IVETT RANGEL/REFORMA

10 de julio 2011- Tan sólo su nombre remite a la Matanza de los Inocentes, pero Herodes El Grande, Rey de Judea, construyó en piedra una historia aún más extensa que, hasta nuestros días, se puede admirar frente a las costas del Mar Muerto.

“Herodes construyó once palacios, y todos se conservan, a pesar de las múltiples conquistas”, señala el guía mientras cruzamos el paisaje completamente ocre que regala el Desierto de Judea.

Uno de esos palacios, el de Herodión, sirvió como su residencia oficial; de hecho fue ahí donde el arqueólogo israelí Ehud Netzer halló la supuesta tumba del rey, luego de cuatro décadas de búsqueda. Sin embargo, es otra de sus casas la que también se ha convertido en el imán turístico en esta zona de Israel: Masada.

La vida sobre un monte

A 50 minutos de Jerusalén, frente al Mar Muerto, se halla Masada, el palacio de verano de este hombre, que reinó entre los años 37 y 4 a.C.

Al notar la ventaja estratégica del lugar, ubicado sobre un promontorio, Herodes lo eligió como refugio para defenderse de sus enemigos, tanto internos como externos.

Durante su reinado, también se construyeron lugares de placer como “La Casa de Baño”, donde había piscinas, así como habitaciones frías y calientes; almacenes bien equipados; un eficiente sistema de cisternas -que se llenaban con agua de lluvia- y una construcción de casamatas (bóvedas para instalar una o más piezas de artillería).

Para ascender al ahora Parque Nacional Masada, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2001, hay dos opciones: subir a bordo del teleférico o caminar por un curvado sendero en el desierto.

Y aunque el guía asegura que sólo lleva 45 minutos ascender por el “Sendero de la Serpiente”, todos optamos por llegar en tres minutos utilizando las cabinas del teleférico.

Luego de 900 metros “volando” sobre el desierto, comprobamos que sí fue la mejor opción: los otros visitantes han tenido que tomar un descanso para que sus rostros enrojecidos y respiración acelerada regresaran a la normalidad, y entonces recorrer estos muros con más de 2 mil años de antigüedad.

Así, sin cansancio, caminamos a través de los restos de los distintos palacios, las termas y la iglesia bizantina, hasta alcanzar el “Columbario”, dos columnas cuadradas en las que se criaban palomas (para enviar mensajes), pero también servían como punto de guardia y observación. Desde aquí, el guía narra cómo, hasta después de la muerte de Herodes y de la anexión de Judea al Imperio Romano, este lugar se convirtió en el símbolo de la resistencia y el heroísmo de los judíos, al ser el último bastión de la rebelión contra los romanos, en el año 73.

Los romanos lograron entrar a Masada gracias a una torre de asalto que desplazaron a lo largo de una rampa, y que aún es posible ver. Así que cuando los rebeldes judíos perdieron toda esperanza (eran 960 contra 8 mil soldados romanos), el líder Eleazar ben Yair dirigió un discurso en el que convencía a todos de morir, antes que padecer una vida de vergüenza y humillación como esclavos de los romanos.

“Hermanos: hace tiempo hemos llegado a un acuerdo de no someternos a los romanos, como tampoco a otras fuerzas que quieran dominarnos. Sólo ante Dios nos rendimos, sólo él gobierna con la justicia y la verdad, y nos otorga la posibilidad de caer y morir como héroes libres”, dijo Ben Yair.

Entonces, mediante un sorteo, se eligieron a 10 hombres que debían degollar a todos los habitantes de Masada, y luego elegir a uno más para degollar a los otros nueve compañeros. El último debía matarse a sí mismo.

“Así murieron todos, creyendo que no dejaban a nadie bajo el yugo romano… Al día siguiente, cuando subieron los romanos a Masada, se encontraron con los defensores muertos, pero no se alegraron esta vez al ver a sus enemigos muertos, sino que se admiraron por el valor de éstos y su gran decisión de burlarse de la muerte”, narró Flavio Josefo en La guerra de los judíos, libro escrito entre los años 75 y 79.

Sin embargo, dos mujeres y cinco niños se habían escondido en las cisternas, y ellos fueron quienes le contaron lo sucedido al historiador.

Después Masada quedó abandonada por cientos de años, hasta que en el siglo 19 y 20 comenzaron las investigaciones en el lugar. Y fue hasta 1966 cuando comenzaron a llegar los primeros visitantes ansiosos por conocer el opulento y apartado estilo de vida de Herodes, y sentir el heroísmo judío.

Al mirar hacia el oeste, por encima de la rampa, se comprende la frase que en Israel se dice con gran orgullo: “Masada no volverá a caer”.