Hay veces que el polvo del tiempo oculta un incidente y basta con otro suceso para que la memoria colectiva vuelva a evocar a partir de un suceso parecido.

JOSÉ KAMINER TOIBER

La localidad de la ciudad de Hebrón, que se encuentra situada 30 kilómetros al sur de Jerusalén, es el segundo sitio más sagrado y una de las cuatro ciudades santas del judaísmo. Es el lugar donde se encuentra la Cueva de Majpelá (hebreo: מערת המכפלה‎, Me-arat Hamajpelá), en la que está la Tumba de los Patriarcas, donde Abraham fue enterrado, y donde David fue ungido Rey de Israel.

La Matanza de Hebrón o Masacre de Hebrón fue un pogrom que se inició el 23 de agosto de 1929 en el tiempo del Mandato Británico de Palestina, consumado por una muchedumbre de árabes armados de bastones y cuchillos que se agruparon para asesinar a los judíos.

Los principales instigadores fueron el mufti Amin al- Husseini (quien posteriormente fue el principal aliado árabe de los nazis) y Aref el Aref, oficial del Distrito de Beersheva que fueron responsables de varios disturbios anteriores. Aref el Aref realizó una visita a Hebrón poco antes de las embestidas y predicó un sermón calumnioso el jueves 22 de agosto. Los falsos rumores que fueron esparcidos hablaban de que los judíos habían dado muerte a los árabes en Jerusalem y habían incendiado la mezquita de Al-Aqsa (documentada con una foto falsa) o que los judíos planeaban construir una sinagoga cerca del Muro de los Lamentos. Aref el-Aref, pronunció en Hebrón, el jueves 22 de agosto de 1929, la vil perorata que obró de catalizador.

El pogromo de Hebrón

A partir de la noche del 23 de agosto, y durante tres días, la pacífica comunidad hebrea de Hebrón, de unas 800 personas, fue objeto de un terrorífico ataque árabe que asesinó a 67 judíos desarmados y obligó a todos los demás a escapar de la ciudad. La noche del 23 de agosto, jóvenes árabes comenzaron a arrojar piedras contra los estudiantes judíos, logrando matar a uno de ellos, Samuel Rosenholtz.

El rabino Jacob Slonim invitó a todos los demás a refugiarse en su casa, en donde tenía un revólver. A las 8 de la mañana del sábado, una horda árabe rodeó la casa con garrotes, hachas y cuchillos. El único agente policial no fue suficiente para detenerlos cuando penetraron en las propiedades de los judíos. Los árabes exigieron del Rabí Slonim que entregara a todos los ashkenazíes, a cambio de lo cual perdonarían la vida de los sefarditas. El rabí se negó y lo mataron. (En total, 12 eran sefarditas y 55 ashkenazíes que fueron asesinados).

Varias familias árabes, dirigidas por Abu Id-Zaitoun, salieron a proteger a los judíos, y así salvaron la vida de varios centenares. Protegidos por sus vecinos árabes, sobrevivieron 435 judíos. A mediodía llegaron refuerzos británicos, y los árabes detenidos fueron obligados a enterrar los cadáveres de sus víctimas en tumbas colectivas. Mientras lo hacían cantaban, celebrando su hazaña.

El Alto Comisionado, John Chancellor, visitó la ciudad después del pogromo, y escribió a su hijo: «No creo que la historia registre muchos horrores peores que éste en los últimos siglos».

En contraparte, hay árabes que anhelan paz y convivencia, como el Sheikh Abu Khader al-Jaberi, heredero de aquellas valientes familias que, en 1929, salvaron al remanente judío de Hebrón.

Post Scriptum

El primer gran líder de los árabes palestinos, Hajj Amin al-Husseini (1895-1974), predecesor y héroe de Yasir Arafat, instigó en 1920 al Pogromo de Jerusalem, que obligó a crear la «Haganá» o autodefensa judía.

Husseini fue excarcelado gracias a la política británica de apaciguamiento para con los árabes, y luego promovido al cargo de Gran Mufti de Jerusalén. Como es norma, el apaciguamiento no funcionó, y el Mufti procedió a financiar el terrorismo antijudío desde algunas bandas clandestinas como Al-Fida’iya («autoinmolados») y al-Ija’ wal-‘Afaf («Hermandad y pureza»).