GUSTAVO PEREDNIK/ POR ISRAEL.ORG

Premios Nobel judíos

El hecho de que entre los Premios Nobel ya anunciados este año, la mitad de ellos fueran judíos (incluido el químico israelí Dan Schejtman), reactiva el debate sobre la desproporcionada presencia israelita en la intelectualidad. Aunque el parámetro de los mentados premios dista de ser incontrovertible, puede señalar una evidencia insoslayable: un grupo que no llega a constituir el 0,2% de la población mundial alberga a casi la tercera parte de los Premios Nobel otorgados.

Ese dato incluye una digna presencia del país judío, que ya ha producido lo que podríamos denominar un «minian» de galardonados («minián» es el término hebreo con el que se designa a un grupo de diez judíos, el mínimo requerido en la sinagoga).

En Israel viven un poco menos de seis millones de judíos (casi la mitad de la población judía mundial), quienes también exhiben una alta correlación con logros científicos: se trata de uno de los primeros países del mundo en publicación de artículos académicos, lo que ha sido ahora coronado (5-10-11) con la mentada distinción al profesor de la universidad Tejnión de Haifa.

Estos factores hacen más curiosa a la nómina difundida este año por la BBC de Londres, que ordenaba a los países de acuerdo con su grado de popularidad (6-3-11): Canadá la encabezaba como país más positivamente percibido, y el último de la lista era nada menos que Israel, el más negativamente visto, aun después de Corea del Norte e Irán.

Una de las facetas a considerar cuando se revisa la notable presencia de hebreos en áreas como la medicina, la psicología, el ajedrez, o las ciencias en general, es si dicha presencia acaso refleja alguna correspondencia con la cultura judía, o si los factores determinantes han sido exclusivamente sociales y psicológicos.

Una faceta apunta en la primera dirección: los israelitas están alfabetizados desde hace tres milenios, dato reconfirmado en 2005 cuando se halló en Tel Zait una placa inscripta en alfabeto hebraico. De éste derivarían todos los alfabetos posteriores del mundo antiguo, incluido el griego. El año pasado, la Universidad de Haifa descifró (7-1-10) la más antigua inscripción hebrea, una cerámica que data del reinado de David encontrada en el valle de Elá, cerca de Jerusalén. La inscripción pide la protección de los indigentes, los esclavos, los extranjeros, las viudas y los huérfanos.

El énfasis de la tradición judía en la educación es constante. Ya en la Judea del año 64, Joshúa Ben Gamla decretó la educación universal y obligatoria, en escuelas a los que los niños deberían asistir desde los 6 años (Talmud, Baba Batra 21a).

En un clásico artículo sobre el tema (La preeminencia intelectual de los judíos en la Europa moderna, 1919) el sociólogo Thorstein Veblen sostuvo que si bien los logros internos de los judíos han sido notables, sólo alcanzaron su grandeza como «líderes creadores en el mundo de la empresa intelectual» cuando les permitieron tener contacto con el medio externo.

Veblen encuentra que la posición parcialmente marginal de los intelectuales judíos dentro de la sociedad gentil, les posibilitó una visión más crítica y escéptica frente a los valores rígidos. La curiosidad y la crítica, típicas del estudio talmúdico, se volcaban ahora, cuando se abrían las puertas del gueto, a la investigación científica.

En ese sentido, el primer presidente de Israel, Jaim Weizmann, escribió en sus memorias que «el extraordinario fenómeno de una gran tradición de conocimiento fructificada por métodos modernos, nos ha dado nuestros científicos de primera clase en desproporción a nuestro número».

Otras teorías

En efecto, la abstracción talmúdica, en la que se han entrenado millones de judíos durante siglos, podría explicar que, una vez que el proceso de emancipación abrió las puertas del gueto, se aplicó dicha mentalidad a las disciplinas modernas y dio como resultado intelectos singulares. A tal punto, que este año Corea del Sur dio a conocer que impondría como estudio escolar obligatorio una selección de capítulos talmúdicos traducidos a tal efecto al coreano.

Uno de los pioneros en dedicarse a dilucidar la cuestión fue Josef Jacobs, en un libro publicado en Londres en 1886, titulado La distribución comparativa de la habilidad judía. Jacobs explicaba cuatro preeminencias de los judíos: dos debidas a un impulso interno de su propia cultura (la música y la metafísica) y dos resultantes de actividades impuestas por el medio circundante (la filología y las finanzas).

Así, el acento musical de los judíos se debería «al carácter hogareño de su religión que, necesariamente, hace que la música forme parte de cada uno de los hogares judíos».

La segunda de las disciplinas enumeradas por Jacobs, la filología, es hija directa del poliglotismo. Como consecuencia de las frecuentes mudanzas de un país a otro y del hecho de que siempre tuvieron su lengua propia además de la vernácula, los judíos se dedicaron al aprendizaje de idiomas.

En cuanto al campo de las finanzas, según Jacobs «les fue forzado: el mundo los obligó a ser financistas» mucho antes de que ese campo fuera importante. Vale resaltar que la posición socioeconómica de los judíos fue consecuencia (y no causa) de la hostilidad que muchas veces los acosó. Cuando se dedicaron a prestar dinero, lo hicieron obligadamente porque la posesión de tierras y las otras profesiones les estaban vedadas por corporaciones que sólo aceptaban cristianos. En palabras de Ernest Renan, «la Edad Media le reprochó al israelita la misma profesión a la cual lo condenó».

Finalmente, la preeminencia judía en la metafísica se debería, según Jacobs, a la «naturaleza abstracta» del pensamiento judaico.

Otro investigador del tema fue Karl Schwarz, quien señaló (Los judíos en el arte, 1928), una disposición más mental que artística. Entre otros aspectos, sostiene Schwarz, el servicio a una divinidad que excluía las formas concretas, necesariamente desarrollaría las posibilidades de la abstracción.

Hacia 1963, Lewis S. Feuer, psicólogo y sociólogo de las ideas, planteó una tesis adicional: la ciencia es el fruto de un espíritu hedonista-libertario, cuyo gran enemigo es el espíritu de ascetismo masoquista, heredado del Medioevo. La ilustración judía fue, para Feuer, una rebelión contra el ascetismo, que «tomó diferentes formas: psicoanálisis, sionismo, socialismo». Su común denominador era la ética hedonista-libertaria que, en distintas formas, fue la filosofía judía del Renacimiento.

Una perspectiva más sociológica fue adoptada por Raphael Patai, quien en su obra La mentalidad judía (1976) enumera siete factores que enfatizaron el intelecto judío: la residencia urbana, el énfasis en la educación, la necesidad de comprender y justificar una posición disidente, la concentración en el comercio, la solidaridad de grupo, la devoción por la vida familiar y la religión no-dogmática.

Aunque la mayoría de las especulaciones acerca de la intelectualidad judía no lleguen a dar cuenta abarcadora y satisfactoria, la evidencia es demasiado conspicua como para hacer caso omiso de ella. La cautela para no ser arrastrados a desatinadas especulaciones raciales o genéticas, no debería impedirnos estudiar la especificidad de una contribución que ha dado color a la civilización humana.