EZRA SHABOT/ EDUCACIÓNCONTRACORRIENTE.ORG

22 de Agosto de 2011 -Las encuestas publicadas en recientes días refuerzan la tendencia existente desde hace mucho tiempo, en cuanto a presentar al PRI y a Peña Nieto como los líderes en la intención de voto de la mayoría de los mexicanos. El mismo escenario que teníamos en 2005 con el PRD y López Obrador, y con la misma estrategia de comunicación al aparecer diariamente en noticieros de las televisoras nacionales como parte de la apuesta de esos medios ante la sucesión presidencial. Pero esto apenas empieza y amenaza con convertirse en una campaña más agresiva que la anterior, con golpes bajos y toda clase de artimañas a través de las cuales se busca modificar la conducta del votante.

Por lo pronto, el hecho de que el aún gobernador mexiquense tenga enormes recursos y un aparato electoral eficiente para vencer a los candidatos panista y perredista, empieza a ser considerado como una variable a considerar a la hora de definir abanderados azul y amarillo. La idea de una lucha a tercios se refuerza día a día. Lo sucedido en 2000 y 2006 no parece poder repetirse esta vez. La debilidad de Cárdenas y el aislamiento de Madrazo no se presentan hoy como fenómenos a repetirse con Ebrard, Vázquez Mota, o Creel, aunque sí con López Obrador.

Es por esto que en la izquierda no ligada a AMLO, crece con fuerza la propuesta de una amplia alianza antipriísta que incluya a Acción Nacional. La enorme derrota en el Estado de México, producto de la negativa perredista al establecimiento de una candidatura única con el PAN, debilitó la posición de López Obrador y frente a un Marcelo Ebrard dispuesto a ser el representante de la izquierda, el proyecto aliancista revivió en las últimas semanas. Por supuesto que el camino para consolidar esta opción tiene más obstáculos que cualquier otra propuesta, pero también lleva consigo el atractivo de la formación de un movimiento ciudadano amplio con mayores posibilidades de triunfo que las candidaturas partidistas enfrentadas entre sí.

Se trata de una verdadera revolución que rompería de entrada los distintos cotos de poder que hoy impiden el avance de la democracia mexicana y el desarrollo del país. No es sólo un problema de qué candidato aglutinaría a votantes de diferente signo, o al mismo ciudadano medio ajeno a la lucha por el poder. Sin hacer a un lado obstáculos técnicos y eminentemente políticos de una alianza de esta dimensión, el punto central radica en la elaboración de un proyecto conjunto de nación, que hasta ahora no ha podido ser definido por la clase política mexicana.

Si PAN y PRD consiguen establecer esta agenda, bajo el principio de que representa una propuesta contraria en toda la línea frente a lo que el PRI de Peña Nieto plantea, entonces las posibilidades de triunfo se potencian en forma importante. Este movimiento aliancista se presentaría como una expresión a contracorriente de lo visto en el escenario nacional en los últimos 14 años. Sería tanto como romper con un pasado cercano sometido a intereses de grupo, facción o factores económicos de poder, quienes en conjunto han paralizado la definición de qué tipo de país queremos para el futuro inmediato.

Por supuesto hay precandidatos de los diferentes partidos que apuestan por la polarización de campañas, y con ello la exclusión de un tercer candidato alejado de posibilidades de triunfo. Esta opción anula la alianza como estrategia viable. Para armar la gran coalición es necesario partir del principio de que al PRI sólo es posible vencerlo con un frente amplio poseedor de una agenda que haga a un lado diferencias ideológicas entre izquierda y derecha, para centrarse en un programa pragmático de gobierno que logre aglutinar a las clases medias urbanas hoy decepcionadas por lo que consideran mínimos logros de la democracia y la alternancia política.