ESTHER SHABOT

El aislamiento de Irán debido a su negativa a abandonar su controvertido programa nuclear se intensifica día con día. La Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), encargada de vigilar los desarrollos atómicos en el mundo, se muestra cada vez más convencida de que Irán engaña a la comunidad internacional y, por ello, su director general, Yukiyo Amano, ha sido especialmente contundente en sus comentarios. En una entrevista otorgada el jueves pasado al Financial Times Deutschland, declaró que Irán no ha logrado comprobar que su desarrollo nuclear posee únicamente fines pacíficos y que el reporte de la AIEA sobre el caso emitido en noviembre así lo registra. Amano afirmó textualmente que “No tengo ninguna razón para suavizar mi reporte. Es mi responsabilidad alarmar al mundo (porque) el cuadro general observado me ha conducido a la decisión de que debo alarmar al mundo; mientras más piezas de información obtengo, más claro se vuelve el cuadro”.

En ese contexto es evidente que el reciente viaje del presidente Ahmadinejad a Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Cuba representa un intento por asirse a las últimas cartas que le quedan. Por añadidura, la guerra de amenazas suscitada hace pocos días entre su régimen y sus vecinos regionales da cuenta de que el escalamiento de las tensiones conducirá muy pronto a un punto crítico. Ante la muy realista perspectiva de que las sanciones contra Teherán se intensifiquen muy pronto mediante el bloqueo total a su Banca Central y un boicot a su petróleo —producto del cual la economía iraní es absolutamente dependiente—, el régimen de los ayatolas ha reaccionado amenazando con cerrar el Estrecho de Ormuz a la navegación internacional que comercializa el crudo producido en los países del Golfo Pérsico.

La respuesta a esta amenaza no se dejó esperar. Altos funcionarios sauditas declararon su disposición a aumentar su producción de crudo en la cantidad necesaria para compensar la falta de los 3.5 millones de barriles diarios que vende Irán. Ello con objeto de que los mercados no se desestabilicen y de que, además, Teherán no se zafe de la presión a la cual se le quiere someter para que claudique en lo referente a su programa nuclear bélico. La guerra verbal continuó, por supuesto, con declaraciones como la del Ministro de Relaciones Exteriores iraní, Ali Akbar Salehi, exhortando a los sauditas a repensar su postura a la que tachó de inamistosa, mientras que otro alto funcionario iraní, en un tono por demás agresivo, advirtió a Saudiarabia y a los países del Golfo de que ellos serán los culpables del ominoso escenario que se presente en la región.

Es así que, con la abierta toma de postura del Reino Saudita y de los países del Golfo, se cierra el cerco para Irán. En esta ocasión parece ser que las sanciones sí tienen capacidad de doblegar a los iraníes después de tantos años de postergaciones y engaños. Un signo de que a pesar de la verborrea agresiva de Teherán, la preocupación entre los ayatolas crece, es que han aceptado una nueva reunión con la AIEA para el 29 de enero, reunión en la que están dispuestos a discutir “todos los temas”. Y es que además, los tradicionales aliados de Irán para detener las sanciones —Rusia y China— están dejando de ser tan incondicionales de Teherán. Los rusos están conscientes del efecto desestabilizador que sobre las poblaciones musulmanas de su entorno cercano tendría una mayor expansión del poder iraní, mientras que en el caso chino se registra un vertiginoso aumento de su interacción económica con Arabia Saudita. La visita reciente del premier chino a Riad para consolidar una diversidad de proyectos económicos conjuntos es reveladora de que el pragmatismo chino bien podría producir un abandono de la alianza con Teherán en la medida en que los nexos con otros actores le resulten aún más atractivos y jugosos.