MARCELO SNEH

 

Cuando la noche sin amanecer se cernió sobre la indefensa población de Buenos Aires, cuando la garra impune e impía del terrorismo demostró a la inerme comunidad israelita de la Reina del Plata que el atentado dirigido contra los judíos pero perpetrado contra la humanidad toda podía volver a repetirse cuando a los asesinos les viniese en gana, y no tanto porque los asesinos eran eficientes y estaban bien entrenados sino porque estaban pertrechados de la más destructiva de las armas, la impunidad, en el preciso instante en que al decir del maestro Sábato, “un terrible golpe de timbal acababa de inaugurar las tinieblas” este humilde servidor de ustedes se encontraba regresando a su hogar de una ardua jornada de trabajo, junto con su hijo Dany. Cuando estaba por apagar el motor del auto, se escucharon por la radio los tres demoníacos acordes con los que la estación de radio de Kol Israel (la Voz de Israel) preanunciaba noticias terribles y de último momento. Un extraño nudo en el estómago, un miedo inexplicable llevó mi mano a apagar el aparato, pero mi hijo, con sus 16 adolescentes años endurecidos por los ya seis que llevaba en esta tierra amada, agreste e impía, me dijo, como si él también presintiera algo: “dejá, aba…escuchá… escuchemos”

Y la fría y monocorde voz del locutor empezó a desgranar pormenores del terrible atentado, de la boca que se abrió sobre la faz de la tierra haciendo camino franco al infierno y permitiendo que el mal absoluto triunfe otra vez… muertos… heridos… confusión… y por sobre todas las cosas… impunidad.

Por supuesto que esa y varias noches más no dormí, tratando de averiguar qué había pasado con mi viejo, con el indoblegable combatiente de uniforme y de ideas, con el que cada vez que la Parca se le acercaba él solía sonreírle burlón y displicente…

Y así fue. Por enésima vez burló a la Parca.

Y hoy, a diecisiete años de su última partida de póker con la muerte, en la que la Huesuda retuvo obviamente varios ases en la manga, quiero rendirle este homenaje pequeño y propio, compartir con mis caros lectores este testimonio que debió haberme dictado desde el más allá. Para que el mundo lo recuerde, para que la memoria no se pierda.

Esa mañana roja de muerte y negra de sangre, Simja Sneh estuvo en el infierno y volvió… por quinta o sexta vez.

“Como todas las mañanas, ese lunes 18 de julio hice el trayecto desde mi casa (Corrientes y Medrano) hasta mi oficina en la AMIA, a pie. Mi oficina se encontraba en el entrepiso, al que se accedía por la gran escalera de mármol del vestíbulo de la entrada principal… subi por esas escaleras por última vez hasta mi pequeña oficina, dejé mi portafolios a un costado, y como todos los días, me aboqué al trabajo que estaba encarando desde hacía ya varios días, una traducción de un ensayo en idish… a los pocos minutos entro el muchacho (bah, muchacho le decía yo, un hombre mayor), que había dado comienzo a su recorrida por las oficinas, a servirme el té… no sé, el aroma del té siempre tuvo para mí algo de mágico, algo de subyugante… sobre todo durante las frescas y agradables horas de la primera mitad del día, y también así fue en la mañana de ese aciago día de julio… del dorado invierno argentino. Mordí el terrón de azúcar y bebí el té a grandes sorbos, mientras meditaba sobre el material que me aguardaba a un costado de la máquina de escribir. De repente algo extraño atacó mis pensamientos… como un “dejá vu” demoníaco y vehemente que empezó a sobrevolar mi mente como un buitre en busca de carroña y muerte… sentí repentinamente que algo extraño, muy extraño y terrible a la vez iba a suceder, no tenía la más mínima idea de qué… seguí bebiendo mi té, y meditando…  y por alguna extraña razón, mi mente empezó a sobrevolar entre recuerdos, recuerdos de la guerra, de lejanas Polonias y Rusias… era una cosa de lo más extraña…

