LA DESPEDIDA DE RAPHAEL SCHUTZ, EMBAJADOR DE ISRAEL EN ESPAÑA

Esta carta causó una ola de comentarios en los medios españoles, incluyendo una respuesta en El País del escritor Juan Goytisolo, de la cual publicamos un fragmento. Ojalá sirva de auto análisis a una sociedad que necesita definirse en cuanto a este tema.

Estoy terminando mi período de cuatro años como Embajador de Israel en España y regreso a Israel para continuar mi carrera diplomática en el Ministerio de Asuntos Exteriores en Jerusalén. Estos traslados de un país a otro son parte de la vida de un diplomático y suponen cambios de cultura, de idioma, de residencia, a la vez que suman experiencias, vivencias y amigos en distintos lugares del mundo.

Estos días en los que finalizo en mi puesto y regreso a Israel son también días de reflexión personal y de resumen de una etapa. ¿Qué me ha sucedido en los últimos cuatro años? ¿Qué ha cambiado, si algo lo ha hecho, en las relaciones entre España e Israel? No hay duda de que la Embajada durante estos años ha pasado épocas “poco fáciles”. Tanto los días de la operación militar en Gaza, que Israel fue obligada a llevar a cabo por la lluvia de Qassam lanzada a la población civil del sur de Israel, como también los de la flotilla turca y sus consecuencias, fueron épocas poco agradables en la Embajada y para los diplomáticos. También el hecho de haber vivido en carne propia parte del odio y del antisemitismo que existen en la sociedad española es algo que me llevo conmigo.

A pesar de todo esto, creo que hemos tenido también muchos momentos muy positivos, muy cálidos y muy emocionantes durante los últimos años, en lo personal por supuesto, pero también desde el punto de vista profesional, diplomático y de las relaciones entre ambos países.

He sido Embajador de Israel en la celebración del 25 Aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España e Israel. Veinticinco años significan una sola generación, la primera después de casi 500 años de desconexión entre nuestros pueblos, lo cual supone 20 generaciones. En este sentido somos los pioneros que intentamos recomponer la ausencia de estos años para retomar la normalidad de las relaciones entre nuestros pueblos y nuestros países. Durante este año del aniversario hemos podido ver ya parte del potencial que subyace en esas relaciones con tratados, convenios, acuerdos, visitas de alto rango, importantes eventos culturales. En todo ello se puede sentir que las relaciones entre nuestros países sólo están haciendo que despegar. Un ejemplo de esta sensación la hemos visto en la visita del Presidente de Israel, Excmo. Shimon Peres, a España y en la histórica visita de SS.AA.RR. los Príncipes de Asturias a Israel.

Además de todos estos logros, hace pocos días hemos sido testigos de la fortaleza de la unión entre nuestros pueblos que comparten un pasado largo y rico. Varias plazas de ciudades españolas han sido escenario del concierto de rock del proyecto “Adumey ha’sefatot”. Casi 1.000 años después de que los poemas de Shlomo Ibn Gabirol fueran escritos aquí en tierras peninsulares, músicos israelíes los resucitan para el público español.

Éstas son ciertamente mis palabras de despedida como Embajador de Israel en España, sin embargo, esta separación estoy seguro de que no va a ser muy larga.

¡Hasta pronto España!

FRAGMENTO DE LA RESPUESTA DE JUAN GOYTISOLO EN EL PAÍS

” En lo que parece ser una carta de despedida a los españoles (Perspectiva y paciencia, EL PAÍS, 2-7-2011), el embajador de Israel en Madrid, Raphael Schutz, nos descubre el Mediterráneo. Desde el decreto de expulsión de los Reyes Católicos de 1492, nos dice, “a diferencia de lo que sucedió en otros lugares de Europa, que en España no hubo convivencia con judíos de carne y hueso durante siglos… El desconocimiento personal del judío hizo que proliferaran los estereotipos. Se puede deducir hasta qué punto estos están enraizados por el hecho de que hasta hoy día expresiones como hacer judiadas son comunes y corrientes en el discurso español, así como por los elementos manifiestamente antijudíos en las procesiones religiosas de Andalucía y de otros lugares”.

