GUSTAVO PEREDNIK

El periodista norteamericano Sidney Sion le habría sugerido a David Ben Gurión que el Estado judío renacido se denominara “Palestina”, y el Gobierno británico le pidió al Rey Abdala I de Jordania que no usara ese nombre para su reino.

Si alguno de los dos se hubiera empecinado en conservar “Palestina”, el conflicto en Medio Oriente no habría desaparecido, pero por lo menos no estaría viciado de una locura semántica que hoy lo envuelve.

Lejos de ser una “milenaria y pacífica nación despojada”, los palestinos son una novedosa invención del siglo XX. Hasta hace cien años sólo a los judíos se les aplicaba el gentilicio palestino. Fondo Nacional Palestino, Orquesta Filarmónica Palestina, diario Palestine Post –todos judíos. Hay una enciclopedia judaica íntegramente accesible en Internet, y es de 1906. Por ello, en la enciclopedia abundan “arqueólogos palestinos, rabinos palestinos, profesores palestinos”. Todos ellos eran, por supuesto, judíos de la Tierra de Israel.

Los árabes no hablaban de palestinos, sino de habitantes de la Gran Siria. No aspiraban a la independencia de una tierra que nunca había sido independiente salvo bajo gobierno hebreo.

Eso explica que ni siquiera en las declaraciones de las Naciones Unidas aparezcan los palestinos. Aun la celebérrima resolución 242 de noviembre de 1967, que fue votada como consecuencia de la “ocupación”, no menciona a los palestinos (ni qué hablar de su “Estado”). Sólo habla de refugiados.

Durante la segunda mitad del siglo XX la voz palestinos sufrió una metamorfosis semántica sin parangón. Los judíos de Sión, en el momento de declarar su independencia en 1948, asumieron honrosamente la denominación de israelíes. De este modo abandonaron en tierra de nadie el término palestinos, que fue paulatinamente deslizándose hacia los árabes, quienes entonces, como hoy, tampoco buscaban su independencia sino la destrucción del otro.

La transmutación semántica ayudó a los enemigos de Israel a re-escribir la historia, hasta que retroproyectaron su mitología y llegaron a narrarnos que por obra de los perversos judíos, ha sufrido las peores penurias un milenario pueblo árabe-palestino que, misteriosamente, no figura en ningún documento de siglo tercero, quinto, séptimo, noveno, once, trece, quince, diecisiete o diecinueve. Parecieran un pueblo oculto durante siglos, que ahora emergió a la fulgente luz.

En 1977 lo aclaró muy bien Zoher Mossein (jefe de Operaciones Militares de Arafat): “No hay diferencia entre jordanos y palestinos… somos miembros de una sola nación. Solamente por razones políticas nos cuidamos de enfatizar nuestra identidad como palestinos, ya que un separado Estado de Palestina será un arma adicional para luchar contra el sionismo”.
La ONU fue sumándose al invento de un antiguo pueblo despojado, y las agencias de noticias pasaron a presentar al movimiento nacional judío como si hubiera sido una aberración imperialista destinada a explotar a una nación pacífica y longeva. Raramente se menciona en los medios que jamás hubo un Estado árabe palestino o que Jerusalem nunca fue capital de pueblo alguno salvo de los judíos. O que cuando los “territorios ocupados” estuvieron en manos árabes (hasta 1967) y ergo los palestinos podrían haber proclamado allí su independencia, ni se les ocurrió. Ni siquiera proclamaron a Jerusalem, que poseían, como capital. Es que los reclamos de los líderes palestinos fueron siempre el mero remedo de lo que Israel hace o logra.
Al respecto se pregunta Joseph Farah, periodista árabe americano “¿no resulta interesante que antes de la guerra de los Seis Días no hubo entre los árabes un movimiento serio para crear una patria palestina? ¿Cómo es posible que los palestinos súbitamente descubrieron su identidad nacional después de que Israel venciera en la guerra?… No hay idioma palestino, no hay cultura palestina distintiva. Nunca hubo una tierra llamada Palestina gobernada por palestinos”.

Lo viejo es la amenaza

Lo que no es novedoso, es la amenaza de los líderes palestinos, secundados por varios Gobiernos latinoamericanos, de declarar un Estado árabe adicional en la Palestina histórica.

Lo hicieron el 1 de octubre de 1948, cuando el mufti de Jerusalén y entusiasta aliado de Hitler, Haj Amin al-Husseini, lo declaró en Gaza. Lo hicieron el 15 de noviembre de 1988, cuando Arafat lo declaró en Argelia. Casi lo hacen el 13 de septiembre de 2000.

Pareciera que a los líderes palestinos les atrae más proclamar Estados con los que provocar a Israel, en lugar de crear un Estado para convivir en paz y progreso.

De ahí que la gente se confunda y se deje llevar a que “la solución pasa por la creación de un Estado palestino”, sin pensar en cuál es el problema que viene a solucionarse. Si éste es la guerra, pues no hay nada en esa “solución” que siquiera anuncie una salida.

La guerra en el Cercano Oriente no se desató porque no había dos Estados para dos pueblos. Muy por el contrario: cuando el 29 de noviembre de 1947 la ONU aprobó la creación de ellos, la guerra se exacerbó; así fue también cuando los acuerdos de Oslo pusieron en marcha la creación de un Estado palestino.
El motivo de guerra es uno solo: los enemigos del Estado judío aspiran a que éste deje de existir. Mientras ese objetivo siga en pie, la guerra se perpetuará. Por el contrario, cuando ese objetivo sea quebrado, se habrán abierto las compuertas de la paz.
Las declaraciones unilaterales nos alejan de la solución, porque dan la impresión de que los palestinos no deben negociar para lograr lo que exigen, y que pueden limitarse a echar mano de la presión internacional sobre Israel. Esa presión no ayuda a la paz.
La habrá cuando los palestinos elijan convivir en paz con los judíos y dedicarse a combatir juntos a los enemigos verdaderos: el desierto, el atraso, el terrorismo.