MARÍA JOSÉ ARÉVALO GUTIÉRREZ

¿Estamos siendo testigos del fin del capitalismo? Llevamos varios años sumido en una crisis que aparentemente no tiene fin y que podría ser el final de un sistema que ha manifestado esta agotado. La progresiva interdependencia en tiempo real de los mercados mundiales de bienes, servicios y factores asienta una mejor asignación de los recursos y, como resultado de ello y de la mayor competencia, una oferta de bienes y servicios más barata y de mayor calidad. El reto de la política económica de los países debería ser la consecución, a medio plazo, de una dinámica económica con altos niveles de productividad y de empleo y, en consecuencia, de un crecimiento elevado duradero y estable, pero como podemos observar, este no es el caso. Precisamente se esta produciendo el efecto contrario, la productividad cae debido a la falta de consumo que a la vez viene generado por el desempleo.

Entrando ya en la crisis, la economía mundial está sufriendo los azotes de una de las crisis financieras más graves de la historia, por no decir la más grave que jamás ha existido. Las causas se encuentran en una conjunción de factores que han colapsado y que debida a la globalización ha afectado al planeta entero. En efecto, la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers y más tarde el episodio nacido del escándalo Madoff han sido piezas clave del deterioro del sistema y de la confianza que debe generar el mismo. Tanto es así, que Alemania ya señala a un posible segundo “terremoto bursátil”, debido a la crisis griega, donde puede incluso inducirse la duda, de que este país es utilizado en parte como pretexto para justificar la mala gestión económica llevado en muchos países.

Las reformas que afectan al mercado laboral son las que demandan una mayor premura, ya que resulta ser uno de los mercados más endebles de la economía y su recesión tiene graves efectos no sólo desde el punto de vista económico sino también social. Se ha producido un aumento desorbitado de personas que están sumidos en la más estricta pobreza en países del “primer mundo”, y aun peor, el hambre también se ha instalado en los continentes mas aventajados.

Vivimos en una economía global que se caracteriza no sólo por el libre comercio de bienes y servicios sino más aún, por la libre circulación de capitales. En los corrillos bursátiles es frecuente oír que “el dinero es muy cobarde” cuando huye de un mercado para refugiarse en otro. Los tipos de interés, los tipos de cambio y las cotizaciones bursátiles en diversos países están íntimamente interrelacionados y los mercados financieros globales ejercen una gran influencia sobre las condiciones económicas. Por todo esto es imprevisible para cualquier país como se va a desarrollar una jornada bursátil, ya que entre todos los factores existentes se le añade también la interrelación que estos tienen entre ello.

La realidad que se avecina pinta bastante mal, ya que nos acercamos cada día más a un colapso del sistema que en consecuencia nos llevara al hundimiento de la economía. Las luces de alarma están encendidas y la falta de liquidez bancaria es una realidad, no existiendo cantidad de dinero suficiente que pueda tapar el enorme agujero que hemos ido construyendo a base de especulación, crédito y consumo desmedidos. Cuando suceda el crash se tendrá que barajar un nuevo sistema que debería de estar basado en una economía responsable. El capitalismo esta basado en el consumo y este se esta viendo en la actualidad mermado por la falta de empleo y por consiguiente tampoco existe un crecimiento aceptable en los países, sobre todo en aquellos donde la crisis esta haciendo auténticos estragos.

Aunque nos cueste reconocerlo, lo peor esta aun por llegar ya que no existen precedentes tan extremos. El único referente al que se puede acudir es al crash bursátil producido en el ´29, pero tal como parece que se nos indica, el próximo tendrá unas dimensiones completamente distintas y difíciles de controlar. El sistema de vida occidental se termina y no es debido al capitalismo que ya ha sido reformado varias veces. El desarrollo que se ha estado impulsando ha llegado a un límite de sostenibilidad, como bien indican diversos estudios. Los bienes de la naturaleza que son destruidos no son ya generados de nuevo por la tierra, por el ritmo tan acelerado que se esta llevando a cabo esa destrucción. En un siglo se ha triplicado la población mundial y se pretende mantener esa población con unos recursos limitados. Si el hombre no para esta destrucción por la razón, tendrá entonces esta que ser parada por la catástrofe, tal como estamos ya viendo en la ultima década. El cambio climático y sus consecuencias han aumentado de manera notable.

La crisis es un aspecto de un desmoronamiento general al que todo el mundo esta llamado para que reaccione. Por parte de los lideres mundiales es su deber de poner un freno a esta destrucción que estamos sufriendo (contaminación del aire, cambio climáticos, falta de acuíferos…), ya que son estos los que pueden efectuar los cambios necesarios. Al poco tiempo que se produjo la caída de Lehman Brothers se reunieron cientos de millones de dólares para salvar a la banca, mientras la FAO por esas mismas fechas pedía doce mil millones para corregir el hambre en el mundo, fracasando en este intento.

