SALOMÓN LEWY E.

¿Cuál es la palabra más representativa del judío?  ¡SHALOM!

Cuanta verdad, cuanto significado guarda. La empleamos para todo; al llegar, al irnos, para demostrar nuestra ideología, al intervenir en conflictos, en el reparto de legados, en nuestra política interna – y en la externa – ; en fin, en todos nuestros actos.

Vámonos al contexto del lenguaje histórico: Shalom Alejem. Desde antiguo, en los tiempos bíblicos (¿hay otros?), Abraham lo usaba aún en la disputa de los pozos. En el medievo, cuando era pecado ser judío, nos identificamos al llegar a otros grupos con esa frase, aunque fuera dicha entre dientes y con la cabeza baja.

En lo que es hoy llamado Medio Oriente, la utilizamos disfrazada de acento con los árabes; en Europa Oriental le dimos una pronunciación de hebreo ashkenazi, mas el concepto ahí quedó para siempre.

En el desarrollo de la palabra está la Historia. La ciencia y arte de la etimología explica mejor el concepto , su manejo y sus consecuencias, pero veamos “shalom” en la perspectiva política a través de un cristal reciente, digamos desde fines del siglo XIX hasta nuestros días. ¿Qué nos vamos a encontrar?

Tomemos como primera referencia al Congreso Sionista y Theodor Herzl. Se estableció con la mirada puesta en una patria para los judíos. No habló de paz sino de identidad y territorio, pero fue la chispa que encendió un pequeño polvorín. Judíos del este de Europa, voltearon su vista hacia las tierras judías de las que habían sido expulsados sus ancestros hacía  dos mil años.

Como pudieron, fueron llegando. Unos con ayuda externa, otros a como diera lugar. No había nadie con quién hacer “shalom”. Sí, era territorio otomano, pero yermo, abandonado, intrascendente, y  como dicen, se pusieron “a darle”.

Las consecuencias de la  primera guerra mundial hicieron de los británicos poseedores de esas que ellos llamaron colonias. “Shalom” duró poco. El judío del mundo ya había probado la bendición de una tierra propia, aunque fuera un montón de dunas y pantanos. El judío continuó llegando, aunque  a cuenta-gotas. La “pérfida albión”, como de costumbre, lanzó a las poblaciones”indígenas” – en este caso árabes y judíos – unas contra otras, sin dejar a un lado de manejar el atávico “musulmanes contra judíos”. Conflicto creado en forma similar a otras “colonias” inglesas como la India  – sikhs vs. musulmanes, vishnas vs. budistas, etc.

Fue entonces que el “shalom” , la paz , se le terminó otra vez al judío.

Luego vino la Hecatombe. La única paz de los judíos que era deseable para una parte del  mundo era la de la cámara de gas, el crematorio o el sepulcro.

Sin embargo, el Destino y la Historia volvieron a rescatar al judío, como lo hicieron durante miles de años. Los sobrevivientes se unieron a los emigrantes; la escuela sionista de Herzl empezó a rendir sus tardíos frutos; el “occidente” comenzó a entender aquello que sólo en sus tertulias privadas comentaba en voz baja:  “Este judío ya tiene tierra. La Liga de las Naciones ya lo dijo, incluyendo el patrocinador  británico”. Sí, gracias, pero no tenemos Shalom.

Llega 1947. ¿Shalom? No, todo lo contrario. Los vecinos se le echan encima al judío. Como puede, pidiendo prestado, aceptando dádivas, burlando barreras políticas y diplomáticas, autoridades portuarias francesas, contrabandeando armas , el judío no sólo defiende su pedacito de tierra sagrada, sino que emerge vencedor en la desigual pugna. Sí, muy ben, pero Shalom, para nada. Mas en 1948 reafirma por escrito, en la casa del judío, oficialmente, que ya existe la Ley, una ley propia, la columna vertebral que da sustento a su vida como nación-estado, respaldada por todas sus tradiciones y conceptos, su Torah , su Vida.

El judío sigue adelante con su trabajo, con la construcción de un hogar para los suyos. Shalom está lejos, pero necesita combinar sus anhelos con la realidad.

Como todos los días de su vieja-joven existencia, los embates continúan en su contra. Los vecinos-enemigos (por elección) no se conforman, no aceptan al judío. Se unen bajo unas siglas (R.A.U.) y se lanzan a deshacerse de él. Éste, ya mejor adiestrado,  no sólo vuelve vencedor sino que agranda su espacio vital.

El mundo se divide. Unos aplauden y elogian al judío. Los otros, muchos, lo condenan. “¡Cómo, ¿el judío se defiende y gana?” No debe ser!

Envalentonados – y con la oscura participación de “ciertos amigos” – en 1973  los vecinos atacan nuevamente. Llegan por todos lados hasta Tel-Qatzir en el norte, casi hasta BeerSheva  en el sur. El judío los empuja de regreso, a costa de la vida de miles de sus hijos, hasta 20 km. de Damasco y 30 de El Cairo. El mundo protesta. El judío es  un país belicista, discriminador, ocupador.

“Para demostrar que no lo soy, ahí está, les regreso el doble de lo que es mi territorio, con tal de que firmemos Shalom”.

“¡Ah, no! Ahora queremos que cedas otros territorios para dar cabida a ‘nuestros’ palestinos”. El mensaje: “La única shalom que te vas a encontrar será cuando ya no estés aquí”.

Agreguemos ahora el factor “Naciones Unidas”, así, entre comillas. Sin recato alguno, esta institución emite sus resoluciones, por sí o por su interpósito consejo de seguridad, las cuales en su gran mayoría, son para condenar, adjetivar o censurar a la única y verdadera democracia en el Medio Oriente, pero tiene como bandera la del judío: la paz, shalom. Por supuesto, para eso está, para dirimir conflictos, para que exista un trato justo entre esas naciones “unidas”. Sólo exige un precio a Israel: conceder, otorgar, sacrificarse con la garantía de que habrá shalom.

El judío, en su reticencia producto de todos los años de culpas, rechazo, persecuciones, muerte; se aferra a sus ideales, a los principios heredados, al amor por la vida, y se planta firme, a enfrentar todo aquello que quiere desterrarlo, regresarlo a su condición de  ostracismo y penuria de siglos pasados.

“¡Cómo! Y encima de todo ¡Se defiende!”.

Tal es la presión, tanto heredaron algunos de nostros, que hay voces entre el Pueblo que están de acuerdo en conceder, claudicar, otorgar, con tal de que haya shalom. Sí, ya sabemos que donde hay tres judíos hay cuatro opiniones y cinco partidos políticos, habida cuenta  la preparación intelectual y la emotividad del judío.   Mas existe otro que ni siquiera reconoce la existencia del pueblo como estado, sino como entidad por mandato divino. Entonces preguntamos: ¿Qué quiere el judío?

¡Shalom! Eso es lo que quiere. Cada uno a su manera e interpretación de cómo llegar a ello. No es requisito para el  judío vivir en el estado judío para desear la misma paz que el que no vive allí. Paradójicamente, el único requisito es una necesidad: identificación con lo judío. La Historia nos ha enseñado: identidad y Shalom son dos y lo mismo.