REBECA CIMET

Empezamos con la palabra y acabamos con la palabra, Dabar …. Lej lejá. La palabra debe exponer la experiencia no perderse en la experiencia.

Las primeras palabras que leí de la Biblia fueron: Lej Lejá con su traducción al Idish guei dir avek, (vete) Meartzeja.- fun dain land,(de tu tierra) Umemoladeteja.- fun dain geburztland (de la tierra de tus padres)……. a la tierra que Yo te diré.

Parece increíble que hayan pasado tantos años desde que en 3º de Primaria yo tuviera el privilegio de leer por primera vez en el salón de clase, junto con mi maestro de Idish, la Torá, y que el recuerdo quede aún tan vívido en mi memoria. En aquél año 1957 aún no enseñaban hebreo en mi escuela: la influencia del Estado de Israel todavía no convencía del uso del Hebreo al Colegio “Yavne” una pequeña escuela ortodoxa situada en la colonia Condesa de la Ciudad poco poblada que era México en aquellos años. Por ello estudiamos la Torá con traducción al Idish, idioma que aprendíamos ávidamente para no perder palabra de lo que decían nuestros padres y abuelos cuando hablaban entre sí.

No que hubiera olvidado ese versículo particular, el primero, el que me abrió al conocimiento del libro más importante de la historia, sino que ahora, en el contexto de “La Autoridad del Exilio”, le dio no solo a las palabras por siempre atesoradas en mi memoria, sino a momentos muy importantes de mi vida, otra dimensión.

¿Por qué fue tan doloroso para mí haber salido de México para irme a Israel? Israel era finalmente el espacio judío más seguro, el único lugar a donde cualquier judío podía acudir cuando “algo pasara” y yo, junto con mi esposo e hijos, estábamos ahí porque por el momento no podíamos seguir viviendo en México.

México era “mi lugar”, mientras mis amigos y familiares hablaban de que el judío por naturaleza debía emigrar- en nuestro caso, a Estados Unidos o a Israel. Yo no podía pensar en irme de México, yo adoraba México, el arte, el teatro, la comida, la UNAM con los “ Folcloristas” en lo pasillos de la Facultad de Ciencias, la artesanía, la hospitalidad de la gente, su buen humor, la señora de las quesadillas en el puesto de enfrente de la tienda de mis papás en la Lagunilla, Elvira que me hacía de comer y me acompañaba en la soledad de mi niñez. Yo no pensaba salir de éste país. NUNCA.

Pero el significado de Lej Lejá de repente entró en mí de otra manera, era irte hacia adentro era entender y entenderte desde otro sitio….. era romper, era distanciarse de una realidad para entrar a otra, era entender el exilio como una aceptación de la vida que se acaba, como algo a lo que vamos a tener que renunciar. El exilio resume la condición humana. El hombre es arrojado al mundo despreciado, agredido, para enterarse muy pronto de que va a morir. Esto lo hace responsable de su sufrimiento y esto lo hace reconocer que puede hacer algo, por él y por los demás. Al asumir la responsabilidad, descubre la esperanza.

El exilio te invita al desprendimiento pues cuando te vas, te llevas lo esencial y eso es lo que te va a acompañar siempre. El exilio, por tanto, no necesariamente habla del país al que perteneces, te habla de esa conciencia de “salir o entrar” de ti mismo. De ahí que la experiencia de salir de México, aún yendo a Israel “la Tierra Prometida” haya sido tan dolorosa para mí pues “Lej Lejá” se hizo inminente en mi vida y el proceso se desencadenó de a poco….

No se trata de hacer de esto una experiencia personal, pero sé que varios filósofos y escritores me han llevado de la mano en la experiencia del exilio que me parece es un ejercicio que todos debiéramos hacer.

Hablar de Maimónides como el gran filósofo cuyo exilio lo marcó al punto de permitirle acercarse a lo universal del ser humano. “La identidad es como un espejo roto en el cual nos vemos como fuimos pero ya no somos”. Maimónides, tan cercano a Kundera; también hablándonos de identidad como algo que soñamos, que es real o no, dependiendo de tan poco o de tanto. Y el concepto retomado por Finkelkraut que habla de la identidad judía como de un vacío dejado por el Holocausto- pues la Shoá acabó con la referencia. ¿Qué es ser judío después de Auschwitz?

Hablamos del exilio pero no podemos dejar de hablar de Auschwitz , no como judíos, como hombres/mujeres que debemos entender la historia bajo otra óptica pues los meros hechos no concuerdan, no responden al porqué de un aniquilamiento tan radical de hombres/mujeres.

¿Será que la semilla empezó a germinar con la expulsión de Moros y Judíos cuando Isabel la Católica lo decidió basada de manera simplista en la premisa “El que es diferente a mí está mal”?

El nazismo intentó “desinfectar” a la humanidad del pensamiento judío ya que éste pensamiento nace del exilio y su condición de exiliado “contamina” cualquier idea nacionalista. La raza aria, la germánica, era la mejor. Los judíos alemanes no venían de ninguna nación eran nómadas capaces de adaptarse y crecer en cualquier terreno donde les permitieran hacerlo. Al volverse ciudadanos alemanes, rompían todos los esquemas en los que las diferencias de “raza” ya no mostraban lo que el ciudadano de raza aria pretendía.

Kafka percibió lo que venía con tal claridad que se convirtió en el reflejo de una visión única de la sociedad. “Lo que me pasó ayer fue kafkiano”, decimos a menudo. ¿Qué implica el término “kafkiano”? Algo surreal, que rebasa le esperado dadas las evidencias superficiales, algo visto desde una óptica profundamente humana y de un análisis sin límites, ni políticos, ni religiosos. El exilio de Kafka se refleja en el idioma en el que escribe. Es checo, estudia en una escuela alemana, escucha el Idish y lo enamoran los cuentos jasídicos, pero escribe solo en alemán. Maneja el exilio de su propia lengua, y logra expresarse a través de una lengua prestada con un sello espectacularmente único. Su exilio lo lleva a convertirse no sólo en algo poco humano lo lleva a transformarse en insecto, y nos hace pensar: ¿era personal su percepción o notaba la transformación a lo inhumano en su derredor?

Steiner habla del conocimiento del libro. ¿Qué significa conocer el libro? Conocer la Torá , que se lee de principio a fin cada año y se estudian sus versículos vez tras vez, tratando de encontrar un sentido diferente, más profundo, que nos dé herramientas nuevas para el entendimiento del mundo, de la humanidad, de los cambios. “El texto fue el instrumento de la supervivencia en el exilio” nos dice. De habernos dejado atrapar en cualquier concepto nacionalista ya habríamos desaparecido tiempo atrás. De hecho, el Estado de Israel que nos dio un lugar en el mundo después de Auschwitz nos pone en riesgo, pues el “libro” pasa a otro término, se vive de manera diferente, su utilidad no es relevante cuando el Estado de Israel se constituye.

¡Qué increíble paradoja nos deja la experiencia vivida en términos de exilio!

Si perteneces a un país te cierras al crecimiento como hombre y si no perteneces a un país propio no tienes un lugar en el mundo.

Empezamos con la palabra y acabamos con la palabra. En la apertura a uno mismo en el “salir y entrar” -de y hacia uno mismo- está la única esperanza hacia el otro, la esperanza de una libertad sin nación, sin fronteras, sin tribunales. Un camino en donde puede haber futuro para el “hombre”