MANUEL DE LA FUENTE/ABC.ES

En la plaza de Przemyslany las mujeres cosían y cantaban con sus hijos. Hasta entonces, la vida era soportable en esta ciudad de la Galitzia polaca, poblada por 8.000 personas, la mitad judías. Pero un día de noviembre de 1941, todo cambió. La maquinaria asesina nazi iba a acabar con las meriendas en el campo, con las partidas de ajedrez, todos esos instantes diminutos que constituyen una vida y que sus habitantes plasmaban en las fotografías.

Imágenes que ahora han viajado hasta Madrid en la exposición «Y sigo viendo sus rostros. Fotografías de los judíos polacos», que muestra caras, sonrisas, esperanzas, pasiones, amores, la vida cotidiana en suma de la comunidad judía antes del Holocausto. La idea de esta exposición es de la Fundación Shalom, que en 1994 puso en marcha la donación de fotografías que recrearan la vida de los judíos, hasta llegar a las 9.000 que alberga la Fundación.

Como embajador de la muestra, ha llegado a Madrid un hombre de 93 años pero tremendamente vitalista, a buen seguro porque lleva dentro el alma de la música klezmer, la canción tradicional de los judíos del Este de Europa. Este hombre creció en una legendaria familia de músicos en aquel pueblo donde antes del infierno existía la vida. Es Leopold Kozlowski, aunque se le conozca por Poldek. Y ante una vida de película (también se ocupó de la música y actuó en la« La lista de Schindler»), solo se puede callar y dejar que la grabadora trabaje.

«El 5 de noviembre de 1941 sucedió la primera tragedia en nuestra casa. A mi padre, la Gestapo le disparó en la cabeza. Lo único que pudo decirme al oído antes de que se lo llevaran fue: “Cuida de tu madre y de tu hermano”. Obedeciendo sus últimas palabras excavé un búnker en la cocina y durante las redadas yo escondía allí a mi familia. Pero un día, unos nazis se fijaron en mí: “¡Jüdish!”, me gritaron. Me detuvieron y me llevaron al hospital judío y me ordenaron sacar a la calle a los enfermos de tifus y ponerlos sobre la tierra. Entonces se pusieron a disparar sobre ellos. Un nazi me gritó: “Seguro que también tienes tifus. Te tendremos que matar”».

Solo se oye el lento discurrir de la casete del cronista. De reojo, miro a Isabel, la fotógrafa de ABC, con el gesto serio, con esa tristeza que sientes cuando te cuentan algo que por conocido no deja de ser menos terrible. Desde el fondo de los ojos eslavos y azulísimos de la intérprete, Joanna Bardziska, un rayo de melancolía se cruza con los míos, al borde de las lágrimas. Kozlowski, con ese coraje de quienes han tenido el billete para el último viaje en el bolsillo, sigue devanando la desoladora madeja de recuerdos: «Yo quería vivir. En el hospital había un sucio agujero que se usaba como letrina y me metí dentro para escapar. Los gusanos y cantidad de cosas que no sabía ni lo que eran me llegaban hasta el cuello, pensé que me iba a ahogar en mierda. Era tal el hedor que ni siquiera los perros de las SS conseguían olfatearme. Desde allí pude volver a casa y sacar del búnker a mi madre y a mi hermano. Pero nunca, nunca, ni en el peor de los momentos, consiguieron quitarme mi acordeón, y la gente, mis vecinos, mis hermanos, hambrientos, martirizados… me pedían: toca, toca, toca. Llegó el día en que iban a cerrar el gueto, nuestro destino eran los campos de concentración. Recuerdo que había un SS al que le gustaba mucho mi música. Le pregunté qué iba a ser de nosotros. “Tranquilo, todo saldrá bien. Te dispararé antes de que tengas tiempo para sufrir”».

Kozlowski y la grabadora siguen. «Trabajábamos en la carretera del campo y se me acercó Tadeusz, un auténtico ángel, un resistente. Me dijo que me uniera a ellos y, tras cobijar a mi madre, así lo hicimos mi hermano y yo. Queríamos volver al día siguiente a por ella. Pero cuando llegamos había muerto. No sabía dónde estaba enterrada, sólo me dijeron que al pie de un árbol. Escogí uno al azar, y me puse a tocar. Solo la música me mantenía vivo. Por eso la amo, la música no está en la partitura, está en el corazón».

De vuelta a la redacción he buscado a Poldek en youtube, le he visto interpretar música klezmer. Luego, le he visto buscando en aquel bosque el lugar donde su padre fue asesinado. Le he visto besar el suelo a lágrima viva, le he visto llevarse un puñado de tierra al bolsillo. He visto cómo su padre y su madre, como dos ángeles, han bajado del cielo y se han posado en su acordeón.