Las revoluciones tales como estamos viviendo ya por muchos países, tanto europeos hasta Medio Oriente, se agudizaran a medida que entremos aun mas profundamente en la recesión, y el desempleo continuara incrementándose hasta cifras aun no conocidas. La reforma laboral realizada por ejemplo en España, no va enfocada a crear empleo ni favorecer el modelo productivo, sino a reducir costes laborales a la espera que se suceda algún “milagro” que favorezca las exportaciones que son difíciles de predecir. Sin embargo España no es precisamente un país competitivo porque sus empresas no invierten en I + D + i en comparación a otros. El retraso que sufrimos en la productividad en comparación a países como Suecia o Alemania es de treinta años, debido a que se producen productos de bajo valor añadido y las empresas invierten poco.

Las empresas y los países están en una constante lucha por aumentar la producción y bajar los costos, lo que pretenden lograr a través de la expoliación de materias primas al tercer mundo, la sobre explotación de los recursos naturales y de la fuerza de trabajo, así como por innovaciones y aplicaciones tecnológicas que aumenten la productividad. Ante la disminución de la demanda solvente, el sistema capitalista recurre al crédito masivo. Volviendo al caso de España, podemos decir, que esta ha sufrido un boom de crecimiento gracias a los créditos que se le concedieron y dándole entrada para formar parte de la eurozona. Se vivieron años gloriosos pero basados en una economía ficticia basada en préstamos a los que ahora tiene que hacer frente en un estado de solvencia decrepita.

Es así que hoy en día, toda la economía, desde las unidades familiares hasta las grandes empresas productivas y los mismos bancos, sólo se mueve si hay crédito para operar, es decir, con dinero ajeno, sea del público o de otros tenedores de dinero. Pero a la larga, la medicina termina siendo peor que la enfermedad, puesto que el crédito encarece mucho más los costos de producción de los bienes, y, al aumentar los costos de producción, aumentan en la misma proporción los precios de las mercancías y su realización o venta se vuelve cada vez más difícil.

Las personas, empresas y países entran así en una espiral de endeudamiento que únicamente se resuelve endeudándose más, hasta que un día nadie puede pagar y los bancos terminan quebrando y arruinando a sus acreedores. Cuando los bancos quiebran, el crédito se contrae y las empresas no pueden seguir produciendo, teniendo que mandar al desempleo a la mayoría de los trabajadores, tal como esta sucediendo en la actualidad. En todo caso, lo que se percibe es que se necesita un proyecto, una nueva política económica y una nueva clase, que en primer lugar regulen el mercado en función de los intereses de quienes generan la riqueza y de la población en su conjunto, en segundo lugar una modalidad de asociación económica que lleve la económica y políticamente el proceso de acumulación en función del bienestar social y no del funcionamiento del capital. El hombre no puede estar para “servirle” al dinero, es el dinero el que debe de servir al hombre.

Estamos ingresando en una nueva era caracterizada por el enfriamiento del capitalismo global con lluvia de estímulos y masivas transferencias de ingresos hacia las elites dominantes que no dan fruto alguno. La falta de liquidez que se prevé por parte de las entidades financieras se trata de paliar ofreciendo un elevado interés para que los inversores pequeños, es decir Usted y yo, inyecten dinero fresco a las arcas bancarias. En un articulo del diario “The Independent” se publicaba un artículo que resumía la teoría que podría denominarse apocalíptica. “El mundo occidental se encuentra en una crisis económica de una magnitud similar a la del petróleo de 1973. Asistimos nada menos que al desmoronamiento del liberalismo, el modelo ideológico y económico dominante en los últimos 30 años”, decía el rotativo.

Cuando se conciben los mercados en términos de obtención de beneficios, no promueven la eficiencia en los servicios, sino la concentración de la riqueza y la especulación. Esto es algo que se ha estado dando en este último año, mientras unos se enriquecían otros se arruinaban. Esa corriente de pesimismo, según se mire, no hace sino sumar adeptos a medida que las turbulencias se prolongan e intensifican. La afirmación de que estamos ante la peor crisis financiera desde la Gran Depresión de 1930 es compartida por gente nada sospechosa de extremista. Henry Kaufman, que llegó a ser conocido como Doctor Fatalidad por predecir el alza de las tasas de inflación y los tipos de interés en la década de los ochenta. Este ha señalado que la actual crisis no tiene nada que ver con las anteriores, responsabilizando a la FED de “la peor calamidad global desde la II Guerra Mundial”.

Apocalípticos o no, la inmensa mayoría de los expertos concuerda en el hecho de que el sistema financiero no volverá a ser tal como lo hemos conocido hasta ahora. Cuanto más penetrante es una crisis, mayores cambios excita. Pero hasta los neoliberales tienen claro que ya nada será igual. “No estoy seguro de que podamos ir tan lejos como para hablar del fin del capitalismo como lo conocemos. Pero es evidente que vamos hacia un mundo en el que la banca va a estar sujeta a una regulación mucho más restrictiva que la actual”, explica desde Washington Desmond Lachman, economista de cabecera de la American Enterprise Institute.