CARMEN GURRUCHAGA/LA RAZÓN.ES

Las revueltas no terminan en el mundo árabe, pues Siria y Yemen, con sus dictadores aún en el poder, siguen masacrando a su población. Las fuerzas de Al Asad han  matado a 2.700 personas y el mandatario yemení, Ali Abdala Saleh, reprime brutalmente a sus detractores. En la sombra, el reconocimiento o no de un Estado palestino respetando las fronteras de 1967 que se debatirá esta semana en la Asamblea General de la ONU.

Mientras, Turquía ha movido ficha al romper relaciones con Israel, y el primer ministro Erdogan se ha apresurado a visitar las capitales de los tres países en los que las revueltas han derrocado a los gobiernos autócratas, apoyados en su día por Occidente para frenar la expansión de la marea islámica iniciada en Irán.

Quizás para evitar que la jugada de Erdogan surgiera efecto, Francia y Reino Unido se adelantaron al dirigente turco en su visita a Libia. Ahora Turquía emerge como potencia regional, en lo que supone el  triunfo de un cambio iniciado en 2002 por el ex alcalde de Estambul. Erdogan puede erigirse en líder del norte de África por su modus operandi, que concilia práctica religiosa con un estilo de vida moderno. Y más en un momento en el que tras el desmoronamiento de las dictaduras no termina de aparecer el precioso paisaje dibujado al inicio de las protestas.