Si a primera vista las cosas sucedieron tal como las pinta el embajador, su reducción simplista a conocidos giros y refranes o a vagas referencias a la piedad popular de nuestro folclor deja de lado aspectos fundamentales del tema. Los judíos no desaparecieron sino aparentemente de la sociedad peninsular incluida la de Portugal. Aunque encubierta y rodeada de todo tipo de precauciones en razón del acoso de la Inquisición, la elite judeoespañola siguió siendo parte de nuestro paisaje cultural. Los cristianos nuevos que recibieron a la fuerza el “bautismo de pie” y sus descendientes de sangre “manchada” compusieron al revés la verdadera elite intelectual de la Península al punto que, como dijo un historiador, ya fueran secretamente judíos, ya racionalistas -esa línea de pensamiento que va de Fernando de Rojas a Spinoza, pasando por Uriel da Costa, tan bien estudiada por Révah-, ya cristianos embebidos en la mística hebrea, crearon en gran parte la espléndida cultura española de los siglos XV, XVI y XVII mientras que los españoles de sangre “limpia” se encastillaban en su búnker antisemita. La llamada Edad Conflictiva por Américo Castro y los dramas provocados por la obsesión enfermiza de la pureza de sangre han sido analizados por intelectuales de la talla de Castro, Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Márquez Villanueva, José Jiménez Lozano, etcétera, que quizá no sean unos desconocidos para Raphael Schutz, y por otros que ha leído sin duda como Benzion Netanyahu, Ierushalmi (cuya obra de referencia reseñé hace años en L’Express), el ya citado Révah, Samuel Armistrad, Silverman…

El antisemitismo sin judíos -que no es una triste singularidad nuestra sino también de algunos países del Este europeo como Polonia- se prolongó a lo largo de los siglos XVIII, XIX y primera mitad del XX. El magnífico estudio de Gonzalo Álvarez Chillida, El antisemitismo en España. La imagen del judío (1812-2002), que tuve la satisfacción de prologar, examina atentamente los prejuicios y clichés que salpican la obrade autores tan diversos como Alarcón, Bécquer, Balmes, Vázquez de Mella, Emilia Pardo Bazán, Pío Baroja, González Ruano o Vicente Risco. Las bien meditadas réplicas a dicha malquerencia de José Amador de los Ríos, Adolfo de Castro, Ángel Pulido y Rafael Cansinos Assens, amén del filosemitismo de figuras como Espriu o Josep Pla, podrían apuntalar con mayor firmeza la paticoja exposición del señor embajador.

Igualmente le aconsejaría la lectura de la antología de Literatura fascista española de Julio Rodríguez Puértolas que, frente al odio visceral al moro de los poetas y escritores del bando republicano durante la Guerra Civil -odio fomentado por la utilización de míseros mercenarios rifeños por los militares franquistas-, presenta en opuesta y perfecta simetría las soflamas antijudías de los agrupados tras la bandera de la Falange y el credo nacionalcatólico. ¡Un revelador homenaje de la barbarie a la llamada España de las Tres Culturas!

Sí, señor Schutz, el antisemitismo persiste en España después de tres décadas de democracia. Diversas estadísticas indican que en el palmarés de la infamia de los prejuicios raciales, el judío imaginario ocupa el tercer lugar después del gitano, pese a su probada españolidad desde hace siglos, y, naturalmente, del moro. Pero deducir que este “telón de fondo histórico dicta la actitud de los españoles hacia Israel” es dar un salto muy peligroso en la medida en que pasa por alto algo tan claro como que ser judío, ser sionista, ser israelí y ser extremista religioso del orden de los que imponen su ley en los territorios ocupados de Palestina son cosas distintas, y que esa amalgama no conduce a esclarecer el problema sino que lo complica…”.