PERENGANA

No sé si ustedes también se han percatado, como yo, de que la gente se conforma con muy poco. Cualquier autor de libros, de pronto se convierte en un gran vendedor, los integrantes de un grupo musical se hacen millonario por una sola canción, un director de cine atrae a millones de espectadores, y en planos menos artísticos, también existe el comerciante que logra altas ventas con un producto ridículo, y no se trata de éxitos respaldados por una mercadotecnia efectiva, no, nada de eso. El punto es que las masas no tienen el sentido de lo que significa la calidad, así como los parámetros de exigencia y de inconformidad. En esta forma, como la corriente de un río, vemos un consumismo de inercia y no de conciencia.

¿Se deberá entonces crear un organismo que recuerde a los consumidores los estándares de una cultura de excelencia? ¿Se deberá incluir una materia en las escuelas que agudice el sentido de análisis?

Tristemente, esto no sólo tiene que ver con las cuestiones materiales, las mercancías y los mercados, en forma desmesurada se muestra además en las relaciones interpersonales y sociales.

¿En qué sentido? ¿Cómo podemos exigir a las personas que desarrollen una mentalidad y un espíritu de excelencia en lo ético y moral? No sólo a partir de la visión y de los fundamentos de la filosofía clásica, sino de un sentido común de las obligaciones del hombre con el hombre. ¿Cómo sé yo que tú moral es la misma que la mía, cómo sé que mí código es el tuyo?

Ya se ha hablado en la historia que las deficiencias en el lenguaje establecen realidades diferentes entre los pensamientos y a veces las palabras no son suficientes en este quehacer de entendernos mejor o de ser mejores o de transmitir en la exacta perfección nuestras ideas, porque se revientan en las telarañas de la otra conciencia distinta a la nuestra.

La religión ha tratado de unificar criterios acerca de lo que debe ser el buen comportamiento humano, pero al ser transgredidos no logra poner orden. Imagino entonces, como algunas personas pueden ser capaces de abrir la boca para que únicamente le salgan moscas y mucha basura con esencia de una repugnante pasión por la envidia, aunque una de las máximas es no hablarás mal de tu prójimo.

Me imagino la antigua Roma, en el Coliseo, miles disfrutando la carnicería humana en esos siniestros espectáculos, y hoy sucede lo mismo en otros campos o hasta cuando dos personas utilizan el lenguaje para destazar a su víctima que puede ser cualquiera de nosotros.

Fue por eso, y por algunas otras razones, que hoy decidí no hacer muchas de las cosas que la gente quiere que haga. No me vestí, no comí y no opiné, como nadie. Quise romper algunas reglas. Claro, las artimañas hicieron de lo suyo y heme aquí tratando de sacudir conciencias. Como ya no es común pedir cuentas, uno debe de sonreír y darle buena cara a todo aunque huela a queso podrido.