PACO SOTO | DIARIO VASCO.COM

 

Amplios sectores del país mantienen su sentimiento antisemita y no se sienten culpables de lo ocurrido durante la ocupación nazi

18 julio-2011.- El antisemitismo, que tuvo consecuencias dramáticas durante la Segunda Guerra Mundial en Polonia, sigue atormentado al país. A diferencia de lo que ocurrió durante el Gobierno del ultraconservador  Jaroslaw Kaczynski, el del liberal Donald Tusk aplica una línea de conducta respecto a la hostilidad hacia los judíos -sigue siendo amplia en reductos de la derecha política, social y mediática- de rechazo y condena.

Para algunos colectivos cívicos y descendientes de víctimas judías del holocausto el paso dado por Varsovia contra el antisemitismo es importante pero no suficiente. Estas agrupaciones piden que el Estado reconozca el saqueo que llevaron a cabo algunos polacos contra las posesiones de judíos asesinados por los nazis.

El diario conservador británico The Times denunció recientemente esta cuestión con motivo del inicio de la presidencia europea del país ex comunista. El rotativo señalaba que «a millones de polacos, tanto judíos como cristianos, se les arrebató todo: casas, tierras, negocios, bosques, fábricas y mobiliario. Seguir la pista de sus dueños es complejo, pero no imposible. Polonia debería por lo menos abrir sus archivos para que a la decreciente cantidad de sobrevivientes del holocausto les resulte más fácil pasar cuentas a la espera del día en que finalmente salde esas deudas».

Elzbieta Janicka, una activista contra el antisemitismo y el racismo, considera «positiva» la demanda, pero cree que «las autoridades no harán demasiado caso porque hay cierto temor a hablar del papel que desempeñaron algunos polacos contra los judíos durante la ocupación». «La reparación por el daño causado debería ser también de orden material, pero dudo mucho que se pueda alcanzar este objetivo», opina una periodista de la revista hebrea varsoviana Midrasz.

Hace unos meses, Jan Tomasz Gross, un polémico historiador de origen polaco afincado en Estados Unidos, publicó el libro ‘Una cosecha en oro’ donde cuenta el saqueo de objetos en oro y otros bienes que cometieron algunos polacos contra los cadáveres de judíos masacrados en el campo de exterminio de Treblinka. La obra se basa en un artículo publicado hace años en el liberal Gazeta Wyborcza por Piotr Gluchowski y Marcin Kowalski que narraba la misma historia.

Críticas de historiadores

El libro de Gross, como otros títulos sobre el antisemitismo polaco publicados por el mismo autor, fue duramente criticado por algunos historiadores, que lo consideraron sensacionalista y ajeno al rigor, e intelectuales e ideólogos de la derecha política y mediática más conservadora. Gross no es el único que denunció estos hechos. Jan Karski, un católico valiente y resistente al nazismo que falleció en 2000 en Estados Unidos, describe en sus memorias cómo una familia judía que le escondió fue asesinada por los nazis y sus pertenencias, saqueadas por polacos. Karski, que salvó la vida de muchos hebreos durante la Segunda Guerra Mundial, alertó en su momento a los aliados sobre el Holocausto.

En este contexto de complejos y vergüenzas que no se han asumido, Polonia conmemoró el 70º aniversario de la matanza de Jedwabne. El 10 de julio de 1941, una parte de la población de este municipio del noreste masacró a sus vecinos judíos después de expulsarlos de sus casas. Armados con hachas, barras de hierro y palos y ante la mirada atenta de policías alemanes, los responsables de este pogrom lapidaron o acuchillaron a sus víctimas y después les arrancaron la lengua y los ojos y las quemaron. Las casas de los judíos asesinados fueron saqueadas y ocupadas por vecinos católicos y su cementerio, destruido.

La masacre, que fue alimentada por la propaganda nazi, ocurrió unos quince días después de que llegaran las tropas germanas a una región ocupada por la URSS desde septiembre de 1939. Los antisemitas aprovecharon que algunos judíos habían colaborado con el ocupante soviético para justificar el exterminio de toda una comunidad. Al acabar la guerra, el poder comunista organizó un juicio contra una docena de polacos por el crimen de Jedwabne y levantó un monumento en el lugar de la matanza, que atribuyó «a la Gestapo y la gendarmería hitlerianas».