RUBÉN KAPLAN/ALERTA DIGITAL

Luego de entablar una demanda judicial contra un Resort de 5 estrellas de los Emiratos Arabes Unidos donde trabajaba como gerente en uno de los salones, Alicia Gali, una atractiva mujer de 29 años oriunda de Queensland, Estado del Noreste de Australia, relató al periódico australiano Sunday Mail, la horrible pesadilla que le tocó vivir en el país islámico.

Mientras bebía un trago en el bar del personal, porque le dijeron que era legal, sus compañeros de trabajo introdujeron una droga en su copa y posteriormente la violaron.

Luego de recuperarse de dolorosas lesiones en un hospital, donde despertó en un estado de confusión, sin recordar bien lo que había sucedido, comprendió que había sido víctima de un ataque sexual.

“Yo no sabía lo que había sucedido. estaba traumatizada, me sentí enferma. Yo ni siquiera recuerdo cómo llegué o lo que sucedió”.

Más tarde se enteró que se habían oído gritos y guardias de seguridad habían encontrado varios hombres escondidos en su habitación, donde ella estaba desnuda e inconsciente. Cuando fue dada de alta del hospital le pidieron que fuese a una comisaría para hacer una declaración y luego hablar delante de un juez.

Luego de formular la denuncia, Alicia Gali se enteró de manera brutal cómo funciona la justicia de la Sharia, la ley coránica. “Me di cuenta cuando me metieron en un coche de policía que estaba siendo llevada a la cárcel”. Gali dijo que nunca fue advertida por sus empleadores que en los Emiratos Árabes Unidos podría ser acusada y enviada a prisión por adulterio y que si se quejaba de haber sido violada, debía tener cuatro hombres musulmanes adultos como testigos.

Como corolario del absurdo, Alicia Gali fue condenada a 12 meses de prisión. “Yo ni siquiera sabía los cargos por los que fui encarcelada, hasta que transcurrieron cinco meses de mi condena”.

Aparte de su familia, nadie sabía en Australia que la señora Gali había sido encarcelada por haber cometido adulterio y beber ilegalmente, porque personal de la embajada de Australia aconsejó a ella y a sus allegados que no fueran a los medios de comunicación.

Después de cumplir ocho meses, de una condena de 12 , Alicia Gali fue indultada y puesta en libertad y regresó a su casa en marzo de 2009.

Desde entonces ha recibido tratamiento para el trastorno de estrés postraumático, sufrido claustrofobia y recurrentes escenas retrospectivas. “Me sentía deprimida, enojada y confundida”. “Yo era la víctima. Me habían hecho algo muy malo y yo estaba siendo castigada”.

El bufete de abogados Maurice Blackburn presentó hace unos días una demanda por daños en el Tribunal Supremo en Brisbane, basado en que el empleador de la señora Gali no le advirtió sobre del riesgo de ser drogada, violada, acusada de adulterio y encarcelada en caso de que se quejara.

La Procurador Melissa Payne dijo que era un caso jurídico complejo y que consultaría a los expertos en derecho en Emiratos Árabes Unidos.

Un fragmento de un capítulo del libro Tras el Velo – La mujer en el Islam, del autor del presente artículo, da una semblanza de las violaciones en el Islam: El abyecto delito de violación de mujeres, que se registra desde tiempos inmemoriales, se penaliza con distintos grados de severidad en los diferentes países del orbe, con la ominosa excepción de los Estados islamistas regidos por la Sharia, donde las víctimas, irónica y paradójicamente, son castigadas.

El laureado escritor norteamericano Robert Spencer, autor entre otros libros de “La verdad acerca de Mahoma” y académico de historia, teología y derecho islámicos, considera que la mayor amenaza para las mujeres reside en la concepción musulmana de la violación, en la medida en que se conjuga con las restricciones islámicas respecto a la validez del testimonio femenino. En un juicio, el testimonio de una mujer vale la mitad que el de un hombre (Corán, 2:282).

Los teóricos de la ley islámica han restringido aún más la validez del testimonio femenino al limitarlo, en palabras de un manual legal, a “casos relativos a la propiedad o a transacciones referidas a propiedades, tales como las ventas”. En otros casos, solamente pueden testificar los hombres.

En los casos de abuso sexual, se requieren cuatro testigos. Éstos deben poder aportar otros elementos aparte de la mera testificación de que se ha producido un hecho de fornicación, adulterio o violación; en este último caso, deben haber sido testigos presenciales. Esta disposición tan peculiar como demoledora tiene su origen en un incidente de la vida de Mahoma, cuando su esposa Aisha fue acusada de infidelidad.

La acusación conmocionó especialmente a Mahoma porque Aisha era su esposa favorita. Pero en este caso, como en muchos otros, Alá acudió en ayuda de su Profeta, le reveló la inocencia de Aisha e instituyó la estipulación de los cuatro testigos requeridos para los pecados sexuales: “¿Cómo es que no presentan cuatro testigos para probar su imputación? Pues, ¡si no presentan dichos testigos, son ésos los que, ante Alá, son en verdad mentirosos!” (Corán, 24:13).

Por consiguiente, es casi imposible probar una violación en los territorios que siguen los dictados de la Sharia. Los hombres pueden cometer una violación con total impunidad: si niegan los cargos y no hay testigos, serán absueltos, porque el testimonio de la víctima es inadmisible. Peor aún, si una mujer acusa a un hombre de violación puede terminar incriminándose a sí misma. Si no se pueden encontrar los testigos masculinos requeridos, la acusación de violación de la víctima pasa a ser una admisión del adulterio.

Esto explica el grave hecho que hasta el 75% de las mujeres encarceladas en Pakistán lo están por el crimen de haber sido víctimas de una violación.

Allí, entre el 79% y el 90% de ellas son víctimas de abusos domésticos, una de cada cuatro es violada en algún momento de su vida y, en las zonas rurales, se impone un código por el que un hombre puede impunemente matar a una mujer alegando que su honor ha sido mancillado. Una mujer es atacada sexualmente cada dos horas en el país asiático, la mitad de las víctimas son menores y si apenas hay denuncias es porque las ultrajadas son sistemáticamente condenadas a penas que van desde la cárcel a la lapidación por los delitos de adulterio o fornicación fuera del matrimonio.