JUDIT BOKSER DE LIWERANT/ REFORMA

20 de septiembre 2011-En el marco del intercambio de ideas que está teniendo lugar entre actores protagónicos, medios de comunicación y la sociedad en general de frente a la votación del reconocimiento y membresía de un Estado palestino en la próxima Asamblea General de Naciones Unidas, se han esgrimido argumentos que exhiben diferentes niveles de conocimiento, variados grados de rigor analítico y/o desconcertantes aseveraciones.

Más allá de la auténtica preocupación y de las pasiones que el conflicto del Medio Oriente provoca, y que muchas veces impiden el análisis serio y ponderado, México, así como el resto de los países, requiere hoy de voces informadas que contribuyan con una argumentación sistemática a esclarecer los diversos escenarios y las implicaciones que dicha votación tendrá.

De allí que causen asombro las afirmaciones que simplifican una realidad compleja o que exhiben un serio desconocimiento histórico. Algunas voces de reconocidas figuras públicas, politólogos y expertos diplomáticos han afirmado que el tema de Israel nos ha complicado desde 1947, y que México habría sido el único país del hemisferio que votó en abstención de la partición, como si ésta hubiese sido sinónimo de la creación del Estado de Israel.

Contrariamente a ello, la realidad es que el 29 de noviembre de 1947 junto a México, se abstuvieron también Argentina, Chile, Colombia, El Salvador y Honduras, como parte del bloque latinoamericano de la ONU. Por otra parte, la votación que se llevó a cabo sancionó la partición del territorio del Mandato Británico en Palestina en dos Estados, uno árabe y uno judío. Otro fue el hecho de la creación del Estado de Israel (conforme a la resolución 181 de la ONU), resultado directo de las decisiones políticas de su liderazgo que había construido un ordenamiento político institucional en la comunidad judía en Palestina. La dirigencia palestina y toda la Liga Árabe se opusieron a la opción de la partición.

De frente a dicha votación, fueron intensas las consultas, preocupaciones y tribulaciones de figuras como el canciller Jaime Torres Bodet, el representante mexicano ante Naciones Unidas Rafael de la Colina y otros diplomáticos, políticos mexicanos y miembros de la sociedad civil.

Ni la idea, ni la práctica de Israel han constituido ni constituirán una complicación para México, tal como queda demostrado en distintos momentos históricos. Así, destaca la actitud de Isidro Fabela, quien desde la plataforma de Mundo Libre siguió con atención y solidaridad la situación del pueblo judío en Europa y presidió el Comité Mexicano Pro-Palestina Hebrea, que buscó movilizar la opinión pública en favor de la partición.

Décadas después, tras la Guerra de 1967, el gobierno de México mostró una vocación ecuánime al ofrecerse como mediador imparcial entre las partes en conflicto en el Medio Oriente.

Llama también la atención la referencia vaga que hoy se hace al voto de 1975 que planteó la ecuación Sionismo=Racismo. Recordarlo como expresión de un momento que dio inicio a un proceso de deslegitimación el Estado de Israel puede tener un sentido histórico; hacerlo como referente de comparación de un boicot y su implícita proyección actual, al aludir a la actividad que estarían llevando a cabo hoy organizaciones judías en Estados Unidos, es poco responsable. Los procesos de ampliación de la esfera pública en nuestro país y de reconocimiento a la diversidad han afirmado la participación ciudadana plural.

México, como miembro y futuro presidente del G-20, juega un rol central y de alta responsabilidad en los asuntos internacionales. Por lo tanto, la postura mexicana en éste, así como en otros asuntos de envergadura, es producto de una reflexión informada para lo cual está haciendo acopio de información.

Si la preocupación de México es lograr que las partes se acerquen a la paz, junto al voto mismo son quizá igualmente o más importantes los contenidos de la resolución que será votada. En la mejor tradición diplomática de México, su voto puede contribuir al cese de la violencia de todas las partes; al reconocimiento mutuo, tanto de la parte palestina como del Estado de Israel y a la promoción de las negociaciones directas entre ambos para construir conjuntamente los términos del acuerdo, incluida la cuestión de las fronteras.

El voto de la Asamblea General constituye un serio reto a la política exterior de México que requiere de voces responsables que contribuyan a que el país responda con la seriedad de la argumentación y la capacidad diplomática que han caracterizado sus mejores éxitos en el pasado.

La autora es coordinadora del Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México.