SHULAMIT BEIGEL
¿Por qué se preguntarán ustedes? ¿Por qué es el mundo un lugar peligroso para vivir? La respuesta es muy sencilla: porque hay misiles atómicos emplazados en muchos países. Algunos presidentes han decidido mostrarse firmes al respecto, y no aguantar la mala conducta de otros países, o de otro país, pero hasta la fecha no han hecho nada. Tal vez no pueden hacer nada.
Sin muchas ganas de confesarlo, nací en febrero de 1947, dos años después de aquella explosión que, al destruir Hiroshima, inauguró la era atómica y, al dividir en dos partes la historia de la humanidad, mandó el pasado al rincón de los recuerdos ingenuos, al mismo tiempo que lanzó el futuro hacia cualquier parte, la parte incierta en la cual vivimos hoy en día.
De modo que me ha tocado vivir plenamente inserta en la parte atómica de la historia humana. Nos ha tocado, contra nuestra voluntad, pertenecer a esta generación, que sabe que el hombre es capaz de destruir la tierra y modificar el cosmos. Y no solo en las películas de Hollywood. Pero esto no es nada nuevo. Ya desde pequeña en la escuela, nos obligaban a hacer simulacros de ataques aéreos, y recuerdo que cuando ya fui adolescente, se leía en la prensa que se habían construido refugios antinucleares por si estallaba la Tercera Guerra Mundial.
Porque los de antes de 1945, los de la historia dorada y tranquila anterior a la Segunda Guerra Mundial, nunca pensaron que una guerra podía ser la última, o que la capacidad destructora del hombre podía llegar a ser tan elaborada, tan enorme. Las envidiables generaciones de antes no tuvieron a la bomba y a la destrucción radioactiva consecuente, como una pesadilla infantil, y tal vez por eso han gastado mucho menos dinero del que hemos gastado nosotros en psicoanálisis.
Pertenezco, pues, a una generación pacifista, por elemental instinto de conservación. Una generación enemiga de los galardones y las medallas hasta la paranoia.
Los hombres de mi generación se dejaron el pelo largo, aunque sus mismos padres los criticaban, porque los soldados que habían conocido esos mismos padres andaban rapados. Por eso mismo pusieron también inútiles flores en la boca de los fusiles.
De mi generación, de la cual me siento orgullosa, surgió el feminismo y las primeras luchas de las minorías sexuales, no así nomás ni porque sí, sino como una oposición definitiva al machismo de los militares.
Fue la misma generación que incineró sus cartillas de reclutamiento y denunció la Guerra de Vietnam. La generación que floreció en la primavera de Praga y lloró de rabia e impotencia cuando los tanques soviéticos llegaron a violarla.
La generación que fue agredida y torturada por el Poder militar en Chile, Uruguay y Argentina. La generación que ha hablado de todas estas cosas tantas veces, que ha sido acusada de obsesiva y anacrónica y de ser niños bien.
Fuimos una generación humanista, ingenua tal vez, que propuso la paz y el amor a una mayoría silenciosa que, al revés de nosotros, nunca ha dejado de llevar el espíritu uniformado y lleno de medallas de guerra.
Fuimos Piedras Rodantes, ¿se acuerdan? rolling stones, así nos llamaron y de ahí la canción, o niños de las flores, porque bailamos con ellas desnudos en Woodstock y otros lugares del mundo, pidiendo cosas tan absurdas como sobrevivir. Sí, tan absurdas como sobrevivir o vivir.
Luego crecimos e intentamos continuar con nuestros sueños pacifistas, pero no hemos conocido la paz… Vietnam, las matanzas en Latinoamérica, las ocupaciones soviéticas, las guerras en Israel, la guerra del Golfo, siempre bombas contra nosotros y contra nuestro sueño en diferentes partes del mundo…y ahora nos hablan nuevamente de misiles.
Todos sabemos lo que la guerra había hecho a los grandes movimientos del espíritu humano. La forma en que los años Weimar fueron borrados del mapa por la guerra, la forma en que el espíritu de la republica española fue crucificado por la guerra, la forma en que la guerra consolidó al estalinismo y desbarató el aliento de la Revolución de Octubre. La forma en que la guerra aniquiló el alma a nuestros hermanos en las cámaras de gas…Supimos siempre que la guerra era nuestro enemigo principal.
Soñamos con que la humanidad no se atreviera otra vez. Pero siempre se atrevió. Recuerdo que Saddam Hussein se atrevió, y las bombas que se nos ofrecieron como espectáculo televisivo de aterradora “belleza” pirotécnica, que vinieron a bombardearnos una vez más.
Y hubo un silencio….que pensamos se convertiría de silencio temporal en un silencio definitivo. No estábamos seguros. No lo sabemos tampoco ahora.
El programa nuclear de Irán, al parecer, tiene dimensiones militares. Todos los medios hablan de la amenaza del programa. Todos los políticos, menos los rusos y los chinos, desde Obama para abajo, señalan la necesidad de mantener una presión sobre el régimen de Teherán. ¿Sabrán algo que nosotros, simples mortales, no sabemos?
Esta generación bombardeada a la que pertenezco pide paz, una vez más, como lo ha pedido siempre, sin ningún resultado, como lo seguirá pidiendo, obsesivamente, hasta que nos borren del mapa, porque No, nunca aprendimos a pedir otra cosa…
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