ENRIQUE RIVERA

Hablar del Consejo Mexicano de Mujeres Israelitas (CMMI) es, ciertamente, hablar de una presencia y una obra que empezó en los albores de los años 40, cuando un terremoto azotó el Estado de Colima. Ésa fue la chispa que encendió el fuego de la solidaridad, de la acción.

Referirse al CMMI es hablar de mujeres de carne y hueso, mujeres que, amén de llevar la rienda de sus hogares, miraron un poco más allá de las paredes de su hogar para darse cuenta de que, en no pocos casos, había personas que tenían carencias. Mujeres, algunas aún nacidas allende las fronteras de México, en ultramar, que de pronto sintieron que, al apoyar, empezaban a echar raíces en una tierra que abría sus corazones para arroparlas.

La presidenta del CMMI, la profesora Esther Comarofsky, lo dijo de manera hermosa, en la celebración de los 70 años del CMMI: actuamos, no como extranjeras agradecidas, sino como mexicanas comprometidas. Y, ahí, en el salón engalanado por el mural de Arnold Belkin, del Centro Comunitario Nidjei Israel, con rostro del pasado, mirando fijamente y con muchas mujeres escuchando sus palabras, la profesora Comarofsky reveló un secreto y una bandera del Consejo: nuestra Torá nos obliga a la Tzedaká, que no es una dádiva o una caridad, sino Justicia Social.

Esto caló hondo en las presentes, pero sobre todo en las que por primera vez tenían un contacto de lleno con la Comunidad Judía de México y el CMMI, como fue el caso de la Lic. Lourdes de Alba y la Sra. Martha Rodríguez, Presidenta y Voluntaria respectivamente del Voluntariado del Hospital Infantil de México, quienes coincidieron en señalar que el concepto de Tzedaká, como valor intrínseco del Pueblo Judío, tiene gran importancia.

La fiesta siguió y, esperemos, seguirá por mucho tiempo, pues si bien es cierto que se pueden llenar hojas y hojas acerca de la labor que el CMMI ha llevado a cabo, en escuelas para ciegos, durante desastres naturales, en instituciones educativas, dista mucho de que haya finalizado su labor: en 70 años, han hecho maravillas a través de grandes esfuerzos; sin embargo debemos pedirle a D-os que conserve a estas mujeres y a todas aquellas que miran por el prójimo, para que vivan muchos años y continúen con la encomiable labor de solidarizarse, en la medida de lo posible, con los menos favorecidos.