JULIÁN SCHVINDLERMAN

El semianarquista nonagenario franco-alemán Stéphane Hessel tiene muchos motivos para estar indignado.  Como sobreviviente del Holocausto, debe causarle indignación contemplar la supervivencia del neonazismo, incluso en Francia y en Alemania. Como uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, debe indignarlo seriamente la persistente y ubicua violación de esos derechos en grandes porciones del globo.

Como ex embajador de Francia ante las Naciones Unidas en Ginebra, debe hallar indignante la degradación institucional de ese foro multilateral. Y sin embargo, no hallaremos demasiadas referencias a esas cuestiones en su panfleto ¡Indígnate!, el cual movilizó a más de un millón de jóvenes en España, Grecia y otras partes de Europa. “Actualmente mi principal indignación”, anuncia el autor del ahora universalmente famoso texto, “concierne a Palestina, la franja de Gaza, Cisjordania”.

Para Hessel, es “absolutamente necesario” leer el informe Goldsonte; aunque hemos de asumir que no la desmentida del propio juez sudafricano que declaró poco tiempo atrás que de haber sabido entonces lo que sabe hoy, seguramente hubiera escrito un informe diferente. El redactor se reserva importantes juicios de valor sobre el comportamiento de los israelíes (“La fuente de mi indignación es el llamamiento lanzado por los israelíes valientes de la diáspora: ustedes, nuestros antepasados, vengan a ver a donde han llevado nuestros dirigentes a este país, olvidando lo valores humanos fundamentales del judaísmo”), y de los judíos (“Que los propios judíos puedan perpetrar crímenes de guerra es insoportable”), mostrando cierta confusión en los términos: son los judíos los que residen en la diáspora y los israelíes, en Israel. Para un descendiente de padre judío, el equívoco es llamativo; la pretendida lección de ética, penosa.

Pero el rigor fáctico y la moderación valorativa no son el fuerte de Hessel. Gaza, en su visión, es “una prisión a cielo abierto”, los palestinos fueron “expulsados de sus tierras por Israel” en 1948 y Hamas “no ha podido evitar que se lancen cohetes a los pueblos israelíes”. No ha podido evitar, nótese. Por los gazatíes no siente otra cosa que admiración: “… su patriotismo, su amor por el mar y las playas, su constante preocupación por el bienestar de sus hijos, innumerables y risueños…”.  Claramente, Hessel parece no haber visitado los innumerables y poco risueños campamentos de entrenamiento infantiles que Hamas ha montado para el adoctrinamiento terrorista de los niños gazatíes, como muestra de su constante preocupación por el bienestar de sus hijos.

A lo largo del texto, el autor se manifiesta contrario a la violencia y titula a una sección “La no violencia, el camino que debemos aprender a seguir”, y aún a otra “Por una insurrección pacífica”. Sanciona a Jean-Paul Sartre por haber apoyado a terroristas durante la guerra de Argelia y durante la toma de rehenes israelíes en las olimpíadas de Munich. “Evidentemente pienso que el terrorismo es inaceptable” afirma Hessel. Pero estas consideraciones no pueden extenderse a la Gaza actual: “… hay que admitir que, cuando un pueblo está ocupado con medios militares infinitamente superiores, la reacción popular no puede ser únicamente no violenta”, puesto que “podemos explicar estos actos [de terror] por la exasperación de los gazatíes”. Si esto luce como un doble estándar es porque lo es. Y para que no queden dudas acerca del posicionamiento de Hessel, él elabora sobre el punto de esta forma: “En la noción de exasperación, hay que comprender la violencia como una lamentable conclusión de situaciones inaceptables para aquellos que las sufren”. Con todo, estas justificaciones lucen innecesarias. No por ser moralmente inconcebibles, sino porque desafían la propia lógica argumental de Hessel, quién, en un párrafo agregado a la edición en español, agradece a la juventud española el “apoyo que ha dado a la causa palestina, que se muestra cada vez más partidaria de una resistencia no violenta”.

Hessel está tan orgulloso de su propalestinismo que, en la solapa del texto publicado recientemente por la editorial Planeta en la Argentina, se destaca su categoría de “Defensor de la causa palestina”. Que este sea un atributo merecedor de mención en una biografía de autor es todo un comentario sobre el estatus casi icónico que esta postura ideológica ha alcanzado. Eso sólo ya es suficiente para que el panfleto ¡Indígnate! cause justificada indignación.