CARLOS ENRIQUE CASILLAS∗EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Al iniciar este mes de octubre el proceso electoral 2012, de acuerdo con la legislación, la interrogante está centrada en el candidato y el partido o coalición, que habrán de obtener el triunfo y por tanto, ocupar la Presidencia de la República los próximos seis años.

Los datos de todas las casas encuestadoras muestran la misma tendencia desde hace varios meses y acaso años. Enrique Peña Nieto, ex gobernador del Estado México, es el más serio aspirante a convertirse en el candidato del PRI y en el futuro presidente de nuestro país. La ventaja de Peña Nieto sobre los otros contendientes del PRI y sobre sus adversarios del PAN y del PRD, no es sólo holgada, sino que luce irremontable bajo las condiciones en que habrá de desarrollarse la contienda política del año próximo.

Las elecciones intermedias de 2009 y los pasados comicios locales en el Estado de México, Coahuila y Nayarit, para elegir gobernador, mostraron un fenómeno sobre el que poco se ha reflexionado. A saber, que las campañas electorales están teniendo efectos inocuos sobre la preferencia de los electores; en otras palabras, que los mítines, la propaganda en vía pública y hasta los spots de radio y televisión, no están modificando la manera en que la gente está votando.

Hace casi siete décadas Paul Lazarsfeld, un estudioso de la vida política en los Estados Unidos, llegó a la conclusión en su clásica obra The People’s Choice, que la propaganda, modificaba las expectativas de los electores y por tanto su manera de votar. Algo muy evidente hasta hoy.

El trabajo de Lazarsfeld interesó tanto a los académicos como a los políticos y generó una enorme industria que subsiste hasta nuestros días, en todas las democracias del mundo: la de las campañas electorales. Una suerte de adivinos, pitonisas, mercachifles, electorólogos, propagandistas y hasta miembros de la farándula, sacan provecho del enorme mercado de los votos que son las campañas cada tres o cuatro años.

La rentabilidad de aquella industria está sustentada en el hecho incontrovertible de que, quien puede persuadir al electorado de que tiene el mejor producto (candidato) y sabe venderlo a los ciudadanos, usualmente gana las elecciones. Eso era así en nuestro país, hasta hace algunos años.

La reforma electoral de 2007, generó efectos que aunque apenas se perciben están marcando una clara tendencia. Los cambios en la legislación electoral que entre otras cosas arrancaron de cuajo el negocio redondo de la publicidad en radio y televisión, modificaron también otros aspectos sobre los que no se ha reparado lo suficiente.

Al prohibirse la propaganda negativa, la reforma inoculó las campañas y evitó que los defectos, pecados, errores, deslices y traspiés de los candidatos fueran expuestos a la luz pública.

Al acortarse la duración de las campañas, se privilegió el reconocimiento de marca y al candidato más conocido; y se dejó en desventaja a los perfectos desconocidos y a las marcas (los partidos), peor calificados.

Se mire por dónde se quiera y más allá de los reflectores, las campañas políticas son una batalla moral. Los humanos somos más nuestros complejos que nuestras virtudes. Gana, al que se le miran menos los defectos.

Y son justo esos defectos los que el electorado ya no puede ver, calcular y evaluar. Es tan corto el tiempo de campaña y son tantos los protectores que se construyeron, que hoy las campañas arrancan y terminan con los candidatos en el mismo sitio.

No hay efectos, no hay factores que cambien las preferencias. Un reto enorme para los hacedores campañas, una mala noticia para los que viven de ellas.

Las campañas y las precampañas no sirven con las leyes electorales de hoy, si su intención es cambiar las simpatías de los ciudadanos. Acaso son útiles para endurecer lo que ya se piensa, enraizar lo que ya se cree, hacer más fuerte la tendencia y en el último de los casos para que la ventaja entre el primero y el segundo sea más amplia.

Por eso y por otras razones Enrique Peña será el candidato del PRI, Marcelo Ebrard el candidato del PRD y Josefina Vázquez Mota, la candidata del PAN; con un cuarto en discordia; Andrés Manuel López Obrador, que sólo dividirá el voto de la izquierda y hará eventualmente que el PAN pase del tercer lugar donde se encuentra, a un decoroso segundo sitio con 20 puntos de retraso.

* Carlos Enrique Casillas es profesor del Departamento de Sociología de la UAM (Azcapotzalco), de la licenciatura en Ciencia Política en la Universidad Iberoamericana, y de la Maestría en Economía y Gobierno en la Universidad Anahuac. Actualmente es colaborador de Milenio Diario y de la Revista Voz y Voto. Premio de Ensayo Carlos Pereyra de la Fundación y Revista Nexos.