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La igualdad entre hombres y mujeres está garantizada en 139 países del mundo como claro indicador de civilización y progreso que ha desactivado una tradición mal entendida, la que aprovisionó de corsés a unas y de máscaras a otros a fin de cumplimentar un papel social afortunadamente hoy trasnochado.
Por ello, cada vez es más doloroso aceptar que entre los jóvenes se perpetúen estereotipos, e incluso que se aprecie un retroceso. No me refiero sólo a esos tecnosexuales que aligeran cada vez más los compromisos, curtidos consumistas con una mirada más pragmática que idealista. En Mis universidades cuenta Maxim Gorki que en sus tiempos de proletariado un perista le dijo: «Tú eres un idealista».

«¡Idealista!, ¿qué quiere decir idealista?». «Uno que no tiene caprichos ni envidias, sólo curiosidad». Entre las chicas, la curiosidad abre boca con las Bratz, continúa con Hannah Montana y todas esas celebrities que acaban detenidas en Melrose Avenue por conducir borrachas, y acaba solidificándose en una versión disneychannel del cuento de hadas: la joven incomprendida que acaba siendo rescatada por su príncipe, hermoso pero sobre todo rico —lo que en otros tiempos se llamaba un buen marido— y que siempre, siempre, paga la factura del restaurante. Esa es la espectacular visión del mundo licuado que centenares de muchachas exhiben en sus espacios virtuales, las nietas de quienes quisieron despedazar a Barbie ahuyentándola de la vida de sus hijas y hoy ven como, en una pesadilla diabólica, se ha ido reconstruyendo y ha terminado clonándose bajo un cerrado aplauso, y no sólo llenando los patios de colegio o las puertas de las discotecas, sino dando las noticias económicas de Bloomberg.

En las aulas de secundaria arrasan las llamadas populares o guays.

Su mayor diversión consiste en representar una vida social activa en la que hay que cambiar constantemente de maquillaje, además de competir febrilmente por los favores de los muchachos. Volver al clásico intercambio de cromos: belleza por poder, entrega por estatus, toallas con las iniciales bordadas por manutención, hijos por diamantes y, a las malas, pensión compensatoria.

En el estudio sobre juventud y papeles difundido el pasado viernes con motivo del día Contra la Violencia de Género, se reincide en que más allá de las leyes, desterrar los monolíticos papeles de género puede tardar, como mínimo, una generación. El 44% de las chicas cree que para realizarse necesita el amor de un hombre: el chico debe protegerla, ella complacerle; los celos son una prueba de amor. Y sí, ellos son agresivos y valientes porque «forma parte de su naturaleza», mientras que ellas son tiernas y sumisas. Hasta que un día, las más afortunadas agarren el bolso y salgan a la calle a comerse el mundo sin haber digerido sus propias frustraciones. ¡Una generación más!