su eje central. En efecto, el Dr. Abd al Aziz Al Khatib publicó en el diario kuwaití Al Jarida una demoledora crítica contra el sistema educativo árabe al cual juzga como una fuente de extremismo y desconexión con la realidad.  Denuncia la manera como se inculca en niños y jóvenes la idea de que cualquier otra religión diferente al Islam no es más que herejía y de ahí la obligación de emprender la jihad o guerra santa a fin de combatir a muerte a los detentadores de tan grave pecado. Igualmente describe cómo en los planes de estudio de primaria y secundaria se abunda obsesivamente en demonios, castigos en el infierno y talismanes, menospreciando u obviando francamente los conocimientos que tienen que ver con la ciencia, las artes, la tolerancia y el desarrollo del pensamiento crítico.

Al Khatib, padre de una adolescente, se indigna de forma especial ante lo que ella aprende en la escuela acerca del matrimonio y el comportamiento esperado de las mujeres: que el honor de la familia depende del recato de éstas, que un marido tiene derecho a golpear a su esposa, pero sin dejar marcas en su cuerpo, y que una mujer divorciada debe permanecer recluida en la casa de su marido durante el “idá”, periodo de tres meses en el que el hombre tiene permiso para cambiar de opinión. Ello para promover que él reconsidere y decida aceptarla de nuevo como su cónyuge.

La síntesis de las observaciones de Al Khatib contienen la guía de lo que idealmente habría que cambiar en cuestiones educativas para generar posibilidades reales de avance social. Él dice: “…quiero que mis niños aprendan cosas que les ayudarán en este mundo, cosas que no promuevan la idiotez ni sean solidarias con el atraso. Quiero que sean mentalmente estables, sin miedos anclados en supersticiones manipuladoras. Quiero que aprendan los aspectos filosóficos y humanos (de la religión) que la hacen atractiva, no los cuentos que venden ilusiones mezcladas con el miedo.”

El desafío para las sociedades árabes hoy en efervescencia no es sólo entonces derrocar gobiernos y crear nuevas formas más democráticas de funcionar. También se exige, para que las cosas no regresen a los caducos modelos de los que se pretende salir, modificar seriamente los aberrantes contenidos de los programas educativos diseñados para perpetuar el miedo, la ignorancia y la pobreza, factores que han favorecido siempre el dominio de los sátrapas y la sumisión humillante de las mujeres.