Como persona disciplinada que soy, dejé de lado esos pensamientos y comencé a dedicarme a mis tareas diarias… cuando eso sucedió. Fue una explosión que sonó en mi despacho como amortiguada, como el estruendo de un cañonazo a través de un silenciador… detrás mío, la pared estalló en mil pedazos, la mampostería voló en todas direcciones y sentí como un golpe en el hombro (después, mucho después, me enteré que tenia una clavícula fisurada) y un golpe más fuerte en la cabeza… y como impulsado por una fuerza extraña, me levanté inmediatamente de mi silla, y salí de la oficina. Caminaba como un autómata… un pensamiento pertinaz rondaba mi cabeza lastimada: el estallido me hizo acordar algo, como que no fue el estallido de una garrafa de gas, o de un tanque de combustible… era una explosión que sonó con un estruendo  que creía ya olvidado, el mismo estruendo que sentí una vez durante la guerra, cuando servía en el Ejército Rojo, y la onda expansiva del estallido de un obús me levantó en vilo varios metros y me dejó tirado en una zanja a la vera del camino, malherido pero consciente… y este estruendo se le parecía, cómo se le parecía… Salí caminando, recuerdo cosas absurdas, como por ejemplo, recuerdo nítidamente en medio de mi estado de shock que me faltaba un zapato, y que me resultaba medio incómodo caminar con un solo zapato puesto… recuerdo que al salir de mi oficina paré a alguien que corría despavorido y le pedí un cigarrillo… después me topé con una chica que trabajaba en una oficina contigua a la mía, pálida como el papel en el que hacía apenas medio minuto antes un ser pensante volcaba sus ideas por medio de la escritura… la chica estaba como paralizada, y me miró con una muda expresión de terror… recuerdo que la tomé de la mano y le dije “méidele (1), salgamos lo antes posible de aquí, hubo una explosión, y el edificio puede venirse abajo en cualquier momento…”

Bajamos las enormes y agónicas escaleras de mármol como pudimos, el aire estaba cargado de polvo de escombros, de alaridos, de humo y de muerte.

Traspuse la puerta de entrada al edificio y recuerdo que por fin conseguí un cigarrillo, lo encendí, me senté en el cordón de la vereda de enfrente al ya tambaleante y negro edificio que agonizaba en su luto anticipado, y así como me senté… lentamente, como una grácil bailarina clásica que se va deslizando hacia el piso al ritmo de “La muerte del cisne”, o como vi tantas veces  a un soldado deslizarse lentamente a tierra, tocado por la piadosa mano del Ángel de la Muerte al ser alcanzado por una bala, el edificio de la AMIA se vino abajo, despaciosamente, como en una demoníaca y vehemente filmación en cámara lenta, en medio de una tormenta de escombros, polvo, hierros retorcidos, alaridos desgarradores…

Cuando la confusión tomo forma, cuando el polvo se asentó un poco, recuerdo que me puse de pie y caminé hasta los escombros… recuerdo que empecé a escalar un montículo de esos escombros, tal como lo había hecho durante la guerra al llegar a Varsovia uniformado como soldado británico de la Brigada Judia, miré alrededor…de repente despareció en mi toda sensación auditiva, parecía que estaba viviendo en un  mundo de silencio total, no existían los sonidos ni siquiera dentro de mi cerebro… recuerdo que un bombero, o un policía, o un hombre de civil, ya no recuerdo, se me acercó y trató de sacarme de ahí… veía sus labios moverse frenéticamente en un grito desesperado, como de alguien que está ante una pared que no oye… el hombre me tomó de los hombros… me gritó en la cara, lo vi gritar… pero no lo escuché… de ahí en más, la oscuridad. No recuerdo más nada, hasta que desperté en el Hospital de Clínicas, y la primera imagen que tuve ante mí fue el rostro arrasado por las lágrimas y la preocupación de Berta, mi mujer, y detrás de ella, la bondadosa y también temerosa mirada de mi amigo Ernesto Sábato…

Sobreviví al atentado. Fui sacado de entre los escombros en camilla, inconsciente… alguien me hizo llegar una foto de ese momento. Y no fue la primera vez que le gané la partida a la Muerte. La Guerra, la Embajada… Otros lamentablemente no lo lograron… Fantasma de Plaskin: descansa en paz. Susy Wolynski: sé que tus padres, a los que yo tanto quiero y quise desde siempre, jamás encontrarán algún consuelo… Pero se ve que mi destino fue ese, el de sobrevivir, el de hacerle un corte de manga a la  maldita Huesuda… por quinta o sexta vez.”

IN MEMORIAM – Simja Sneh (1908-1999)

Recopilación del testimonio: Marcelo Sneh (Beer Sheva, Israel)

(1) Méidele: Muchachita, en idish (N. del R.)