SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

 


Carlos Halpert en 1972/ Gira por Acapulco

Pienso que elogiar la trayectoria, estilo de vida y modo de ver su lugar en el mundo de ciertas personas, puede ser un instrumento para que otras reflexionen.

Al principio tuve mis dudas, porque siempre he sido de las personas a quienes no les gustan los homenajes. Sin embargo, me doy cuenta ahora, a medida que me voy haciendo irremediablemente mayor, por no decir más vieja, de algo que a veces he pensado, sobre todo cuando me da por meditar, durante los días en que me agarra la nostalgia: a todos nos gusta algún tipo de homenaje. Necesitamos que alguien nos diga con unas palabras un tanto solemnes “gracias”, por esto o aquello, “gracias” por haber hecho esto, etc. Y la verdad es que la edad nos puede hacer desear aun más el reconocimiento. No es una cuestión de vanidad, sino más bien tiene que ver con la gratitud.

Por otro lado, y con el paso del tiempo, he comprendido cosas que cuando era más joven ni pensaba en ellas, ni las entendía. En este caso, comprendo hoy, que un homenaje puede ser un instrumento para que otros entiendan, aunque sea un poquito, la trascendencia que pueden tener las virtudes del homenajeado.

Y a partir de mi convicción de que la situación actual de México es una inversión de los valores con los cuales crecimos las generaciones anteriores, pienso que elogiar la trayectoria de los primeros integrantes creadores del grupo de folclor israelí Anajnu Veatem, puede ser un instrumento para que otros reflexionen sobre la necesidad de muchas cosas en la vida comunitaria.

Y me ayuda en ese esfuerzo por dirigir hacia ellos una mirada reflexiva, el hecho de haber vivido lejos de ellos, porque a veces la proximidad puede distorsionar esa mirada. Y también ayuda que la lejanía haya estado fundada en unas primeras imágenes fuertes, precisas, las que tuve de ellos muchos años atrás, cuando vivía en casa de mis padres en la colonia Condesa, y los veía entrar y salir de ahí, ya que mi hermano Mija pertenecía al grupo.

ACERCARNOS AL ARTE

No pertenecí, no sé por qué, al grupo de música y danza Anajnu Veatem, pero seguí de cerca su trayectoria pues, como les comentaba, los veía por aquí y por allá, en los años setentas, adolescentes que conocía poco en realidad. Recuerdo sobre todo a una figura clave, cuyo nombre ha perdurado en mi recuerdo:el lamentablemente ya fallecido, Carlos Halpert.

Fue mi hermano Mija, que vivía en la casa, quien conoció a Carlos en el Beitar. Yo iba a la Shomer, y eso acarreó durante nuestra infancia muchas peleas de sobremesa que no vienen al caso y que hoy más bien me dan risa. Y sin embargo, estos recuerdos han tenido un impacto fuerte en mi memoria.

Mija Beigel en 1972/ Gira por Acapulco

En las ocasiones en que me encontraba con Carlos, éste me hablaba con entusiasmo sobre lo que hacían, o más bien, sobre lo que iban a hacer, y sobre lo que debía hacerse, convencido como estaba, de que la danza y el canto enfrentaban el reto de nuevos tiempos en la Comunidad, y el modo de acercarse al arte en general y la danza en particular, había cambiado. A Carlos y a los primeros integrantes y fundadores de Anajnu Veatem los recuerdo como “conquistadores” de esa nueva mirada. Una mirada decidida y seductora para todo el puñado de adolescentes que fueron uniéndose al grupo, y a quienes fui conociendo un tiempo después.

A lo largo de esos primeros años, fueron convirtiéndose en artistas maduros, portadores de una autoridad indiscutible en cuanto a la música y la danza se refieren, pese a ser muy jóvenes.

Corría el año 1971, y el mayor apenas si tenía 20 años, Carlos, Mija, Michel, Ivi, Michi, Miriam, Sally, Jackie, Rachel, Ite, Jana, Rita, Isaac, León, Pepe, Samy, Nathán, son algunos de los nombres que recuerdo, siendo que el más joven creo que tenía alrededor de 17 años, y todos ya se destacaban en su capacidad para exponer las motivaciones que compartían, las razones para estar ahí, en Anajnu, en Nosotros.

Carlos me hablaba en un lenguaje muy accesible, sin pretensiones. Y yo, pese a saberme muy poco conocedora de baile israelí, me sentía cómoda, por el entusiasmo que él sentía y que tenían todos.

Vi por primera vez al grupo en julio de 1971, en la Casa de la Paz, un lugar muy popular en aquella época, donde yo había visto únicamente “El diario de un Loco”, de Nicolai Gogol, dirigida por Alejando Jodorowsky y representada no sé cuantos años seguidos por Carlos Ancira.

Recuerdo aquel primer espectáculo de Anajnu Veatem, pues fue muy emotivo. Carlos parecía un descubridor que señalaba el camino. Lo recuerdo con mucha nitidez, por sus ojos de un profundo azul y por su voz suave, con una ausencia de arrogancia, pero que te llevaba a considerar la importancia de lo que estaban haciendo, porque hablaba de una manera muy convincente.

TESTIMONIO

Dudo de la exactitud de mis recuerdos, pero creo que fue casi inmediatamente que tuvieron un gran éxito, que fue en ascenso con el correr de los meses.Mantengo en mi memoria el impacto de verlos muchas veces después, sentada ahí, casi siempre en primera fila, a unos cuantos metros de distancia. Estaban rodeados por gente que los revestían con la aureola de los triunfadores. El público ya no eran solamente padres, hermanos, abuelas, primos. Había de todo.En los años que siguieron poco volví a verlos, pues siempre andaba viajando, pero como tenía en casa a un bailarín, supe constantemente de la presencia permanente, tenaz, del grupo, como promotores del arte en la Comunidad, que seguía abriendo puertas a otros.

Persistir en un modo de vida, ampliar el mundo de los otros. No ceder ante los halagos del éxito. No dejar de lado la independencia de criterio artístico a cambio de sentirse arropado por la benevolencia del consenso. Fueron algunos de los méritos de esta gente, cuya figura y enseñanzas siguen frescas después de cuatro décadas.

No escribo esto movida por vínculos de amistad o familiares. Baste decir que he visto a esa primera generación de Anajnu sólo unas cuantas veces desde aquel comienzo. Lo escribo porque pienso que gente, artistas como ellos, son los que construyen nuestro patrimonio cultural original comunitario, y me animé a dejar aquí constancia de mi agradecimiento, porque los conocí cuando ellos y yo éramos jóvenes, y su imagen sigue siendo transparente.

¡Mazal tov!, Shula